Si
ya lo sé que no es el fin del mundo, pero jode, bastante. Imagino que alguno de
estos años se conseguirá, pero hasta entonces, te quedas con cara de
gilipollas, de tontito.
Un
madridista esta mañana en el trabajo lo primero que me ha dicho, nada más verme,
ha sido: “Lo siento”. Como si hubiese muerto alguien o se hubiese acabado mi
mundo. Yo creo que lo ha dicho con miedo, así por lo bajini, porque sabía que cualquier otro
comentario podría haber acabado con una bofetada mía en forma de respuesta.
En
general (al menos conmigo) los madridistas, muy propensos muchos de ellos a
mofarse del contrario, pues no saben ganar (no les han enseñado) y menos
aún perder (no están acostumbrados), han actuado con mesura. Ni wasaps, ni
llamadas, ni comentarios. Silencio y calma total. Y no es que no lo deseasen (el regocijarse en
la desgracia ajena me refiero,) pero creo que en esta ocasión les ha podido la sospecha
a las posibles contestaciones (con razón).
Únicamente
algún perdido, que entiende de futbol lo que yo de física, se ha dedicado a
lanzar y copiar mensajitos. Uno de ellos, en el wasap de tenis y pádel, ha
puesto como imagen del grupo a alguien aún más borderline que él mismo: S. Ramos. Y acto seguido este comentario: “dedicado a Enrique, un madridista
reconocido”. Le veré mañana y seguro que alguna tontería saldrá de su boca. Depende
de cómo me pille quizás se le acaben las ganas de hacer bromas conmigo durante
una temporada.
Sinceramente
tenía malas vibraciones. No tenía ninguna esperanza de ganar. Sabía que de
nuevo se perdería, como hace dos años, así que me lo tome con filosofía. Cuando
no esperas nada, cualquier cosa vale.
Hace
dos años vi el partido fuera de Madrid. Después de vivir una ilusión durante toda
la temporada, de soñar con conseguir lo que anhelas, te encuentras de bruces
con una patada en los morros, en forma de injusticia y desprecio fuera de
tiempo y lugar.
Vi
el partido con mi amigo Pablo. Le felicite según iban pasando esos minutos regalados
que ya no servían para absolutamente nada, y él, conocedor de mi dolor, no dejo
entrever un solo atisbo de alegría en su comportamiento. Terminó el partido y
nos tomamos un fresquito, fumándonos un cigarro, en el silencio de la noche,
comentando momentos triviales de la final, dejándome en paz, pues sabía que para
mí era un sueño incumplido, una historia muy mal acabada.
He
aprendido en estos dos años a creer en muy pocas cosas. Las situaciones y las
personas te van enseñando a comprobar que la crueldad se va regalando sin más. Que
las palabras sin sentido (sin sentir) se venden baratas. Que el mercado de los
sueños está podrido por dentro, aunque la manzana reluzca por fuera. Que el
populismo de usar y tirar absolutamente todo está de moda, a la orden del día. En
definitiva, el famoso refrán: “ande yo caliente… ríase la gente”, tomado en su
acepción de: me importa tres cojones como te vaya en la vida, que la mía me va
de puta madre, ya te usé para lo que me servías. A otra cosa mariposa.
Este
año he visto el partido en Madrid, en casa de mi hermana. No tienen televisión
(hay gente para todo) y pensaron de proyectar en la pared la señal de internet
desde el portátil. Resultado: vimos el partido (cuando pudimos) con una media
de 5-10 minutos de retraso. Vimos el partido en nuestro mundo, apartados de la
realidad. Una realidad vivida casi en un sueño, sin ningún sentido, pero casi
igual de emocionante.
Al
menos fue divertido y me alegre por mi hijo, que saltaba como un mono al
terminar los penaltis. Aun siendo un niño, le salió el tufillo mal criado
madridista, así que le cogí por banda, a él y al primo y les dije: “tenéis que
estar contentos porque ha ganado vuestro equipo, no porque ha perdido el
contrario. Esta feo y es cruel reírse de la derrota del otro”. Se me quedaron
mirando con carita. “Venga, ¡vamos a chillar por la ventana!, que os voy a
encender unas bengalas”. “Yupiiiiiiiiiiiiiii”.
Ya
había aprendido en mi vida a valorar lo realmente importante, aquello que
merece la pena. Ahora he aprendido a valorar a las personas, a aquellas que
realmente merece la pena cuidar y respetar. He aprendido a dar según recibes. He
aprendido a querer únicamente a aquellas personas que te miran a los ojos y te sonríen.
A aquellas personas a las que les interesa y les emociona tu existencia.
De
pequeño yo era del Madrid. Pero lo llevaba en secreto, pues todo el mundo
pensaba que por tradición familiar yo debía ser del Atleti. Y era gracioso,
pues me alegraba y emocionaba con las victorias del Madrid, aunque se supone me
la debía traer floja. Pero me llegaba al alma la forma de despreciar y mofarse
de los atléticos de ciertos madridistas. No lo entendía. Y eso hizo que, cada
vez con más fuerza, me acercará al sentimiento Atlético, hasta terminar
apoyándoles y sufriendo con ellos.
En
fin, que soñado lo soñado y vivido lo vivido, lo mejor es preparar una buena
fiesta, con su barbacoa y sus coloraos (y coloras). Estáis todos invitados (incluidos los madridistas).
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