lunes, 30 de mayo de 2016

No es el fin del mundo


Si ya lo sé que no es el fin del mundo, pero jode, bastante. Imagino que alguno de estos años se conseguirá, pero hasta entonces, te quedas con cara de gilipollas, de tontito.

Un madridista esta mañana en el trabajo lo primero que me ha dicho, nada más verme, ha sido: “Lo siento”. Como si hubiese muerto alguien o se hubiese acabado mi mundo. Yo creo que lo ha dicho con miedo, así por lo bajini, porque sabía que cualquier otro comentario podría haber acabado con una bofetada mía en forma de respuesta.

En general (al menos conmigo) los madridistas, muy propensos muchos de ellos a mofarse del contrario, pues no saben ganar (no les han enseñado) y menos aún perder (no están acostumbrados), han actuado con mesura. Ni wasaps, ni llamadas, ni comentarios. Silencio y calma total. Y no es que no lo deseasen (el regocijarse en la desgracia ajena me refiero,) pero creo que en esta ocasión les ha podido la sospecha a las posibles contestaciones (con razón).

Únicamente algún perdido, que entiende de futbol lo que yo de física, se ha dedicado a lanzar y copiar mensajitos. Uno de ellos, en el wasap de tenis y pádel, ha puesto como imagen del grupo a alguien aún más borderline que él mismo: S. Ramos. Y acto seguido este comentario: “dedicado a Enrique, un madridista reconocido”. Le veré mañana y seguro que alguna tontería saldrá de su boca. Depende de cómo me pille quizás se le acaben las ganas de hacer bromas conmigo durante una temporada.

Sinceramente tenía malas vibraciones. No tenía ninguna esperanza de ganar. Sabía que de nuevo se perdería, como hace dos años, así que me lo tome con filosofía. Cuando no esperas nada, cualquier cosa vale.

Hace dos años vi el partido fuera de Madrid. Después de vivir una ilusión durante toda la temporada, de soñar con conseguir lo que anhelas, te encuentras de bruces con una patada en los morros, en forma de injusticia y desprecio fuera de tiempo y lugar.

Vi el partido con mi amigo Pablo. Le felicite según iban pasando esos minutos regalados que ya no servían para absolutamente nada, y él, conocedor de mi dolor, no dejo entrever un solo atisbo de alegría en su comportamiento. Terminó el partido y nos tomamos un fresquito, fumándonos un cigarro, en el silencio de la noche, comentando momentos triviales de la final, dejándome en paz, pues sabía que para mí era un sueño incumplido, una historia muy mal acabada.

He aprendido en estos dos años a creer en muy pocas cosas. Las situaciones y las personas te van enseñando a comprobar que la crueldad se va regalando sin más. Que las palabras sin sentido (sin sentir) se venden baratas. Que el mercado de los sueños está podrido por dentro, aunque la manzana reluzca por fuera. Que el populismo de usar y tirar absolutamente todo está de moda, a la orden del día. En definitiva, el famoso refrán: “ande yo caliente… ríase la gente”, tomado en su acepción de: me importa tres cojones como te vaya en la vida, que la mía me va de puta madre, ya te usé para lo que me servías. A otra cosa mariposa.

Este año he visto el partido en Madrid, en casa de mi hermana. No tienen televisión (hay gente para todo) y pensaron de proyectar en la pared la señal de internet desde el portátil. Resultado: vimos el partido (cuando pudimos) con una media de 5-10 minutos de retraso. Vimos el partido en nuestro mundo, apartados de la realidad. Una realidad vivida casi en un sueño, sin ningún sentido, pero casi igual de emocionante.

Al menos fue divertido y me alegre por mi hijo, que saltaba como un mono al terminar los penaltis. Aun siendo un niño, le salió el tufillo mal criado madridista, así que le cogí por banda, a él y al primo y les dije: “tenéis que estar contentos porque ha ganado vuestro equipo, no porque ha perdido el contrario. Esta feo y es cruel reírse de la derrota del otro”. Se me quedaron mirando con carita. “Venga, ¡vamos a chillar por la ventana!, que os voy a encender unas bengalas”. “Yupiiiiiiiiiiiiiii”.

Ya había aprendido en mi vida a valorar lo realmente importante, aquello que merece la pena. Ahora he aprendido a valorar a las personas, a aquellas que realmente merece la pena cuidar y respetar. He aprendido a dar según recibes. He aprendido a querer únicamente a aquellas personas que te miran a los ojos y te sonríen. A aquellas personas a las que les interesa y les emociona tu existencia.

De pequeño yo era del Madrid. Pero lo llevaba en secreto, pues todo el mundo pensaba que por tradición familiar yo debía ser del Atleti. Y era gracioso, pues me alegraba y emocionaba con las victorias del Madrid, aunque se supone me la debía traer floja. Pero me llegaba al alma la forma de despreciar y mofarse de los atléticos de ciertos madridistas. No lo entendía. Y eso hizo que, cada vez con más fuerza, me acercará al sentimiento Atlético, hasta terminar apoyándoles y sufriendo con ellos.

En fin, que soñado lo soñado y vivido lo vivido, lo mejor es preparar una buena fiesta, con su barbacoa y sus coloraos (y coloras). Estáis todos invitados (incluidos los madridistas).

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...