martes, 8 de septiembre de 2015

El silbido del diablo

Suele acercarse silbando. El diablo me refiero. Siempre he creído que quién silba es porque algo le corroe por dentro y necesita expulsarlo.
En el caso del diablo, necesita expulsar el aire viciado que le inunda, la podredumbre que le carcome su alma.
Suele acercarse por la espalda, silbando. Y se coloca detrás de ti. Puedes notar su presencia, puedes sentir su nauseabunda presencia, puedes sentir su respiración, puedes sentir su aliento en tu nuca. Se queda ahí unos segundos. Y pone su mano en tu hombro. Quizás, hasta se le ponga dura.

Tranquilo… tranquilo Quique…

“Enrique, ¿Tú piensas que soy mala persona?”

Cierro los ojos. Tranquilo… cálmate. Si me doy la vuelta rápidamente denotaré miedo y ganas de contestar rápido, para intentar quitármelo de encima, así que continúo unos segundos más a lo mío. Cuento hasta 5, hasta 10… y me doy la vuelta, despacio.
Y le miró a los ojos, al centro de sus ojos. Sin pestañear. Sólo eso le hará dudar. No contesto aún. Que sufra. Que dude.

“Lo que yo piense importa poco”

Veo su cara de sorpresa. De odio. De asco. Traga saliva. Tiene ganas de escupir. Porque al diablo le gusta escupir. Porque le gusta mentir.

“Pero dime, después de todos estos años”

Sonrío. Para que sepa que en el fondo me inspira lastima.

“¿Y tú? ¿Tú que crees?”

Se acerca a la ventana y escupe. Lo necesitaba.

“No encontrarás en tu vida una persona mejor que yo”

Si me rio le alteraré aún más. Y tampoco es cuestión de eso. Si sonrío, quizás hasta se lo llegué a creer. Si me quedo serio, quizás llegue a pensar que le respeto. Mejor responder directamente.

“Eso espero. No encontrar en mi vida a nadie mejor que tú”

Aparta la mirada unos instantes. Se ríe entre dientes. Cree conocerme, pero lo que no sabe es que soy yo quien le conoce a él. Soy yo quien sabe todo de él.

“Dentro de unos años te darás cuenta, te arrepentirás de no haber hecho negocios conmigo”

Lo mejor es poner cara de que me la suda. De que me paso por el forro de los cojones lo que salga de esa boca. Hasta incluso poner cara de asombro.

“Quizás seas tú quien se alegre de no haberlos hecho conmigo”

Se ríe. Se ríe porque sabe que está perdiendo la partida. Se ríe porque sabe que conmigo jamás podrá. Quizás lo haya intentado, o lo intente, pero jamás lo hará.

“Siéntate un momento, quería decirte un par de cosas”

Si le digo que no, insistirá. Si le digo que no, pensará que tengo miedo y se le caerá la baba de pensarlo. Si le digo que sí rápidamente, pensará que me tiene a su merced.

“Tengo que acabar mi trabajo. Si quieres, nos vemos en un rato y me cuentas tus dudas”

Si se pudiera medir el grado de ira del diablo, hubiera explotado el medidor. Si fuera como en las películas, hubiera salido humo de su nariz. Vuelvo a hablar yo, para terminar de rematarle.

“Ya sabes que cualquier duda que corroa tu mente, puedes consultarla conmigo”

Veo como aprieta la mandíbula, si la mirada del diablo matase, no estaría ahora mismo aquí escribiendo. 
Es un experto manejando situaciones de tensión. Sé, porque lo sé, que no se dará por vencido hasta conseguir sus maquiavélicos propósitos.

“Será sólo un par de minutos, acabo rápido, lo que te tengo que decir es más importante que lo que estés haciendo”

Que pesado es. Aparte de nauseabundo y peligroso, es pesado, mucho, lo aseguro. Me dan ganas de decirle que no quiero escucharle, que no tengo nada que tratar con él, pero sé que insistirá. Es mejor responder sin mirar, como si me la soplase.

“A ver, cuéntame, ¿qué te pasa?”

Y empieza su juego, porque se piensa que ya me tiene cogido. Tenía el sermón ensayado y mientras habla veo como la saliva le resbala por los labios, como su barriga crece, con su mirada perdida como en un mitin dirigido a borregos.

“Puedo admitir que no hayas querido hacer negocios conmigo, otros habrá que sí lo quieran. Lo que no admito es que me hayas mirado a los ojos, me hayas retado y me hayas vencido. Lo que no admito es que me hayas dejado en ridículo delante de todos. Eso, niñato de mierda, no se hace y, te aseguro, que vas a pagar por ello”

Esto que cuento, como si fuera un cuento, como si fuera un chulito, es difícil. La realidad supera la ficción. Lo que más me jode es pensar que se pueda llegar a masturbar luego, pensando en mi cara de acojone, de angustia. No le daré ese placer.

“No se puede dejar en ridículo a alguien que ya de por si lo es. Y no vuelvas a amenazarme.”

Si me levanto y me voy, dejándole con la puta palabra en la boca, pensará que tengo dudas y seguro me seguirá, quizás no hoy, ni mañana, pero no parará. Ya no tengo dudas. Le miro, a los ojos. Que se levante él. Y se levantará. Os lo aseguro.

Vuelve con su discurso.

“Llevo varios días sin poder dormir… pensando… es una situación difícil para mí, pero al final he tomado la decisión de denunciarte por todos los delitos que has cometido”

Le miro sin pestañear. Sé, porque lo sé, que puede estar con una grabadora encima. Le excita luego escuchar las conversaciones y ponérselas a sus secuaces.

“Yo no he cometido ningún delito, tú sí. Y debes saber que grabar conversaciones privadas también lo es”

Traga. Traga pedazo de hijo de puta.

“Podemos llegar a entendernos. Mira, de verdad, no quiero hacerlo, te propongo que lleguemos a un acuerdo”

Me quedo callado. No digas nada Quique. Cállate. Que sea él quien continúe. Porque va a continuar, oh sí, claro que sí, lo está deseando, lo necesita. Me mira, piensa que no podré decir que no. Piensa, en su idiotez, que le diré que si a todito.

“Sólo te voy a pedir dos favores: el primero que dejes tu puesto, que renuncies a él y, el segundo, que testifiques a mi favor en todos los procesos que tengo abiertos, si lo haces, no tendrás de que preocuparte”

Vale. Venga. De verdad. No aguanto más. Me descojono vivo. En su careto.

“Jajajajajaja, ay Dios… Dios… ¡Dios!, eres miserable, das auténtica lástima, jajajajaja, háztelo mirar, de verdad, si no es por ti, hazlo por tu familia”

Atención. Como si le hubiera plantado una hostia en todos los morros.

“¡Eres un delincuente! ¡Eres un ladrón!, ¡tú lo has querido!”

En fin. Sí, yo lo he querido, en eso lleva razón. Es momento de terminar.

“Haz lo que tengas que hacer, lo que tu miseria te diga, que yo, no lo dudes, también haré lo que tenga que hacer”

Sonríe. Sabe que estoy tan agotado que quizás no pueda llegar a hacerlo. Juega con eso. Pero conmigo ya debería saber que siempre que juega, pierde.

“¿Me estas amenazando tú a mí?”

Ya me cansa. Ya me aburre.

“Quizás reines un tiempo aún, pero será por poco tiempo. Te queda poco para quitarte esa mascara. Llegará el día en que supliques de rodillas. Desaparece de mi vista. Hazlo.”

 
No os enfrentéis nunca, nunca, con un diablo. Escapad. No hagáis lo que yo, ¡corred!, pues, aunque no lo consiga, intentará seguir silbando mientras se acerca a vosotros.

 

 

4 comentarios:

  1. Que relato... uff, te deja sin aire.

    ResponderEliminar
  2. Hola hoy me paso una experiencia parecida al relato, yo trabajo en un recinto deportivo la cosa es que llega la hora de cerrar y me quedo solo en mi lugar de trabajo que queda a las afueras de la ciudad con poca luz y a los alrededores es puro campo. la cosa es que hoy esta misma noche me paso eso estaba cerrando todas las puertas del recinto para que nadie entrara mientras termino de hacer las cosas y de esta manera sentirme mas seguro que no entre alguien a asaltarme mientras estoy solo bueno la cosa es que me quedaba por cerrar el porton principal del lugar y escucho un silvido me parecio raro escuchar un silvido en la noche ya que no anda nunca nadie y mas de noche oscuro ya que en ese lugar no hay alumbrado publico es oscuridad total y la unica luz es la que sale de las canchas de futbol, al segundo silvido me doy vuelta pensando que alguien se habia quedado adentro y me llamaba pero no veo a nadie solo oscuridad y el lugar vacio, viene un tercer silvido y lo ignoro me doy vuelta otra vez en direccion a cerrar el porton camino unos pasos y pasa por la calle que da de frente al porton de salida a una persona con un chaleco o poleron de color rojo no alcance a fijarme en nada mas solo que paso muy rapido me sorprendi ya que los silvidos venian de atras mio y al darme vuelta dejaron de sonar y paso esta persona, en ese momento me quede helado solo reaccione a cerrar el porton y entrar a el lugar donde trabajo para cerrar la caja y irme lo mas pronto posible, cuando mas miedo senti fue cuando los perros que cuidan el lugar por la noche estos yo los suelto y se van lejos de mi pero hoy fue diferente como que sentian el miedo y querian esconderse en la habitacion donde trabajo afuera era solo oscuridad ya que habia apagado todas las luces de las canchas para irme a casa, llege aca buscando por google si a alguien mas le habia pasado algo similar realmente nunca habia experimentado una cosa asi en mi vida.


    ResponderEliminar

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...