lunes, 19 de diciembre de 2016

El dilema de las uvas

Pues sí, para mí es un dilema todos los años. No tengo la culpa de que sea una de mis frutas preferidas, junto con las picotas. Y si me las sirven lavaditas, ya ni te cuento. También acepto todo tipo de frutas, peladas y cortadas en trocitos, por supuesto.

Tampoco tengo la culpa de que sea costumbre zamparlas con las campanadas. A saber a quién se le ocurrió tal idea, no me apetece buscarlo.

El caso es que llega la tarde de noche vieja, me paso por la cocina para fisgonear un poco y ahí están: en sus cuencos, lavadas, brillando. Me pongo un vinito, agarró un trozo de jamón y me quedo mirandolas ¿Y si como unas cuentas?

Yo no sé si dará mala suerte o algo así, pero pasa por mi mente. Quizás el día de noche vieja solo debas comer las 12 uvas y punto final, no vaya a ser que la desgracia te persiga durante todo el año.

Me gustan desde pequeño. En mi casa del pueblo tenemos una parra en el patio y cada año contaba los racimos que brotaban. En cuanto se hacían un poco regordetas las engullía. También cuando subía en bicicleta a la piscina de la casa de mi tío Gervasio. No me bañaba, pues tenía pánico al agua, así que mientras todos chapoteaban yo me dedicaba a comer uvas y pepinos del huerto de mi tío.

A lo que vamos, que casi siempre que voy al super compro uvas. He comprobado que es relajante ir arrancándolas y metiéndotelas en la boca. Quizás en esos momentos estoy pensando en vino, a saber.

También un par de años fui a vendimiar. Mientras canturreaba entre cepa y cepa, con el sol achicharrando mi nuca, fantaseando con la mísera esclavitud que estaba sufriendo, comía uvas como un payaso.

Ya termino, vayamos al grano. Termino de cenar y observo el cuenco con las uvas, 12, que mi tía, muy apañada ella, ya nos ha lavado y contado.
Las voy colocando por orden. El mes de enero, una pequeña, es un mes divertido y que pasa rápido entre fiesta y fiesta. Para los meses de febrero y marzo las cojo contundentes, suelen ser meses fastidiosos y tristones. Abril y mayo normalitas. Junio un poco más reluciente. A julio y agosto les dedico las más pequeñas y retozonas. En septiembre vuelve a subir el volumen. Las más gordas las dejo para octubre y noviembre, meses en los que necesitas energía, y termino de nuevo en diciembre, con una uvita correntucha, pasable, para que no me atragante al final.

¡Feliz año nuevo! ¿Qué culpa tengo de que me apetezca seguir comiendo uvas? Pero claro, mi mente vuelve a martillearme con la mala suerte… ¡No comas más uvas Kike! Me rasco la cabeza y lo dejo. Pero ese saborcillo dulce… ¡qué bien viene con el champan!... ¡Kike joder! ¡Que no! Vale, vale, vale. ¿Una sola? ¿Qué puede pasar? ¿Dos…? ¡Qué pesaito eres macho! ¡Que no!

Me encojo de hombros, dejo la copa de champan y vuelvo al vino, pues dicen que mezclar es malo.


martes, 18 de octubre de 2016

Papel tosco y barato: Mi cabronazo favorito

Alejandro rondaba los treinta y tantos. Tenía un puesto más que aceptable en una afamada empresa de consultoría. Vivía en la quinta planta ático de una promoción con todas las comodidades, en una de las mejores zonas residenciales de la ciudad.
No era feliz, aunque aparentaba tenerlo todo, o casi todo. Era la envida de todos sus amiguetes con esposa e hijos. Alex para los amigos (y amigas).
Ocupaba su tiempo libre en ir al gimnasio (le gustaba cuidarse y que le mirasen las pivitas), acudir a todo tipo de eventos culturales (siempre pensaba que allí acudirían las tías más interesantes), acercarse de vez en cuando a Ongs (molaba eso de aparentar que ayudabas a los más necesitados y además estaba de moda) y tirarse a todo lo que se moviese y se pusiera a tiro.

En realidad todo aquello lo hacía para tener su mente ocupada, para no pensar. Le importaba un pepino los sentimientos de los demás. Si alguna vez mostraba interés era porque lo que conocía le parecía diferente al resto, le parecía gracioso y jugaba un rato. Ponía como excusa que en su vida le habían utilizado y había sufrido anteriormente en el amor. Pobre.

Salía de juerga jueves, viernes y/o sábados. Incluso algún domingo. También cualquier día de la semana que tuviera la oportunidad de quedar con alguna.
Volvía a su ático a las tantas y al día siguiente deambulaba como un zombi por la ciudad. En esas ocasiones, al volver a casa, o dormía 12 o 14 horas seguidas o se tomaba algún estimulante para seguir.

A veces, algunas noches al volver de juerga, solo en su ático, se preguntaba porque no encontraba la persona adecuada y perfecta para acompañarle.
Algunas mañanas despertaba con la tía de turno en su cama. Miraba, se duchaba, bostezaba desayunando con ella al lado y casi la sacaba a pescozones de su ático. Se aburría de manera sobrehumana.

En esas ocasiones se quedaba meditabundo y pensativo, aunque se le pasaba rápido al ver los mensajes de su móvil. Cristina o Alicia o Raquel o Cecilia o Amparo o María o Yolanda o Rebeca o hasta su puñetera madre, le recordaban lo bueno que estaba, lo gracioso que era, lo interesante que resultaba. Todas aquellas mujeres morían por volver a disfrutar de su compañía.

 
Aquella mañana el sol inundaba su ático. Le gustaba dormir con todas las persianas subidas para que al amanecer el sol entrará como un vendaval (en realidad lo hacía para poderse despertar). Se duchó, se puso uno de sus trajes, se tomó su café y salió al rellano de su portal para tomar el ascensor.
Para su sorpresa (y también indignación) el ascensor no funcionaba. Le arreó varias veces, pero no contestaba. No sabía qué hacer. Se dio cuenta que había unas escaleras de bajada. En 3 años viviendo en aquel lujoso ático no se había percatado de que existían escaleras. Miro como quien lo hace cuando va a tomar un camino en el monte desconocido y empezó a bajar.

Al doblar el rellano del segundo piso se encontró de bruces con una mujer. Llevaba un chándal que a Alejandro le pareció lo más horrible que había visto en mucho tiempo. Allí estaba con su fregona limpiando las escaleras, con la cabeza gacha.
 
Alejandro se quedó parado, no del susto, sino de asombro y extrañeza, pues no era consciente de que alguien limpiará las escaleras de su edificio. Realmente no era consciente de que nadie limpiara nada. Pensaba que las calles, su oficina, los garitos y locales a los que acudía, el gimnasio, etc., se limpiaban solos, por arte de magia. Como cuando los jueves dejaba 50 euros en la encimera de la cocina para que aquella sudamericana (que no conocía ni quería conocer, pues directamente pensaba que no existía) le planchase sus camisas, y al volver se encontraba todo colocadito y oliendo a perfumado.

De su boca salió balbuceando un “Buenos días”, y ella levanto la mirada, le sonrió y contesto también “Buenos días”.
Se dio cuenta que le costaba seguir bajando los peldaños, se sintió torpe y tímido.
La miro y se dio cuenta que era el tipo de mujer que a él le ponía. No muy alta, delgada y con un buen culo. Pero sobre todo, se quedó encandilado y atontado con su voz. Una voz dulce, compasiva y que te envolvía.

Mientras arrancaba su BMW multitud de fantasías eróticas acudieron a su mente, todas ellas relacionadas con aquella mujer en chándal que acababa de cruzarse.

Aquella noche pensaba en la mañana siguiente, lo cual le parecía atónito y le hacía ponerse nervioso, él, que nunca sentía emoción alguna por madrugar y contemplar un nuevo día, aunque luego los disfrutase a tope.
Tenía ganas de volver a cruzarse con aquella mujer, no por nada, simplemente porque le ponía la situación (eso pensaba él al menos). Pero claro, ¿cómo hacerlo sin que estuviese el ascensor averiado?
Estuvo una hora dándole vueltas a su mente corrompida buscando salida a aquello y, al final, encontró la solución: si aquella mujer limpiaba las escaleras del edificio, debería limpiar igualmente el final de las mismas (que daban acceso al ático) y el rellano de su portal; de esta forma, era tan fácil como esperar a que subiera hasta allí, salir en ese momento y encontrarse con ella. Joder tío, eres la hostia, ¡la hostia!, ¡eres mi cabronazo favorito!. Durmió como un angelote.

A la mañana siguiente se levantó emocionado (y excitado). Desayunó con el café en la mano, delante de la puerta, mirando por la mirilla, esperando ver aparecer a la mujer del chándal. Pasaba el tiempo y nada. Llegaría tarde al trabajo. Llamó poniendo una de las miles de excusas que siempre se inventaba y continuó alerta. Estaba empezando a impacientarse cuando la diviso al fondo del pasillo, con el cubo a cuestas. Salió del ático haciéndose el imbécil, mirando el móvil, como si tal cosa.

-          Ah, hola, buenos días de nuevo.
-          Buenos días.
-          Vaya… dos veces en dos días, esto es casualidad.
-          Pues sí, así es.
-          ¿Está ya arreglado el ascensor?
-          Creo que sí. Ya he visto a vecinos esta mañana tomándolo.
-          Mejor así la verdad.

Silencio absoluto. Ella se puso a fregar el portal. Él sin saber qué hacer. Llamo al ascensor.

-          ¿Llevas mucho tiempo trabajando en este edificio?
-          6 meses.
-          No te había visto nunca.
-          Jajaja, eso es porque no baja Usted las escaleras por las mañanas y tenemos horarios diferentes.
-          Jajaja, claro.

De nuevo silencio. El ascensor está llegando.

-          Bueno, pues… que tengas un buen día.
-          Gracias, igualmente, le deseo un buen día.

Trago. Bajo en el ascensor. Se insultó a sí mismo por no haber dado un pasito más. El paso que llevaba imaginando todo el día anterior ¡si hasta había ya fantaseado follándosela en su ático!

El día transcurrió raro para él. Aquella mujer le venía a la mente sin cesar. Lo que más le cabreaba es que no sólo por sexo.

Viendo la champions aquel miércoles por la noche pensaba que cruzarse con ella una tercera vez resultaría de lo más chocante. Vamos, que se iba a notar mucho. Aunque pensándolo bien ¿Qué podía perder? ¿Qué más daba? Solo era la empleada que limpiaba las putas escaleras de su edificio. Quizás ni volviera a verla en su vida. De nuevo se puso a dar vueltas a la cabeza rumiando una nueva forma de encontrarse con ella. ¡Bingo!. Aquella mujer debía igualmente limpiar la entrada al Edificio y el portal principal. Se levantaría temprano, indagaría sobre su situación, y haría lo posible por coincidir con ella en el portal de entrada, como si él estuviese mirando el buzón de correos (buzón que casi nunca miraba, solo de pascuas a ramos, porque era el típico que manejaba todo por internet).

Dicho y hecho. A la mañana siguiente se levantó temprano y con ganas. Una sonrisa irónica inundaba su rostro pensando en el plan que tenía diseñado. Se ducho, se vistió, se echó más Axe Black de lo normal, y salió al rellano del portal de su ático. Sin hacer ruido observo el hueco de las escaleras. No oía ni veía nada. Frunció el ceño. Se quedó allí 5 minutos esperando, casi sin respirar, mirando por el hueco. Vio luz al fondo del hueco y llamo apresuradamente al ascensor. Lo cogió y buscó el botón de planta baja. Según bajaba se desabrocho un poco la camisa y se quitó la corbata, pensando que así tendría un aspecto más interesante.

Salió al portal, pero no había nadie. Observo las escaleras, pero nada. Salió a la entrada del Edificio y nada tampoco. Mierdas. En fin, ya puesto fue al buzón y lo abrió. Las cartas y publicidad se desparramaron por el suelo. Se olvidó durante unos instantes del motivo por el cual estaba allí, mirando la publicidad de un nuevo negocio que habían abierto en el barrio: Librería “Los Mundos de Lucia”, todo en Libros, material escolar y didáctico. Pensó en acercarse un día de estos para ver el percal que se movía por allí.

La puerta del Edificio se abrió y apareció ella. No iba en chándal. Llevaba zapatillas deportivas y vaqueros y camiseta muy ajustados. A nuestro estúpido Alex le dio un vuelco el corazón. Se quedó mirando boquiabierto con la publicidad entre las manos.

-          Bu Buenos días.
-          Buenos días, madruga hoy Usted.
-          No… Si… bueno, es que estaba mirando el buzón.
-          Ya lo veo.

Se quedaron plantados uno delante del otro. Ella le sonrió.

-          Voy a cambiarme y empezar mi jornada. Que tenga un buen día.
-          Gracias.
-          Hasta mañana.
-          Eh… si… hasta mañana.

Pasó por delante de él y se dirigió a una puerta al fondo, con un cartel que ponía “productos de limpieza”.

-          Espera, perdona.
-          Sí, dígame.
-          ¿Cómo te llamas?
-          Claudia.
-          No sé, quizás te parezca atrevido o te moleste, pero había pensado que quizás alguna mañana te apetezca tomar un café, te invito si quieres Claudia.
-          ¿Un café? Jajaja, pues… sí, claro, ¿Por qué no?
-          Gracias, pues ¿Cómo lo hacemos entonces?
-          Tú dirás.
-          Jajaja, no no, me refiero a ¿Tú cuando puedes? Si quieres algún día temprano que vengas, puedes subir a mi ático y te invito. Ahora mismo si quieres.
-          ¿Ahora mismo? Tengo que trabajar.
-          Sí, claro, entiendo, yo también, pero será un cuarto de hora, yo aún no he desayunado.
-          Vale, como quieras.

Mientras subían en el ascensor, Alex solo tenía un pensamiento en su cabeza: el culo de aquella tía. Aunque a decir verdad un pequeño pinchazo martilleaba su mente, nada importante creyó en esos momentos. Una mujer más a la que habría seducido y follado en su ático.

Claudia aun no era consciente de aquello. Su mirada y su voz chispeaban. Solo tenía en su mente sueños y fantasías. Un nuevo mundo al que quería escapar.
                                                                                  

Lucia intentaba ajustar al máximo sus prismáticos, recostada sobre un pequeño sofá de grandes brazos, pellizcándose el labio inferior, con su café y su cigarro al lado. Descolgó el teléfono lentamente.

-          ¿Sí? Buenos días.
-          ¿Javi?
-          ¿Qué te pasa?
-          Esta ahora mismo con otra tía en su ático.
-          Espera, espera… ¿Me estas llamando a las 9 de la mañana para decirme que ese tío esta con una tía ahora mismo?
-          Si. ¿Y sabes quién es?
-          Joder Lucia… A ver, ¿Quién es?
-          La mujer que friega las escaleras.
-          ¿Y cómo cojones sabes que es la mujer que limpia las escaleras?
-          ¿Te acuerdas cuando te conté el día que me cole en su edificio para averiguar su nombre y algo sobre él?
-          Eh… si, me acuerdo sí.
-          Pues me encontré con la mujer de la limpieza, que, fíjate tú que gracia, es la misma que ahora está tomando café con él.
-          Lucia, deberías dejar ese juego, no está bien espiar a la gente joder.
-          Anda ya, no me seas cuadriculado. Me gusta observar a la gente y no tengo la culpa que ese tío tenga todo el puto día los ventanales sin cortinas y con las persianas subidas, a la vista te todos. Además, no hago daño a nadie. Y ese tío me pone… Me pone mucho la verdad.
-          Tú misma.
-          Joder que borde, te llamo para compartir mi excitación contigo y mira como me hablas.
-          ¿Tu excitación? ¿O tu obsesión?
-          Vale, mira, voy a colgar, ya está.
-          Ok, ok, perdona. Por cierto ¿Cómo te va el negocio?
-          Empezando, ya sabes.
-          Ya, todos los comienzos son complicados. ¿Y cómo vas con tu libro?
-          Lo he dejado aparcado unas semanas.
-          ¿Y eso?
-          Estoy con un relato sobre la vida de Alex, mi chico del ático de enfrente…
-          Lo dicho tía. Estas como un auténtico cencerro.
-          Estoy intentando descifrar su conversación ahora mismo… pero mierdas, me es imposible, tendré que dejar rienda suelta a mi imaginación.
-          La madre que te parió…
-          ¿Y sabes? Un día de estos me cruzaré con él y le conoceré. Y seré yo quien le invite a tomar café en mi ático…

 

viernes, 23 de septiembre de 2016

Apriétame fuerte, protégeme


Tengo prisa y no me da tiempo a todo. Quiero correr pero me fatigo a los 7 minutos y 52 segundos de forzar mis piernas. Sé que puedo aguantar más pero tengo que seguir.
Últimamente tengo la rara sensación de que no llegaré a viejo. No me veo de viejo, aunque quizás lo soy con el tiempo. Quizás ya lo soy y no quiero reconocerlo.

Estoy bien, en plena forma, pero me pita en los oídos, debo cuidarme, pues estoy en riesgo. Me he encontrado con el riesgo de bruces y yo también lo he buscado. Quizás sea eso, que me gusta el riesgo.

El tiempo es una venganza. Alguien lo diseño así. El tiempo se acaba y la venganza, tarde o temprano, se consuma. Y se consume.
El circulo de una venganza que acaba por acorralarte y dejarte dentro, sin posibilidad de escapatoria. Por mucho que esgrimas tu espada, acabas destrozado de rodillas.

Toda la retahíla de pensamientos que cruzan mi mente deben ser conocidos con y por el tiempo. Los sueños, miedos, fantasías y sentimientos. Si, también sentimientos.

Quizás acabe poniendo cañas detrás de una barra, con algún amigo al lado, con música de U2, Radio Futura o Amaral de fondo, preparando pinchos de tortilla mientras los niños juegan en un columpio.

¿Cuándo se olvidan los sueños? ¿Cuándo? ¿Alguien lo sabe? Quizás aún sea un chico, un niño, y por eso no me veo de viejo. Porque mis sueños siguen vivos. Sigo riéndome del tiempo y de su venganza. Por eso me odia.

Las olas de los muertos se levantan y te arrastran. Miraba el horizonte, la sonrisa y la espalda. No te acerques al mar que te lleva con él. Aun así, espera, aún queda un rincón. Un rincón donde descansar y seguir soñando.
Mucho había cambiado, hasta te dirigen y te sitúan. Donde había libertad absoluta, ahora hay carteles con normas. Pero la arena es la misma.

El viento del sur te quema y te alivia. Apriétame fuerte, protégeme. Eso haré, eso debo hacer, pues sino la venganza me pillará sin avisar. Y quiero consumir mi tiempo protegiéndote, siempre.

¿De qué sirve la venganza si en el fondo solo pretendes vengarte de tus propias miserias y errores? Coges un aro, lo das vueltas sobre sí mismo, y sobre ti mismo, y te das cuenta que nunca se acaba. Mejor romperlo y que caiga al suelo, que deje de bailar sobre tu cintura.

El año que vivimos peligrosamente. Me gusta la película, pues sino sientes el peligro, el riesgo, acabas muerto en una cuneta, olvidado mientras te consumes.

Como dijo Andy Dufresne: “lo gracioso es que estando afuera de prisión era un hombre honrado. Tuve que entrar en prisión para convertirme en un criminal”.
Lo gracioso es que tenía mi vida, pero entre pitos y flautas se me cruzó otra. Y no paraba de escribir sobre ella porque me gustaba y era emocionante, bonita y peligrosa.

Fui al dentista y me recomendó dormir con una férula, pues aprieto demasiado mi mandíbula. No me extraña, tanto he callado y tragado, esperando que una simple mirada hablase por mí. Dormí con ella y pude vomitar.

Aún recuerdo, sí, aun. Quizás sea un obtuso, como el miserable alcaide de mi querido Andy, quizás es que no me entere de nada ni quiera enterarme. Solo me pregunto ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? Creo que nunca tendré respuesta. Y en un mensaje, de su mismo nombre, encontré el final: “Anoche pasó algo fenomenal, cuando me acosté había una hermosa luna y, de pronto, empezó a llover”.

Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.

Quizás sea cierto, quizás me equivoque, quizás me haya rendido. Me quedé triste y pensativo. Pero quiero oír el sonido de tu tren y de tu risa, ver tu león y tu piano, volver a reírme contigo y sentir tu abrazo. Cumplir nuestra promesa de ayudarnos a ser felices. Porque si no lo haces, que lo sepas, te mataré. Porque soy un asesino ¿aún no lo sabes? Un asesino a sueldo, benévolo y compasivo, pero asesino al fin y al cabo. Leal, pero asesino. Guapote, pero asesino.

Te debo un anillo, pero que sepas que el poder corrompe. Y tú a mí un collar, aunque no me gustan las mascotas que lo llevan. Y lo siento, pero te voy a matar.


Venganza del tiempo y del circulo no me odies tanto, deja de pitarme al oído y déjame seguir siendo un niño. Y soñar con futbol, con peluches y juguetes, con niñas y toboganes en la piscina, con olas en el mar y con helados de fresa y chocolate. Con fantasmas y monstruos, con toritos y espadas. Con caricias y abrazos en la noche. Apriétame fuerte, protégeme.

Tengo un sueño. Se que no debería, pero aún los tengo. Sí me coges fuerte, muy fuerte, si me proteges en la noche, traspasaremos juntos el circulo.

lunes, 30 de mayo de 2016

No es el fin del mundo


Si ya lo sé que no es el fin del mundo, pero jode, bastante. Imagino que alguno de estos años se conseguirá, pero hasta entonces, te quedas con cara de gilipollas, de tontito.

Un madridista esta mañana en el trabajo lo primero que me ha dicho, nada más verme, ha sido: “Lo siento”. Como si hubiese muerto alguien o se hubiese acabado mi mundo. Yo creo que lo ha dicho con miedo, así por lo bajini, porque sabía que cualquier otro comentario podría haber acabado con una bofetada mía en forma de respuesta.

En general (al menos conmigo) los madridistas, muy propensos muchos de ellos a mofarse del contrario, pues no saben ganar (no les han enseñado) y menos aún perder (no están acostumbrados), han actuado con mesura. Ni wasaps, ni llamadas, ni comentarios. Silencio y calma total. Y no es que no lo deseasen (el regocijarse en la desgracia ajena me refiero,) pero creo que en esta ocasión les ha podido la sospecha a las posibles contestaciones (con razón).

Únicamente algún perdido, que entiende de futbol lo que yo de física, se ha dedicado a lanzar y copiar mensajitos. Uno de ellos, en el wasap de tenis y pádel, ha puesto como imagen del grupo a alguien aún más borderline que él mismo: S. Ramos. Y acto seguido este comentario: “dedicado a Enrique, un madridista reconocido”. Le veré mañana y seguro que alguna tontería saldrá de su boca. Depende de cómo me pille quizás se le acaben las ganas de hacer bromas conmigo durante una temporada.

Sinceramente tenía malas vibraciones. No tenía ninguna esperanza de ganar. Sabía que de nuevo se perdería, como hace dos años, así que me lo tome con filosofía. Cuando no esperas nada, cualquier cosa vale.

Hace dos años vi el partido fuera de Madrid. Después de vivir una ilusión durante toda la temporada, de soñar con conseguir lo que anhelas, te encuentras de bruces con una patada en los morros, en forma de injusticia y desprecio fuera de tiempo y lugar.

Vi el partido con mi amigo Pablo. Le felicite según iban pasando esos minutos regalados que ya no servían para absolutamente nada, y él, conocedor de mi dolor, no dejo entrever un solo atisbo de alegría en su comportamiento. Terminó el partido y nos tomamos un fresquito, fumándonos un cigarro, en el silencio de la noche, comentando momentos triviales de la final, dejándome en paz, pues sabía que para mí era un sueño incumplido, una historia muy mal acabada.

He aprendido en estos dos años a creer en muy pocas cosas. Las situaciones y las personas te van enseñando a comprobar que la crueldad se va regalando sin más. Que las palabras sin sentido (sin sentir) se venden baratas. Que el mercado de los sueños está podrido por dentro, aunque la manzana reluzca por fuera. Que el populismo de usar y tirar absolutamente todo está de moda, a la orden del día. En definitiva, el famoso refrán: “ande yo caliente… ríase la gente”, tomado en su acepción de: me importa tres cojones como te vaya en la vida, que la mía me va de puta madre, ya te usé para lo que me servías. A otra cosa mariposa.

Este año he visto el partido en Madrid, en casa de mi hermana. No tienen televisión (hay gente para todo) y pensaron de proyectar en la pared la señal de internet desde el portátil. Resultado: vimos el partido (cuando pudimos) con una media de 5-10 minutos de retraso. Vimos el partido en nuestro mundo, apartados de la realidad. Una realidad vivida casi en un sueño, sin ningún sentido, pero casi igual de emocionante.

Al menos fue divertido y me alegre por mi hijo, que saltaba como un mono al terminar los penaltis. Aun siendo un niño, le salió el tufillo mal criado madridista, así que le cogí por banda, a él y al primo y les dije: “tenéis que estar contentos porque ha ganado vuestro equipo, no porque ha perdido el contrario. Esta feo y es cruel reírse de la derrota del otro”. Se me quedaron mirando con carita. “Venga, ¡vamos a chillar por la ventana!, que os voy a encender unas bengalas”. “Yupiiiiiiiiiiiiiii”.

Ya había aprendido en mi vida a valorar lo realmente importante, aquello que merece la pena. Ahora he aprendido a valorar a las personas, a aquellas que realmente merece la pena cuidar y respetar. He aprendido a dar según recibes. He aprendido a querer únicamente a aquellas personas que te miran a los ojos y te sonríen. A aquellas personas a las que les interesa y les emociona tu existencia.

De pequeño yo era del Madrid. Pero lo llevaba en secreto, pues todo el mundo pensaba que por tradición familiar yo debía ser del Atleti. Y era gracioso, pues me alegraba y emocionaba con las victorias del Madrid, aunque se supone me la debía traer floja. Pero me llegaba al alma la forma de despreciar y mofarse de los atléticos de ciertos madridistas. No lo entendía. Y eso hizo que, cada vez con más fuerza, me acercará al sentimiento Atlético, hasta terminar apoyándoles y sufriendo con ellos.

En fin, que soñado lo soñado y vivido lo vivido, lo mejor es preparar una buena fiesta, con su barbacoa y sus coloraos (y coloras). Estáis todos invitados (incluidos los madridistas).

martes, 26 de abril de 2016

Cierra los ojos

Como un astronauta aterrizando en algún planeta lejano, como un paracaidista cayendo en un desierto, como un buzo andando por el fondo del mar.
Como un monigote, como un click de famobil, asustado al principio, andando con sigilo por esa espalda. Era suavidad, ternura.

Aterrizó y rodo por la cuesta. Sus pequeñas piernas le hicieron levantarse y huir asustado. Se asomó con miedito y empezó a andar.

Sus pies empezaron a subir despacio, como descubriendo un nuevo mundo. Subiendo, hasta la nuca. Y se adentró en su melena, con mucho cuidado, con mucho mimo, desenredando. Volvió a salir y fue andando por el borde hasta los hombros. Allí se quedó un rato. Le encantaban aquellos hombros, contemplar el horizonte desde allí.

Se sentía relajado y sentía la relajación bajo sus pies.
No quería abandonar aquellos hombros, pero volvió sobre sus pasos, escalando de nuevo por su cabello. Sintió calor, el roce de un abrigo y allí se quedó a dormir, ronroneando a gustito.

Despertó hecho un ovillo, como un koala. Miro afuera y contempló el día. Cogió su trineo y se deslizó hacía abajo como un niño pequeño sobre la nieve. Le gustó tanto que volvió a subir y volvió a lanzarse. Y volvía a subir, agarrándose con las uñas por los costados hasta sus hombros, sintiendo como el suelo se estremecía a su paso. Se tumbaba allí y besaba el suelo.

Volvió a lanzarse rodando sobre sí mismo, haciendo la croqueta. Le gustaba tanto que saltaba de la emoción. Cansado se detuvo en aquel valle, tumbado, acariciando, allí no llegaba el viento. Volvió a dormirse, era un dormilón.

Trepó aquella cuesta, descalzo, no había tenido nunca una sensación así. El silencio era absoluto. Paseando. Acariciando la tierra bajo sus pies. Se dejó llevar. Lo quería para sí. Lo quería agarrar y hasta morder. Desprevenido cayo al precipicio, no le importó.

Ese planeta, ese desierto, el fondo de aquel mar, giraron para él. Ese mundo deseaba estar más relajado aun. Y él sabía cómo relajar al mundo.

Lentamente. Tan lento que los segundos no avanzaban. Milímetro a milímetro, acercando sus yemas, hasta posarlas muy poco a poco. Acariciándolo. Ardiendo.
Era su rostro. Su frente, sus parpados, su nariz, sus pómulos, su boca… Ahondando en su cabello, desenredando y peinando su melena.

Si, como un imán. Lo que no sabía ese mundo es que era su rostro el que realmente acariciaba y relajaba.

¿Qué es lo que más te gusta? Esto cariño, esto.
Cierra los ojos pequeña.
¿Sabes? Solo por esto hubiera viajado en una nave espacial, me hubiera tirado en paracaídas o habría bajado al fondo del mar.

martes, 19 de abril de 2016

19 de Abril

El viernes pasado me di un buen golpazo jugando al pádel. Reboté contra la pared y boté en el suelo, como si fuera la mismísima pelota. Me quedé tumbado boca arriba sin respiración. Me gusta darlo todo, también en el pádel, aunque me quede sin aire. Se acercaron todos corriendo. “Nada, tranquilos, me he dado ostias peores”. Me levanté yo solo, medio mareado. Un día como hoy, de hace tantos años ya que casi ni me acuerdo, murió mi padre. Quizás por eso me decido a escribirlo, porque los recuerdos se van diluyendo, aunque si cierro los ojos y fuerzo la mente, los flashes me vienen a la memoria.

Ayer mismo soñé con él. Tengo ya comprobado que cuando me quedo dormido en el sofá boca arriba, tengo los sueños más estrambóticos. Fue gracioso. Soñé que estaba en mi casa y unos clientes de mi empresa aparecieron de repente para firmar un contrato. Eran las ocho y media de la tarde. No los esperaba, aunque luego me enteré que sí que había quedado con ellos. Encendí mi portátil buscando el puto contrato, pero no lo encontraba en ninguna carpeta. No tenía conexión a internet. Me estaba empezando a poner nerviosito. Ya no sabía que decirles ni dónde meterles. Me puse a buscar por toda la casa el puto contrato, abriendo los cajones. Lo único que apareció fueron mis raquetas antiguas. Y mi padre al lado de mí todo el rato, observando mis movimientos, sonriéndome de forma dulce y compasiva, imagino le haría gracia la situación.

Tenía escrito, descrito, como murió. Esas horas y momentos interminables. Todo visto desde los ojos de un chico que no entendía nada, que pensaba que todo aquello era una pesadilla de la que no tardaría en despertar. Tenía descrita cada una de mis miradas, cada uno de mis sentimientos. Tenía descrita la crueldad y la muerte delante de mí. Cómo un cuerpo caliente pasa en horas a estar frio como el hielo, hasta casi quemarte. No recuerdo llorar, pues estaba ido. Lloré después, pues el dolor en el pecho se te agudiza cuando eres consciente de la ausencia.

Me han dicho que no describa su muerte. Ese día de muerte. Que me lo guarde para mí. Que es algo íntimo. No suelo hacer caso a nadie, pero en este caso lo haré. También porque mi hermana me ha empezado a leer y, joder, no creo que le guste demasiado reencontrarse con esos recuerdos, menuda bienvenida más cojonuda le daría a mi blog.   

Hace casi 2 meses que no escribía nada. ¿Por qué? Ni puta idea. Como si a esa carpeta “personal” con mis “historias y relatos” la hubiese puesto una contraseña que ni yo mismo era capaz de recordar ni descifrar.

Mi padre era un hombre cualquiera en un pueblo cualquiera.
Más bien bajito, casi sin barriga, con entradas en su pelo rizado, la piel de la cara y brazos muy morena, curtida por el sol, ojos oscuros, boca y nariz bonitas. Más bien serio, aunque, cuando se reía, su carcajada era inconfundible y resonaba como ella sola. Fue concejal de mi pueblo. Yo siempre lo recuerdo en el Ayuntamiento, más que en nuestra propia casa.

Hay gente que escribe por simple negocio. Tienen en su mente un proyecto mercantil y lo siguen a rajatabla. Hay gente que escribe por amor. Un cobarde es incapaz de mostrar amor, hacerlo está reservado para los valientes.

A mi padre le encantaba el deporte. Cualquier deporte. Su obsesión fue construir el frontón municipal y la pista polideportiva. Hasta que no lo consiguió no paró. Y ese sueño, el sueño de su vida, fue en parte la causa de su muerte. Porque fumaba como un carretero, dos paquetes de ducados al día, y después lo daba todo en el frontón. Le encantaba jugar. Jugar con sus amigos. Jugar conmigo.

Nunca hablé mucho con mi padre. Cosas triviales. Nunca fue muy cariñoso conmigo.
Aprendí de él por sus actos y sus silencios. Amaba a mi madre por encima de todas las cosas. Amaba a su pueblo por encima de su propia casa.
Crecí rodeado de televisiones, radios, planchas, etc, etc, de todos los vecinos del pueblo. Pues mi padre era un “manitas” y, en sus ratos libres, se dedicaba a arreglar los aparatos de los demás. Sin cobrar una mísera peseta. Por aquel entonces, el 100 % de las antenas de las casas de mi pueblo fueron colocadas por mi padre. Siempre imaginé que moriría cayendo de algún tejado.

Hay gente que solo escribe cuando le invade la tristeza, la soledad, el silencio. Las letras se convierten en pequeñas hormigas trabajadoras, que se afanan por llevar su carga a algún sitio escondido bajo tierra. Hay gente que escribe sueños, ilusiones, fantasías, sin saber que los sueños son el final del camino.

Le encantaba pescar. Recuerdo los veranos, deseando salir a las 3 del cole, bajar corriendo a casa, comer y bajar al rio con mi padre. Si pescar puede ser aburrido, ver pescar ya ni te cuento. Aun así, siempre bajaba con él, porque el rio ejercía sobre mí una atracción extraña. Me acercaba hasta casi el borde, mirando como mis pequeñas zapatillas se mojaban con el agua, balanceándome, mirando. Mi padre me reñía, según él porque espantaba a los lucios. Así que me dedicaba a explorar y observar. A comer moras y membrillo, a recoger flores para mi madre, a buscar tréboles de 4 hojas. Me gustaba el sonido de los abejorros.

Le encantaba ir a coger setas. A mí también. Pasear entre los chopos del valle, ir de uno a otro, buscando cerca de las raíces. Me hechizaba apartar las hojas secas, no sabiendo si te encontrarías una seta o un sapo. Volvíamos a casa sucios, embarrados, pero contentos con nuestras setas.
Al mus era un hacha. Eso decían. Me hubiera gustado haber podido jugar con él, aunque hubiera sido una sola mano. Yo me ponía a su lado en el bar, mirando. No entendía absolutamente nada, pero me gustaba mirar como cogía las cartas, como las trataba, los comentarios que hacía, como sacaba de sus casillas a los contrarios. Me flipaba escuchar su risa. “Anda hijo, vete para casa, que ya es tarde”.

Hay gente que escribe para otras personas. Mandando mensajes como en una botella, que casi nunca llegan a ninguna playa, pues se pierden en mitad del mar. También los hay que escriben por puro placer, oyendo como su corazón se ralentiza y relaja.

Con mi Padre se asfaltaron las calles principales del pueblo, donde antes solo había tierra y barro. Se construyó el Centro Social, el Centro Médico. Se instaló el repetidor de televisión. Se empezó a recoger la basura de las casas. Se construyeron viviendas como nunca. Mi pueblo bullía de vida y gente. De unión y risas. Esto, está claro, no viene a cuento ni le importa a nadie, pero a mí sí. Hizo añicos su coche bajando a los motores del río, para arreglarlos con sus propias manos, para que la gente, su gente, pudiera beber agua y lavarse la cara. Eso es compromiso por quién te ha elegido para un puesto. Todo lo demás para mí no existe.

Le encantaba hacerme rabiar. Cogerme en el sofá y aprisionarme haciéndome cosquillas. Le encantaba hacerme correr jugando al frontenis. Aprendí a jugar dándolo todo, a arriesgar siempre, pues él era un pillo jugando. Su risa. Su risa.
Cuando me ponía malo, lloriqueaba para que viniese a verme a la cama, mi médico. Llegaba, se arrimaba a mi lado, ponía su mano en mi frente. “No tienes nada, venga, a dormir, mañana se te habrá pasado”. La relajación invadía mi mundo y me dormía como lo que era, un niño pequeño.

Mi padre fue respetado y querido, por todos y cada uno de los vecinos del pueblo y por toda su familia. Aun hoy, tantos años después, a muchos de ellos se les humedecen los ojos cuando me hablan de él en el bar del pueblo. Vivió y murió. Nada volvió a ser lo mismo, ni en mi pueblo ni en mi casa. Pero estoy aquí. Y veo a mi hijo, y le veo a él, pues son idénticos.

La ostia del viernes en el pádel me ha dejado dolor de costillas, se me pasará en unos días. La muerte de mi padre me dejó un dolor en el pecho durante muchos años, una cicatriz invisible en los ojos. Realmente siempre me ha jodido por él, no por mí.

He escrito sobre mi Padre, no sobre la muerte. He vuelto a escribir porque cada día amo más a mi Padre, aunque cada día lo recuerde menos.

lunes, 22 de febrero de 2016

5 escopetas, 38 céntimos, algún cacahuete pérdido y una tirita


Estamos de mudanza en mi empresa. Con ésta es la tercera desde que trabajo aquí.
Ahora mismo están todos (casi) revisando cajones y armarios, tirando o guardando para las nuevas oficinas, haciendo cajas sin parar. Yo les digo que estoy con el resumen mensual. ¡Qué gran invento mi famoso resumen mensual!

Me gustan las mudanzas. Es un buen momento para hacer limpia. Para tirar todo aquello que, desde hace tiempo, está ahí, pero no sabes muy para qué está ahí.
¿Me puede servir para algo? Ainss me da tanta pena tirar esto…
¿Y si aún lo necesito? Quizás algún día…
¿Y esto qué narices hace aún aquí?
¡A tomar por culo! ¡Con lo que mola trocear y tirar papeluchos!
Es una lucha encarnizada entre tu yo romántico y tu yo práctico.

Me gustan las mudanzas porque los marrones, esas cosas y papeles que te asquean, que llevan ahí meses sin terminar de solucionarse, cabe todo ello en una caja, y aún sobra sitio. Y te das cuenta de lo imbécil que eres, pues todos tus problemas se reducen a una pequeña caja de mudanza. Caja que podrías llevar a tu nueva oficina dando patadas por la calle, como un niño al salir del cole.

 
Mi padre y mi tío cazaban. Y tenían entre ambos 5 escopetas. Como ambos murieron, la Guardia Civil las requiso. Mi familia me encargó la tarea de intentar recuperarlas, pues eran un recuerdo. Y como soy así de gilipollas, pues a ello que me puse.

Después de varias pesquisas y visitas, pude comprobar que aún existían y que estaban depositadas en dependencias de la Guardia Civil. Para recuperarlas, tuve primero que sacarme la licencia de armas, lo cual es un engorro, porque aparte de la pasta que te cuesta, debes aprenderte el Reglamento de Caza, pasar un examen escrito, otro examen práctico (atine la diana de puro milagro), pasar un psicotécnico (más milagro todavía superarlo) y hacerme un seguro.

Sabiendo donde estaban las escopetas y ya con mi licencia de armas, tuve que recoger la firma de mis primos y hermana, legitimadas ante Notario, autorizándome para recoger las escopetas y ponerlas a mi nombre.

Y allí que fui, ya con todos los deberes hechos, a recoger esa parte de las reliquias de mi familia, ese recuerdo, al depósito de armas de la Guardia Civil, que, si no recuerdo mal, estaba por la zona de Atocha.

Llegué y me atendió un simpático Guardia Civil.

-          Hola, buenos días.
-          Buenos días.
-          Venía a recoger unas escopetas antiguas de familiares míos, que están aquí depositadas.
-          ¿Tiene Usted su referencia?
-          Si. Son estas.

Le enseñé un listado con las escopetas, que me había facilitado en otra anterior visita un compañero suyo. Hizo la oportuna consulta en el ordenador.

-          ¿Tiene licencia de armas?
-          Sí, claro.
-          ¿Y autorización para retirarlas?
-          Sí, están a nombre de mi padre y mi tío. Aquí traigo toda la documentación: certificados de defunción, el documento de Ustedes por el cual las requisaron en su día y la autorización de sus herederos para que yo pueda recuperarlas.

Se me quedó mirando con cierta ternura.

-          ¿Para qué quiere Usted estas escopetas?
-          La verdad para nada, para recuperarlas, son un recuerdo.
-          Le entiendo, ¿Tienen un valor sentimental para Ustedes?
-          Sí…, creo que sí.
-          Entiendo que puedan tener ese valor sentimental, pero sólo serán una carga.
-          Pero mi madre y mi tía quieren recuperarlas, les hace ilusión.
-          Pero la carga será para Usted.
-          No entiendo…
-          Tendrá que comprar un armero para guardarlas en su casa. Pasarlas revisión, renovar su licencia de armas y su seguro. Eso durante el resto de su vida, sino, se expone Usted a que se las vuelvan a requisar o a que se le imponga una sanción sino lo hace cuando deba hacerlo.
-          Ya..., bueno, pues lo haré.
-          Acompáñeme por favor.

Me llevó hasta una enorme sala, llena de mesas, repletas de escopetas, de todos los modelos, colores y tamaños. Varias personas y guardias se paseaban por la sala, echándolas una ojeada. Al rato, se me acercó con las 5 escopetas.

-          Aquí tiene Usted las escopetas de su padre y su tío.
-          Gracias.

Me quedé mirándolas. No tenían nada de especial. 5 viejas escopetas de caza, sucias y desvencijadas. Imaginé a mi padre y mi tío con ellas al hombro por los cerros de mi pueblo, disparando a los conejos.

-          ¿Le gusta a Usted la caza?
-          ¿A mí? No he cazado en mi vida.
-          Se lo digo porque estas escopetas ya no le servirían para cazar.
-          No pretendo cazar. Ya le he dicho que sólo es.., no sé, el hecho de recuperar algo de la familia.

Volvió a mirarme despacio, sonriendo.

-          Mira, te seré sincero. Ya te he dicho que entiendo el posible valor sentimental que puedan tener para ti o tu familia, pero estas escopetas solo te van a generar problemas. No te gusta la caza, aunque con estas ya poco podrías cazar. No son lo suficientemente antiguas para que puedan tener un valor económico, ni ahora, ni nunca, pues no tienen nada de particular. Si las dejas aquí depositadas, saldrán a subasta y te aseguro que nadie pujaría por ellas, no darían ni un céntimo, ni siquiera algún coleccionista. Como estas o parecidas hay miles, y mucho más modernas.
-          No busco dinero.
-          Lo sé. Tu madre y tu tía las verán, se quedarán satisfechas, pero se olvidarán. Y tú tendrás que guardarlas, conservarlas, pasarlas revisión, eso aparte de tener que renovar tu licencia de armas y tu seguro.
-          Si las dejo aquí, las sacarán a subasta y si nadie las coge como dice Usted, al final las destruirán.
-          Si, así es. Mira, haz lo que quieras, está en tu mano. Si quieres llevártelas, hacemos el papeleo y te marchas hoy con ellas. Como tú, en tu caso, han pasado otros por aquí, solo te digo todo esto por experiencia. No te merece la pena. Solo son problemas.

Miré las escopetas. Pensé en todo lo que había hecho hasta llegar allí, solo para llevármelas. Medité sobre las obligaciones que tendría.
A mis primos se la traía floja las escopetas, y ya no decir de mi hermana. Pero pensé en mi tía y mi madre.

-          Te dejo aquí un rato para que lo pienses o si quieres llamar a alguien. Decidas lo que decidas, dímelo.
-          Vale, gracias, hasta luego.

 
En las mudanzas tienes que elegir. Aquello que tiras de forma definitiva, aquello que decides no tirar pero dejarlo en el archivo y aquello que irá contigo a tu nuevo despacho. He tirado muy poco. He dejado mucho en el archivo. Y me llevo solo lo que se me puede valer para el futuro. El pasado no existe y el presente se nos va de las manos.

Muy pocas veces abrimos los cajones. Y te encuentras con cosas realmente sorprendentes. Cds que no sabes ni lo que contienen. Clips de estos enormes, tamaño gigante. Algún cacahuete perdido. Una corbata de la época de Matusalén. Pilas ¿funcionarán? Cables de ordenador. Gomas. Fotos tamaño carnet. Un mechero. Una calculadora de estas de chicos pequeños. 38 céntimos de euro. Una navaja multiusos. El informe médico sobre mis cervicales. Llaveros de empresa. Dos sobres de azúcar. Una tirita. Y, al fondo, un poster del Atleti, de cuando fue campeón de liga.

He cogido los 38 céntimos, que junto con 12 céntimos más, me servirán para tomarme un café aguachirri en la máquina de la empresa.
Y me he guardado la tirita, para curar una herida, pues siempre contaré con ella.

¡Ah! Por cierto…, para los que quieran saber lo que paso con las escopetas, decirles que no las recogí. Salió victorioso mi lado práctico y cómodo.
Cuando en alguna reunión familiar sale el tema, yo intento convencerles (convencerme más bien) de que tomé la mejor decisión; pero, en el fondo de mí, mi alma, mi corazón, me dicen que no, y me arrepiento. Me dicen que realmente quería recoger esas escopetas, cargar con ellas, aunque solo hubiera sido para poder haber notado, sentido, la cara de ilusión de mi tía y de mi madre.

 

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...