lunes, 23 de octubre de 2017

Casi las 5 te la tarde

Son las 4 y 34 de la tarde.

Me he reído tanto en este mundo, que a veces pienso que ya necesito de otro.
También he llorado, básicamente de rabia y perplejidad. La pena nunca me ha hecho llorar.

Empiezas a contar los años y ya no sabes si creces o decreces. Ya no sabes si lo has dado todo o aún queda algo dentro.

Me refugio aquí. Tenía otros escondites, pero ya no tengo las llaves y dentro no espera nadie.

Dicen que tengo suerte. Que me tienen envidia. Que quieren vivir como yo. Esta es una de esas veces de las que me rio en este mundo. Yo no sé nada de los demás. Y, la verdad, me importan un pepino. Por eso mismo no soy egoísta, pues les dejo.

Me quedo mirando atrás, sin decir nada. Cuando les veo reír, me dan ganas de llorar.

Escucho y escucho, no paro de escuchar. Y por la forma en que lo hacen, por sus gestos, por sus sonrisas o guiños, casi hasta les llego a entender. A veces, lo reconozco, nunca he llegado a entender, y eso me ha hecho llorar.

Aún tengo tiempo. Por eso, aunque rio menos, sonrío más.

Realmente no me quejo. Lo guardo todo y no lo comparto. Soy un tragón. Que le voy a hacer.

Mis pensamientos están planos, pero a rebosar, como un estanque al 100% de su capacidad. Como llueva este invierno, yo no sé qué va a pasar (coño hasta rima y todo).

¿Dónde? Ni idea. ¿Qué haces? Lo desconozco. ¿Por qué?

Mi nota media era un Bien, como mucho un Notable, pues hay cosas que nunca llegaba a comprender, no comprendo ni jamás comprenderé.

Pero mientras escribo miro la foto, y vuelvo a sonreír. Son las 4 y 52 de la tarde, tenía un arañazo en el dedo, necesitaba curarlo.

lunes, 2 de octubre de 2017

No salgas por favor, ¡te lo ruego!


Sería el verano de 1.995. Eran novios, o saliendo como se decía antes. Se habían conocido el verano anterior, en la terraza de la discoteca. Ella, una adolescente, llevaba una minifalda más corta imposible y él no podía dejar de mirarla. Aquella misma noche terminaron juntos.
Él, que rondaba los 20, sabía que aquella relación no iba a ningún sitio, pero ella tenía vida, era graciosa y le rogaba siempre que no la dejase, que estuvieran siempre juntos. Él, incapaz de hacer daño, seguía con aquello, aunque no sentía nada por ella y sabía que le estaba perjudicando en su vida.
Fue ella quien planteó la idea de irse el fin de semana de acampada. Él no estaba del todo convencido, no le hacía mucha gracia, pero accedió. El mejor sitio de los alrededores era los pantanos situados un poco más al norte.
Según se acercaban en coche,  el sexto sentido de él intuía que debían darse la vuelta, pero no dijo nada.

Dejaron la carretera y se adentraron por un camino en los bosques que rodean los pantanos. Aparcó el coche lo más cerca posible del agua y bajaron. Hacía un calor sofocante. Se acercaron al pantano y se metieron un rato en el agua. A esas horas del sábado se divisaba gente pescando, o comiendo en la otra punta. De vez en cuando pasaba cerca una moto acuática o una barca.
Según fue bajando el sol, los ruidos del día fueron dejando el paso a un silencio sepulcral. Solo se oía el eco de las voces al otro lado del pantano, donde debía haber más gente de acampada, pues se veían fogatas. Ellos también decidieron hacer una.

Montaron la tienda de campaña justo al lado del coche. 
Él había estado dando una vuelta por los alrededores y había vuelto a la orilla del pantano, donde no había árboles ni maleza, para poder cerciorarse mejor de lo que tenían cerca.

- Estamos más solos que la una. No hay absolutamente nadie en los alrededores.
- Pues mejor, ¿no?

Le guiño el ojo. Ella, en el fondo, era aún una niña. La miro sonriendo.
A pesar del bochorno del día, la noche era fresca debido a la humedad del pantano y una brisa que corría entre los árboles. Se echaron en una manta, abrazados delante del fuego, mirando las llamas. Solo se oía el ruido de las ramas quemándose. Ella se apretujaba contra él.

- Tengo sueñito, se me cierran los ojos.
- Pues venga vamos a la tienda. Ve entrando que yo voy a apagar el fuego.

Echo tierra en las ascuas hasta cerciorarse de que estaba apagado del todo. Enfocó con la linterna el coche. Se quedó mirando. Se dirigió a la tienda y se paró de nuevo. Volvió a mirar el coche. Esto no me gusta. Vete de aquí. Hazlo. Estaba de pie, en silencio y oscuridad absoluta.
Se acercó al coche. Lo abrió. Cogió la barra de hierro antirrobo y se dirigió con ella a la tienda. Entro sigilosamente y la dejó a un lado.

- ¿Para qué has cogido la barra?
- Pues nunca se sabe… por seguridad.
- Jajaja, ¡Vale!

Estaba acurrucada entre la manta. Se acercó a ella y la abrazó. Encendieron la linterna. Afuera no se escuchaba nada, absolutamente nada, ni viento, ni animales nocturnos, ni voces a lo lejos. Nada.
En otras circunstancias hubieran tenido sexo, pero algo les impedía hacerlo. Y no era el frio. Era la rara sensación de que ese silencio absoluto escondía algo. La sensación de estar solos allí, sin que nadie lo supiera. La rara sensación de recelo y desasosiego ante algo.

Ella estaba seria y temerosa. Él lo notaba. Intentó hacer alguna gracia para relajar el ambiente y sacar una sonrisa. Apagaron la linterna, se acurrucaron juntos.
Solo se oía su respiración. Él solo pensaba en que pasase aquella noche y que amaneciese cuanto antes.

Al principio solo fue una rama quebrada. En la noche, en el campo, se oyen esos ruidos. Los dos lo oyeron pero ninguno dijo nada. Pero ya no había duda. Alguien andaba fuera, alrededor de la tienda.
- ¿Qué es eso?
- Pues no lo sé.
Encendieron la linterna.

- ¿Quién es? ¿Quién hay ahí?

Silencio. Nadie contestaba. Alguien andaba fuera. Ruido de pisadas, de maleza, de alguien buscando algo.
Él se puso de pie dentro de la tienda.

- ¿Qué quién es? ¡Joder!, voy a salir.
- ¡No! ¡Por favor! ¡No salgas por favor!
- ¡Joder tendré que salir!
- No salgas por favor…, te lo ruego, tengo miedo.
- No va a pasar nada tranquila, tengo el coche fuera ¡ostias!
- ¡Por favor! ¡¡Por favor!! ¡No salgas! Déjalo por favor…

La enfocó con la linterna. Estaba llorando a lágrima viva. Angustiada. Le cogía del brazo para que no se moviese.

- Por favor…
- Quédate aquí. No salgas. No podemos estar así. Tendré que salir a ver qué pasa.
- No me dejes sola… déjalo, ya se ira, ¡Te lo ruego!

El corazón le iba a mil por hora. Le palpitaba en su interior. Cogió la linterna en una mano y la barra en la otra, y se dispuso a salir de la tienda. Ella lloraba y gemía sin parar.
Bajo la cremallera de la tienda y asomó medio cuerpo fuera, enchufando con la linterna la oscuridad de la noche. No veía nada. Salió de la tienda y volvió a cerrar la cremallera detrás de él. Se plantó delante de la tienda. Y entonces lo vio. Aquello estaba a escasos 3 metros de él. Aquella criatura le miraba fijamente, parada, sin hacer nada. Los ojos le brillaban y la saliva le resbalaba por la boca.
 
- ¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí?
- Estoy hambriento.

Su voz era sibilina. Un escalofrió recorrió todo su cuerpo. Trago saliva.

- Si quieres te podemos dar algo de comer.
- Que amable. Pero mi hambre es insaciable.
- Vete de aquí. Esto está lleno de excursionistas como nosotros.
- ¿Si? Sabes que no hay nadie alrededor…

Un sudor frío bajaba por su espalda. Apretó la barra sin dejar de mirar aquello.
- ¿Por qué no sueltas esa barra? Me molesta que estés con ella.
- Te he ofrecido comida y no quieres. Vete de aquí ahora mismo.
- ¿Quieres que hagamos un trato? ¿Sí? Dime.

Él no sabía qué hacer ni qué decir. Su cuerpo temblaba.
- ¿Cariño? ¡Por dios!, ¿Qué pasa? Dime algo por favor…
- No pasa nada pequeña, quédate ahí, no pasa nada.

No dejaba de mirar a lo que tenía delante. Aquella criatura estaba inmóvil, sin pestañear, mirándole fijamente.
- ¿Qué cojones quieres?
- Mi barriga está vacía. Déjame… déjame entrar ahí…

Su mirada y sus sucios dedos se dirigieron a la tienda de campaña.
- Me estas hinchando los huevos. Lárgate si no quieres que te estampe la barra en la cabeza.
- Si sueltas la barra, tú no morirás, solo te aplastaré el cráneo y algunas costillas, te rajaré tus  piernas y brazos y sangrarás como un cerdo, pero mañana estarás vivo. En cambio ella…, la  chica debe estar jugosa…, le devoraré hasta las uñas. Suelta la barra.
- Estas como un puto cencerro. Te doy 10 segundos para que te pires de aquí.
- Piénsalo. ¿Quieres vivir o morir?

Él era alto y fuerte, nunca había tenido miedo a ningún enfrentamiento, aunque en esos momentos la zozobra le invadía el cuerpo. Aquella criatura percibió sus dudas.
- Vamos…, es fácil…, mañana contarás que alguien os atacó. Estarás machacado, pero vivo. Y además te haré un favor: dejarás de sufrir en la vida con la niñata que tienes ahí dentro. Vivo y feliz. Tengo hambre, mucha hambre. Suelta la barra.

Le vino a la mente su madre, lo que sufriría ante su muerte. Le vino a la mente su vida. Aquella que imaginaba vivir. La voz de aquello le hacía temblar. La mirada de aquella criatura le hacía dudar. Escuchaba el sonido de su corazón retumbando en su pecho. Dios mío, por favor, ayúdame. Fueron unos segundos interminables. Era el momento de actuar.
 
- No puedo fiarme de ti. Deseo vivir, con o sin ella. Y no puedo permitir que ella muera. Te explicaré mi trato: me iré acercando a ti, poco a poco. Si no corres, si no huyes, serás tú quien morirá. Te abriré tu cabeza en dos con esta barra y mañana, cuando amanezca, te arrancaré la piel a tiras y serás nuestro almuerzo. ¿Entiendes lo que te digo grandísimo hijo de puta?

Aquella criatura tuvo un tic involuntario. Su cuerpo convulsiono de repente. Sus piernas en tensión. Enseñó su dentadura, la saliva goteando.
Él se abalanzó con la barra en alto.
Aquella criatura huyó de allí, escapando, entre la maleza.

Mirando las estrellas entre los árboles mientras fumaba su cigarro. Sonriendo. Miró hacía la tienda.
- Ya puedes salir, ya se ha ido.
- ¿Qué pasa? ¿Qué ha sido?
- Solo era un zorro, no te preocupes.
- ¿Un zorro?
- Si. Un animal fantástico. Era espectacular, precioso. Tenía hambre y estaba fisgoneando en la bolsa de la basura.
- Jo… que susto he pasado, ¡estoy temblando!
- No pasa nada, ya se fue.

Volvieron a la tienda y se recostaron juntos. El temblor y la tensión fueron dando paso a la relajación.
- ¿Sabes? Me ha entrado hambre con todo esto…
- ¿Si? Mmm, pues cómeme amor… cómeme enterita…

 
Escrito por "Kike Potter"
Octubre de 2.017

 

miércoles, 6 de septiembre de 2017

En algo sí llevan razón: no hay conexión


Documento secreto nº --------/2017

Extracto de conversación entre Carles Puigdemont y el chofer del Sr. Ministro del Interior, agente nº ----- adscrito a los servicios de inteligencia del Estado, --------------------------, conocido como “geti” / “barlochi” / “mangurrian” / también conocido como el “trastornao”.
Ocurrida con fecha --------, a las --------- horas, debido al olvido del móvil del Señor Ministro en el coche oficial, con motivo de una reunión urgente.

 
Sonido del móvil del Sr. Ministro.
"Unda, ¿pero qué cojones suena?, pero.... pero será gilipollas este zampabollos, mira que dejarse el móvil aquí, andaluz tenía que ser" (Comentario recogido en el interior del vehículo por micrófonos ocultos de seguridad).

El móvil sigue sonando.

"¿Carles? ¿Pero qué Carles será éste? A saber con quién andará este tontarrio, que país madre, así nos va" (Comentario recogido en el interior del vehículo por micrófonos ocultos de seguridad).

El móvil suena por segunda vez.
"¡Y dale al Carles de los cojones! ¡Será gilipollas! ¡Que no está copón!" (Comentario recogido en el interior del vehículo por micrófonos ocultos de seguridad).

El móvil sigue sonando.
“La madre que le parió, que mañana me va a dar el Carles de los cojones, estoy por cogerlo…” (Comentario recogido en el interior del vehículo por micrófonos ocultos de seguridad).

El móvil suena por tercera vez.
“!A tomar por culooooo!” (Comentario recogido en el interior del vehículo por micrófonos ocultos de seguridad).

 - ¿Síiiiiiiiii?
- ¿Juan Ignacio?
- ¡Que no soy Juan copón!, ¡que no está!
- ¿Cómo dice?
- ¡Que soy Getino! 
- ¿Getino?
- Si, comisaria de información, lucha antiterrorista.
- Quería hablar con el Sr. Zoido.
- Y dale…. ¡que no está! Es que he tenió que traerle urgente a un acto de estos de los políticuchos sabe usté y se ha olvidao el móvil aquí en el coche…
- Lo mío también es urgente, póngame en contacto con él.
- ¿Pero Uste me escucha? Que se ha dejao el móvil aquí copón...
- Soy Carles Puigdemont, necesito con urgencia hablar con él.
- ¿Es Usté catalán no?
- ¿Cómo?
- Cataluña coponaria, se le nota por el acentillo.
- Si, por supuesto, soy catalán.
- Catalufo, ya lo decía yo. Qué región madre, ¿no será Uste de Gerona?
- Pues si, soy de Girona.
- ¿No joda? ¿En serio? Copón... yo es que estuve destinao en Gerona, hace ya 30 años, mi primer destino.
- Ya, entiendo. Quiero que le de un mensaje urgente al Sr. Ministro.
- En Gerona capital, 2 años allí. Qué recuerdos copón. Ara… entre Usté y yo…, se vive bien allí, un poco caro eso sí. Que paisajes, que playas, la ostia. Yo vivía en un apartamento y ni me llegaba con el sueldo que nos daban, tenía que pedirle a mi padre que me mandase algo to los meses.
- Getino me ha dicho que se llamaba, ¿no?
- Escuche, escuche. Ya por aquellos años tocaban los cojones los independistas estos. Copón, me acuerdo una vez… en una manifestación por el casco viejo, madre, pero si éramos 4 policías, na, 4 contra cientos.
- Eh….
- Y nos dice el Sargento ¡a por ellos! uy a por ellos, corríamos como conejos, copón si me quemaron hasta la moto los hijoputas. Tuvimos que escondernos en el cuartelillo y pedir refuerzos, si salió hasta en las noticias, ¿lo recuerda Uste?
- ¿Qué si lo recuerdo? ¿A qué se refiere?
- Jajajaja, espere espere, y un día, ay copón, yo patrullaba la ciudad con mi motejo, y un día ¿me sigue? Un día nos dieron aviso de un robo. Allí que me planté con la moto, yo sólo eh, y alcancé al ladrón, un moro de estos, y el tontarrio va y me saca un cuchillo. Y jajajaja, espere espere, total, que tiré un tiro al aire….
- Le digo que yo solo quería hablar urgente con el Sr. Ministro.
- Y oye chico, yo no sé dónde reboto la bala de los cojones, que de repente se pone a chillar y saltar como un energúmeno, !ayayayayayay! y yo diciendo unda ¿Qué la pasa a este ahora? ¿Qué le pasa? Jajajaja ¿Qué qué le pasa? ¡que la había dao en el culo! Jajajaja
- ¿Me va a poner al habla con el Sr. Ministro o no?
- Me abrieron expediente y to, no se crea. Oiga Carlos, ¿Necesita aceite Uste?
- ¿Aceite?
- Hombre por allí tienen olivejos también, pero na, más de 3.000 llevo yo en mi pueblo, 60.000 kilos este año.
- No necesito aceite, le he dicho que….
- Yo es que aparte de ser policía, lucha antiterrorista ¿se lo he dicho no? cultivo olivos en mi pueblo, en la Alcarria, la Alcarria joder, no me diga que no sabe dónde está, que Uste ha debio estudiar. Que olivos madre, los mejores de to la zona. Cuando venga por Madrid le vendo un par de cajas, me ha caído bien.
- ¡Cállese de una vez! ¡Póngame urgente con el Sr. Ministro! 
- ¿Quiere nueces también? Que nogales tengo oye, un bosque de nogales, los plantó mi padre hace más de 40 años y oye, ¡madre!, no hay nada igual en mi pueblo. Copón, jajaja, las vendo por aquí a to quisqui, y a restaurantes buenos también eh, no se crea. Me las quitan de las manos ¿no quiere? Tres mil eurillos que me gano con las nueces ¡a la saca!, que to son gastos, y la chica se me casa.
- Esto es inaguantable, voy a colgar.
- Espere copón, ¿Qué prisa tiene? ¿Quiere cebollas o ajos? Esas se las regalo hombre, pero cebollas de las buenas, de las rojas, le preparo una bolseja si quiere. ¿Y qué le iba a decir? Ah, ya, ¿Cómo llevan por ahí lo de la independencia? Madre, la que están liando, no me diga que no, ara… si fuera yo… les ponía a cortar tamujos a tos, menuda panda de matagatos. En mi pueblo hay 3 tipos de tontos, los tontos a secas, los celorrios y la burra de paco. Pues estos son la burra de paco, ya se lo digo yo.

Fin de la conversación en el móvil del Sr. Ministro.


“Unda, ¿Qué pasa aquí? ¿Pero ha colgao? ¿Carlos? ¿Carles? Que si hombre, que ahora veré al andaluz…, ¿Oiga? Na, ha colgao, menuda tropa, anda que les den por culo” (Comentario recogido en el interior del vehículo por micrófonos ocultos de seguridad).

 

 

 

lunes, 10 de abril de 2017

Nuestro querido ratoncito

¿Qué puedo hacer para que me crean? ¿Cómo convencer a todos estos millones de niños? ¿Cómo hacer para que siga existiendo?

La desesperación se había adueñado de Ratoncito Pérez. Mientras merendaba un trocito de queso en su escondite pensaba y requetepensaba la posible solución a todos sus males, pues los niños empezaban a dudar de su existencia, pues ¿Cómo era posible que un ratón se colase en su habitación? ¿Cómo era posible que, aun pudiéndose colar al ser tan diminuto, pudiese cargar con todos aquellos regalos para todos aquellos niños? Estas “dudas” y otras “sugerencias” parecidas le llegaban vía tuit últimamente.

Llegaba a pensar que si creían en él era solo por interés “por el interés te quiero Andrés”, y eso le hacía ponerse más triste aun.

Durante años y años de fatigoso trabajo había tenido que sobreponerse a todos los peligros con los que se había ido enfrentando últimamente: desratización en alcantarillas, proliferación de gatos domésticos, alarmas de movimiento, ventanas de doble seguridad, etc. Aun así, Ratoncito Pérez, por milagros del destino, seguía vivo y, nunca mejor dicho, coleando.

Igualmente la variedad de regalos que los niños le pedían le hizo tener que darse de alta en “Amazón” y crear una autentica red de contactos y oficinas a nivel mundial. Ratoncito Pérez siempre estuvo muy ocupado, pero poca gente reconocía su valor y dedicación, hasta el punto que muchos niños se habían dado de baja de su red de amigos.

Pensó incluso en darse a conocer un día públicamente, salir en el “Sálvame” o convencer a Bertín Osborne para que visitase su escondrijo y prepararle algún plato con queso gratinado.

La soledad y cansancio de Ratoncito Pérez le hacía estar triste. Ya a muy pocos les hacía ilusión sus regalos y menos aún se molestaban siquiera en agradecerle su labor.

Quizás la fantasía y los sueños sonrientes antes de cerrar los ojos habían desaparecido para siempre.

Quizás este era el mundo preparado ahora por y para los niños, un mundo donde los sueños quedaban aparcados por aprenderse de memoria la lección del día siguiente. Un mundo donde la ilusión y la fantasía quedaban apartadas por “proyectos” de futuro, como si fuesen arquitectos y el futuro ya lo tuvieran en sus manos, sin saber que es impredecible y que lo único que importa es el presente.

Pero… ¿Cómo explicar a los niños que yo, Ratoncito Pérez, realmente soy su Hada? ¿Cómo explicarles que, hace tantos años que ya casi ni me acuerdo, me convertí en este pequeño roedor para poder derrotar al mal que les hacía daño? ¿Cómo explicarles que en esa ardua tarea perdí todos y cada uno de mis dientes?

En definitiva, solo quisiera decirles que soy feliz cuando sonríen por la mañana y cuando cierran los ojos por la noche con la ilusión en su carita. Quisiera decirles que yo ya hice mi labor: preciosa, increíble, heroica. Y que, ahora, los protagonistas de la historia son ellos.

 
La historia de Ratoncito Pérez, para quién no la conozca, se remonta hace muchísimo tiempo.

Un antiguo Reino, situado muy al Norte, estaba gobernado por un tirano, cruel y maléfico, que había asesinado al Rey legítimo.
El tirano, ansioso de poder y gloria, no buscaba el bienestar de sus ciudadanos, a quienes tenía sumidos en el hambre y el frio, esclavizando incluso a los niños.
El hijo del Rey, el Príncipe del Reino, luchaba valerosamente contra los ejércitos del tirano, pero nunca llegaba a obtener la victoria definitiva, pues el tirano estaba escondido en lo más alto y recóndito de su castillo, lugar al que era imposible acceder.

El Príncipe, desesperado ante la situación, decidió viajar al Mundo de Fantasía y pedir ayuda. Allí se encontró con un Hada que le escucho y se apiado de las calamidades que estaban sufriendo los niños del Reino. Esto le dijo el Hada al Príncipe:

“Me convertiré en un ratón, un ratón diminuto, pero fuerte y valiente. Viajaré contigo a tu Reino y me colaré en el castillo del tirano. Una vez dentro de su torre, iré abriendo todas las puertas para que tú y el resto de tus caballeros podáis entrar y derrotarle definitivamente”.

Y esto le contesto el Príncipe:

“Oh Hada, si logras hacerlo, mi Reino y yo estaremos siempre en deuda contigo, eternamente te lo agradeceremos”.

A lo que el Hada contesto:

“No lo haré por ti ni por tu Reino, únicamente lo haré por los niños”

Dicho y hecho. El Hada, convertida en un ratón diminuto, regreso al Reino junto al Príncipe, lográndose colar en la torre más alta del castillo del tirano.

Pero el destino tenía guardado una sorpresa inesperada al Hada, pues junto cuando iba a abrir la puerta de la torre, de repente apareció el tirano y tuvo que ocultarse para no ser encontrada.
Se escondió debajo de la almohada de la cama del tirano, con tal mala suerte que éste, al tumbarse, aplastó a la pequeña Hada convertida en ratoncito. Logro escabullirse, pero salió de debajo de la almohada magullado y sin dientes.
Aún así, nuestro valeroso ratoncito, aprovechando que el tirano dormía, logró abrir una a una todas las puertas del castillo, logrando así dejar camino libre al Príncipe para derrotar y encadenar definitivamente al tirano.

Nuestro Hada, nuestro ratoncito, quedó maltrecho y sin dientes, pero más feliz que una perdiz, viendo como los niños dejaban de sufrir y ser esclavos.
Pero no volvería a su estado original hasta que no recobrase todos y cada uno de sus dientes.

De esta manera, los niños del Reino, agradecidos, empezaron a dejar debajo de su almohada los dientes que se les caían, lo cual recompensaba siempre nuestro Hada, nuestro ratoncito, con algún regalo.

El destino de nuestro Hada, de nuestro pequeño, valeroso y fiel ratoncito, quedó sellado para siempre.
Esta es la historia de Ratoncito. Una historia valerosa, bonita y que nunca jamás debería olvidarse.

 
Pero como decía al principio de este cuento, nuestro Ratoncito estaba triste y apenado, pues sentía que ya los niños no creían en él ni soñaban con su mundo de fantasía.

Como no sabía qué hacer, ni a quién acudir, pensó en visitar al Príncipe del Reino, que ya era Rey, y compartir con él sus dudas, esperando comprensión y ayuda por su parte.

El Rey vivía en un majestuoso castillo construido por sus súbditos, vivía en inmensa alegría, había recuperado su Reino y la felicidad y la fiesta inundaban su vida. Reía en su trono. Esto le dijo el Rey a nuestro querido ratoncito:

“Oh ratoncito, ya te dije que te estaría eternamente agradecido, pero en cuanto a la angustia que padeces y la ayuda que reclamas, yo no puedo hacer nada”.

¿Existe peor respuesta? ¿Es posible que en los siglos de los siglos?, ¿que en universos infinitos?, ¿qué debajo de las piedras haya tal contestación?

“Yo no puedo hacer nada”. Es cruel y vacía. Esa respuesta no la dan ni los médicos cuando tienen que comunicar una enfermedad sin cura. No la dan ni los políticos cuando quieren lavarse las manos. No la dan ni los curas cuando no pueden perdonar nuestros pecados. Ni siquiera la dan los ignorantes, ni los tuercebotas. Eso pensaba nuestro ratoncito.

Se despidió de él, con bonitas palabras, para nunca más aparecer por su castillo engalanado.

Nuestro Hada, nuestro ratoncito, encontró consuelo y ayuda en una Lechuza. Una noche, correteando por la calle al ir a la casa de un niño en uno de sus múltiples trabajos, fue divisado por una lechuza. Nuestro ratoncito iba ensimismado en sus pensamientos, y no se percató de la llegada de la lechuza, que le cogió entre sus garras para zampárselo.

Sin embargo, tuvo suerte nuestro ratoncito, pues la lechuza, aunque hambrienta, no se lo comió, sino que, muy al contrario, ofreció su ayuda para siempre al ratoncito, tras conocer su historia y la labor que realizaba desde un tiempo infinito.

El destino se apiado en esta ocasión de nuestro ratoncito y empezó a comprender muchas cosas.

Pero…, a cambio ¿Qué ayuda podía ofrecer él a quién le había perdonado la vida y hasta entonces consideraba uno de sus mayores enemigos?
Medito durante un tiempo y una vez más tomo una decisión heroica: traspaso a la lechuza parte de su magia, de su poder, parte de lo que había sido y sería; perdiendo así toda posibilidad de volver a convertirse en el Hada que fue.

Así, nuestro ratoncito perdió parte de su magia, pero a cambio dedico todos sus esfuerzos a aquellos niños que aun creían en los sueños, en la fantasía, imaginando y creando un mundo diferente por el que luchar y vivir cuando fuesen mayores.

Nuestro Ratoncito era, es y será siempre lo que queramos nosotros los niños.

Será el Hada que te arrope por las noches, que vigilará tu sueño, que mirará mientras duermes, que acariciará tu cabello, que cuidará de ti, que luchara para que el Mundo de Fantasía no te abandone nunca y te acompañe siempre.

Lo hará, lo haré, por ti, porque esto está dedicado a TI.

 

lunes, 13 de febrero de 2017

El robot mohino


Hace unos días fui a hacer unas gestiones con unos de los jefes de mi empresa.

Como es más tonto que una albarda fuimos en metro. No es que me moleste viajar en metro, lo que pasa es que hacerlo con alguien con el cual no tienes ningún tipo de conversación, ni empatía, ni afinidad, ni nada que se le parezca, pues se hace interminable. Con el sueldo que cobra el muy palurdo podríamos haber cogido un taxi, yo a veces no entiendo a la gente.

El sujeto es como lo describo a continuación: estirado, con barba, con gafas, la dentadura hecha un asco, feo, con una panza que le crece por momentos desde que le operaron una ulcera del estómago (hasta entonces le llamábamos el tonto de la sal de frutas) y con la piel de los dedos levantada y casi en carne viva (a saber a lo que se dedicará en sus ratos libres).

Anda despacio hasta cansarte, como un robot, una pierna después de la otra, en 13 años no le he visto saltarse un semáforo. Come más despacio aún, siempre tenemos que esperar a que el muy mendrugo vaya rumiando sus platos, pues come como una vaca, mirándote con sus ojos saltones y moviendo las manos de una forma que te dan ganas de estamparle el pan en su careto.

Se supone que es el jefe de personal, pero en 13 años no le he visto hacer nada por las personas, al contrario, si puede dejar que te den por culo, lo hace, y parece deleitarse con ello. Pone cara de imbécil redomado cuando le preguntas por algo relacionado con salarios, vacaciones, puentes, etc…

Es del Madrid y encima dice ser de izquierdas, me descojono vivo.

Tiene siempre el don de la inoportunidad y siempre aparece en la cocina cuando te estas tomando un café tranquilamente. Y siempre suelta las mismas gilipolleces por esa boca mugrienta.

Es de los típicos que te suelta la mierda en la cara en el trabajo, que nunca dará la cara por ti y que siempre hará lo posible por escaquearse.

Hicimos trasbordo en Avenida de América. Es tan merluzo que aun habiendo asientos libres, es incapaz de sentarse. Se queda de pie, con esa cara de tonto a las tres, con los botones de la chaqueta abrochados y agarrado a la barra pensando en dios sabe qué.

Le miro y me entra la risa floja. Como no sé qué decirle, ni me apetece hablar, me pongo a pensar.

Llegamos a nuestro destino y vamos a hacer las gestiones. Antes de salir ya le había avisado que yo no tengo porque ir. Insiste para luego pasar lo de siempre, es decir, mi presencia no es en absoluto necesaria, pero me quiere allí por lo que pueda pasar. Cuando salimos se lo rebozo por la cara, casi insultándole, pero sigue andando estilo robótica.

Sigo pensando que hacer.

Volvemos de nuevo en metro. Esta vez hacemos un itinerario diferente y hacemos trasbordo en Goya. El tren está a punto de llegar y chico, que quieres que te diga, no aguanto más, no pude remediarlo. Es tan mohíno que se queda atrás del todo, sin moverse, así que tuve que agarrarle del abrigo y tirar de él con fuerza para arrastrarlo y lanzarlo al metro, joder, que a gusto me quedé.


No le tire a la vías, no, aún no tengo instinto asesino. Simplemente le empotré hacía el interior, se cerraron las puertas y yo me quedé fuera. Puse exactamente la misma cara de gilipollas que pone él, mirándole con sorpresa como si no supiera que había podido pasar.

Salí fuera, volví andando al trabajo, me tome un café con mi bollito en la terraza del Giangrossi y me fumé un cigarro tranquilamente.

Levanté la mirada y le vi venir subiendo la calle Velázquez, el tonto de los cojones esta de vuelta, el robot mohino para más señas. 




El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...