jueves, 29 de enero de 2015

La única persona que ríe y que saluda


Debe ser la quinta vez que suena. Abro el ojo y miro: 8:15 horas.
¡¡¡Mecagoento!!! ¡Quique! ... ¡¡¡Quique!!! ¡Vamos, vamos! ¡¡Corre chico corre!

Es lo que tiene vivir así. ¡Te duermes por las mañanas! Llego tarde, en realidad siempre llego tarde a todo, pero aún así me lo tomo con calma. Mi café en la cocina. Ducha. Ya estoy más espabilado y a correr. Sin ponerme la corbata. Lo bueno de este rincón es que esta a dos pasos del metro. Salgo y ya casi me caigo dentro.

Casi siempre la misma gente. Ya me los conozco. Casi todos con su móvil o esos aparatos electrónicos que utilizan para leer, escuchar música o incluso ver pelis.
Ya nadie se mira. Nadie mira a los ojos. Y casi nadie sonríe.

Ya en el andén van apareciendo las mismas personas de todos los días. Me suelo quedar atrás, no me gusta estar al borde, esperando a que llegue.

Pasan algunas personas que conoces, con prisas, dirigiéndose a la otra punta del anden. Pasa esa chica que este año se ha apuntado al grupo de tenis, es tan joven aún, parece avergonzarse, baja la mirada y sigue adelante.

Entro y me quedo apoyado de pie. Me gusta ir de pie en el metro.

Los mismos personajes.

Esa madre de pelo corto, con gafas, con carita de agotada. Y esa niña, con síndrome de down, que parece hiperactiva, no para de cantar, a voz en grito. Es la única persona que ríe y que saluda. Es la única persona que se te queda mirando a los ojos sin tapujos, hasta que no puedes hacer otra cosa que sonreírla. La gente que es la primera vez que ve la situación mira a la niña y después a la madre, con pena. Pero la madre lee tranquilamente, la deja que cante y que se ría, sólo la dice que no se aleje de ella... Me hace sentirme a gusto, sonreír por la mañana. Se bajan en mi estación, salen y esperan un autobús. Un autobús especial, que espero la llevé a algún sitio especial, como ella.

Esa madre “choni”, con cara de angustiada, con ojeras que la bajan por el rostro, la que da voces es ella y no la niña, asustada. Parece que quiere que el vagón entero se entere de lo desgraciada que es su vida, de lo mucho que lucha y de que te puede meter un par de hostias en cualquier momento, sólo la falta decir lo de por mi hija mato. En cierto modo me da lástima, no por la niña, sino por ella. Solo la voz ya la delata.

Esa chica rubia, de ojos oscuros, que he visto algún día pasear a sus perros por el parque, siempre leyendo, siempre con ropa muy ajustada. ¿Que leerá?

Ese hombre y esa mujer que siempre entran juntos. Ella bajita, con gafas y media melena, intenta ir atractiva; y él, alto, con su traje, seguro que debe oler bien. Deben ser vecinos, o amigos, y deben trabajar en el mismo sitio, o al lado. No son pareja, pero se nota a la legua que a ella le encanta él. Le mira, se ríe con cualquier comentario que haga. Es sobre todo la mirada de ella a él. ¿Estarán liados? 

Mi amigo. A ver, no es mi amigo, de hecho no le he saludado en mi vida, pero suele ponerse al lado de mi, de pie. Y se baja en mi estación. Y debe trabajar cerca pues le he visto por la calle Velázquez algún día. Es observador. Con esa medía sonrisa.

Ese tío que me descojono con él. El típico. Entra con su traje, repeinado, con su maletín. Con su móvil. Con sus cascos. Pero..., ¿porque cojones siempre esta con el ceño fruncido? ¿Estará igual en el trabajo? ¿En su casa? Nos mira a todos como si fuéramos enemigos, como si todos fuéramos a intentar ese día quitarle su puesto de trabajo o la cartera, yo que se. 

Ese grupo de madres, que dejarán a sus hijos en alguno de los colegios cercanos, siempre son 5 ó 6, ya me conozco sus historias, hacen circulo y te van arrinconando. Y esa otra madre, morena con gafas, que me he cruzado alguna vez en el centro comercial, me mira de arriba abajo, con ojitos.

Ese hombre, inmutable, pleno invierno y sólo va con la camisa (sin corbata) y el traje, sin abrigo. Joder, ¿no pasará frio? Camina despacio.

Esa chica, tan bien vestida siempre, con ese estilo. Entra y se queda de pie, con melena castaña y ojos oscuros, guapa, se mueve con dulzura, siempre me recuerda a alguien. Alguna vez nos quedamos mirándonos.

Ese chico de color, vamos, que es negro. Perfectamente trajeado, impecable. Después de haber visto “Samba” me pregunto sino será todo fachada para que no le echen del país, un sin papeles. Espero que no sea así. Parece buen tío.

Esa chica alta, de pelo rubio largo, despampanante, siempre con tacones que no se como es capaz de moverse. Entra y, si puede, se desploma en algún asiento y al poco rato cierra los ojos y creo hasta se queda dormida. Dormirá poco, ¿no?

Pasas de repente a estar en el centro de Madrid. Me gusta el paseo que tengo hasta el trabajo. Por Príncipe de Vergara, Goya, hasta Velázquez. Por el camino siempre compró mi bollito. En esa tienda de barrio, antes vacía, que ahora se ha convertido en una cafetería – pastelería “Granier”, siempre llena. La misma señora, no me da los buenos días, sino que me desea que pase un buen día, me lo dice sonriéndome, eres el único que antes y ahora, sigue comprando mis bollitos.

Cruzo por delante de ella, sentada en su banco, con el pelo rubio, casi rapada, muy delgada, hace tiempo que nos damos los buenos días, al hacerlo baja un poco la cabeza ante mi, como diciéndome: gracias por hacerlo, por darme los buenos días.

Enciendo el ordenador y voy a la cocina. Cocinita. Pequeña. Estrecha. Me tomo mi café con mi bollito. Me fumo un cigarro. Bueno cabecita loca..., es hora de dar un poco de caña a todos estos, de alegrarles la mañana, parecen tristones.

 

miércoles, 14 de enero de 2015

Corazón de tiza en la pared


Imagino que alguna vez me lo pondría Susanita, en aquellas cartas que nos enviábamos.
Pero no era con pasión. No había pasión. Sólo había cariño, al menos por su parte.

-          Enrique, hijo, este fin de semana habría que pintar los balcones, están ya muy mal.
-          Vale Mama, no te preocupes, mañana a primera hora me pongo.

Siempre había que hacer algo. Siempre. Ese sábado habría que volver a madrugar. Me levanté temprano. Busque la pintura. Brochas. Escalera. Subiendo y bajando siempre. Siempre. Menos mal que mis primos me ayudaban.
 
-          Buenos días hombre.
-          ¿Qué pasa primo? Buenos días.
-          ¿Qué haces...?
-          Joder macho, ¿tú que crees? Pues pintar.
-          Eso ya lo veo, pero no te das cuenta que esa pintura es de hace años, tendrías que lijar antes de pintar encima.
-          Eh... ¿lijar?
-          Si, con una lija de hierro, anda, acompáñame y te dejo la herramienta que necesitas.

Sería pleno mes de julio, empezaba a hacer un calor insoportable, así que me quité la camiseta encima de aquella escalera. Lijando y pintando. Me gustaba pintar la verdad, tenía su gracia.
Vi acercarse a dos chicas, bajando la calle, venían de la parada del autobús, con sus mochilas. Las dos con gafas de sol. Me sonaba la cara de una de ellas, de haberla visto otros veranos, pero la otra era desconocida. Justo al pasar por debajo de mi, una de ellas soltó el silbido, miré hacía abajo y las vi pasar. Se partían de la risa.
 
-          Hasta luego...
-          !Hasta luego guapo!

Me quedé mirando como se alejaban, sonriendo. La desconocida se dio la vuelta y se me quedó mirando. En fin... vamos Quique, a lo tuyo.

Por la noche nos juntábamos para ir a la discoteca de verano del pueblo, a las afueras. Aún no teníamos edad, pero siempre nos colábamos o nos dejaban pasar...
Allí se congregaba toda la juventud del pueblo y parte de la de los pueblos de alrededor, siempre estaba lleno. Según iba avanzando la noche nos íbamos quedando sólo los chavales del pueblo.

Bailando en la pista con mis amigos, haciendo el chorra. Y ellas dos, que llevaban revoloteando por allí toda la noche, se pusieron al lado. Eran realmente simpáticas.

Me senté en el murete que rodeaba toda la pista, mirando como bailaba la gente, abstraído, pensando en marcharme ya para casa. Me dio esa sensación que tienes cuando intuyes que alguien te esta mirando, giré la cabeza y allí estaba, sentada, justo al lado, con las piernas cruzadas, mirándome. Me sobresalte, por la forma en que me miraba.

-          ¿Te pasa algo...?
-          No, sólo miraba...
-          Ah...vale...

Volví a dirigir mi mirada a la pista, un instante. Volví a girar mi cabeza. Seguía igual. 

-          Jajaja, ¿Por qué me estas mirando así?
-          Me pareces alucinante.
-          ¿Estas de coña no?
-          No...

Aquí pasaba algo raro. Nervios por saber con certeza que algo iba a pasar.
Su amiga se marcho de repente.
No recuerdo su nombre, sólo recuerdo que la acompañe hasta su misma puerta.
Bajando hacía el pueblo, riéndonos. Se tardan 5 minutos, pero se nos fue toda la noche por el camino, amaneciendo.
Nos parábamos, nos escondíamos...fue bonito...fue salvaje...nos quemábamos.

-          Ay jo, tengo que volver, no soy de aquí, me van a decir algo cuando llegué y tenga que llamar para que me abran...
-          Por eso mismo que no eres de aquí, quédate un rato más, ¿Qué te pueden decir?
-          Quique por favor, claro que me quedaba... pero ya es casi de día...
-          Ya, vale, tienes razón..., es muy tarde.
-          Mañana temprano volvemos a Madrid, cogemos otra vez el autobús, ¿nos podemos ver un rato antes de que salga?
-          Si, claro.
-          ¿Dónde esta tu casa desde aquí? No conozco el pueblo...
-          Aquí al lado, tu amiga seguro que lo sabe.
-          Vale, hasta mañana...
-          Hasta mañana...

El último beso. Volví a casa. Aunque estaba agotado de todo el día, me costo dormirme.

-          Enrique hijo, despierta, ha venido una chica a buscarte ya dos veces.
-          ¿Como? ¿Qué dices...? ¿Una chica??
-          Si, una chica. Ha estado esperando enfrente de casa un buen rato.

La noche anterior me vino a la mente como un vendaval. Todos los recuerdos se agolparon ahí, intentando colarse todos a la vez. Vértigo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Salté de la cama.
¿¿Que hora es?? ¡¡¡Mierdas!!! ¡¡¡Mierdas joder!!! ¡¡¡Quique joder!!!
Salí a la calle. Ya no había nadie. Ya era tarde...
Cruce la plaza, enfrente de mi casa. En la pared de la casa en ruinas, escrito con una tiza, en mayúsculas, en grande: QUIQUE TE QUIERO.

Me quedé mirando con la boca abierta. Sin saber que hacer. Era la primera vez que me lo decían así, sintiéndolo. Jamás volví a verla en mi vida.

  

martes, 13 de enero de 2015

Un romano paleto en Madrid


No era miedo, era algo así como incertidumbre, como desvelo. Imagino que simplemente nervios a lo desconocido.
Conocía Madrid, claro que si, pero una cosa es ir siempre con la familia, al cine, al Corte Ingles, al Retiro, al restaurante de abajo a comer unas tortitas; y otra, diferente, es que te dejen allí, con tu maleta y tu cara de chico tonto, para que estudies y te conviertas en alguien con futuro.

Me daba la impresión de que se reirían de mí, de que estaría sólo. Realmente tampoco me importaba mucho, sólo era la duda de cómo sería todo aquello.

Para comprender mejor la situación, comentaré una. Una situación me refiero.
Era necesario hacerse fotos. Siempre te piden fotos. Vayas donde vayas. ¿Donde hacerlas?
Existían los llamados “fotomatón”, ¿fotomatón? ¿Era así no? Esos artefactos que te encontrabas por la calle donde podías hacerte fotitos. Creo que queda alguno en alguna estación de metro.
Había uno al lado del Instituto. Allí que fui con 300 pesetas en el bolsillo. 3 monedas de 100 pesetas, en total, 300 pesetas.
Me coloque a un par de metros de aquel artilugio. Lo miré de arriba abajo. Me metí dentro. Miré. Salí. Volví a mirar. Volví a entrar. Volví a salir. Instrucciones. Meter monedas. Sentarse rápido y poner cara de gilipollas. Vale.
Vi una ranura en el exterior del artefacto (¿espacial?), con una flecha y una manita que indicaban unas “monedas”. Bien Quique bien, vas bien, tranquilo.
Metí mis 3 monedas de 100 pesetas. Una detrás de otra lo aseguro. No había casi dejado caer la tercera cuando ya estaba volando hacía el interior, sentándome en aquel taburete giratorio, no fuera a ser que saltara el fogonazo sin estar yo preparado.
Miraba al frente, sin inmutarme, sin pestañear. Oí un ruido. Paso el tiempo. ¿Me habría ya echo la foto? Aquí no pasa nada..., aquí no sale nada. ¿Y si salgo fuera? No, espera, a ver si justo cuando salgas salta el fogonazo. Espérate Quique...
Sin moverme. Silencio allí dentro, detrás de aquella cortinilla.
Pasaron los minutos...me decidí a moverme...me acerque a la pantallita, observe detenidamente. Miré arriba. Miré debajo del taburete. Sentado, mis ojos recorrían lo que tenía delante, no quería moverme mucho, no fuera a ser que ¡justo! saltara el fogonazo...
Buscaba una respuesta, algo. Y...la encontré...vi...una segunda ranura para monedas... ¿entonces? ¿Donde cojones he metido yo las mías? ¡Era también una ranura para monedas!
Mierdas Quique...¡¡¡Mierdas!!! Voy a salir...¡Que no joder! Espera... ¿pero que cojones voy a esperar...? Que mis monedas están fuera, lo mismo alguien se las ha llevado en los más de 10 minutos que llevó aquí sentado.
Alomejor hay que dar algún botón, activarlo de alguna manera. ¡Si! ¡Puede ser! Bien pensado Quique, eres un monstruo.
Busque algún botón, una indicación que dijera: “para el tonto que ha metido las monedas en la ranura exterior, puede solucionarlo apretando aquí”. Pero no, ni había botón, ni indicaciones de ese tipo.
Había que decidirse. Me levante. Salí fuera. Volví a mirar aquel artilugio de arriba abajo.
Observe la ranura donde había metido mis preciosas monedas. Apreté el botón de devolución. Nada. Volví a entrar. Me volví a sentar. Quizás es que el artefacto era lento...
Estaba empezando a comprender que algo iba mal. Volví a salir. Volví a mirar las instrucciones.
Observé una especie de cajetín en la parte baja del artefacto. Me acerque, había algo...
Cogí 3 maravillosos llaveros de plástico para fotos. Mire alrededor, imaginando que medio Madrid se estaba partiendo el culo de mí. Guarde los llaveros en mis bolsillos. Volví a casa, casi llorando de la risa, pero totalmente deprimido.

  
El primer día de clase no sabía si llegar con antelación, que casi no hubiera nadie aún, o llegar tarde, y que estuviera todo el mundo. No tuve elección. Llegué tarde, como siempre, yo diría que el último.
La mayoría hablaban entre ellos y se reían. Se conocían de los colegios o del barrio. Yo no conocía a nadie y casi nadie reparo en mí cuando entré.
El primer día nos sentaron por orden alfabético de apellidos. Me toco sentarme al lado de Mari Sol. La describiré: pelirroja, con pecas, con faldita de flores, parecía que aún estaba en el cole, una auténtica niña. Cuando me senté a su lado lo primero que me dijo fue: “que bien que te haya tocado conmigo, donde vas a estar mejor ¿verdad?”. Sino me conocía de nada la mosquita muerta..., ¿me estaba tirando los tejos? La sonreí.
Durante los primeros días no paraba de mirarme ensimismada, parpadeando sin parar, mordiéndose el labio inferior y suspirando. Literalmente tal como lo cuento.
No paraba de sonreírme. A ver..., he de reconocer que guapa era...pero también...vamos, que no era mi tipo, ¿que se le va a hacer?.
Con los años, se convirtió en una de las tías más buenas del instituto, pero ya no me miraba. En fin, cosas que pasan.

-          Enrique, ¿you understand?
-          ¿Qué? Como dice?
-          Que si estás entendiendo algo...
-          Absolutamente nada señorita.

Se partían de la risa conmigo. Era ese chico raro de pueblo que llegaba a Madrid, con un humor diferente, que se reía de lo que a ellos les parecía serio,y que no se inmutaba cuando ellos se doblaban de la risa.

Sin embargo, he de reconocer que las primeras semanas fueron duras. No conocer a nadie, no poder compartir con nadie. Lo de que fuera de pueblo parecía divertirles, algunos intentaron ser crueles. Pero no conocen a alguien de pueblo, lo corté de raíz cogiendole del cuello en plena clase y empujándole contra la pared para atizarle.

Yo conocía algo el francés, pero el inglés era inaudito para mí. Bostezaba en clase.

-          Señorita, es que yo jamás he dado inglés.
-          Ohhh ¡can not be! ¡You fool me, You should strive more …
-          ¿Folmi? ¿¿Estrib?? ¿Qué dice ahora esta tía? – “que la engañas, que te esfuerces, eso dice”, me susurraba Ernesto -
-          ¿Como? ¡Perdón! ¡Oiga! ¡Señorita!, de verdad que no la engaño, que es que no tengo ni puñetera idea..., de verdad se lo digo.

Parecía enojarse, y se ponía a escribir en la pizarra como una loca.

-          ¿You understand now???
-          Eh…yes yes yes.
-          Ok…¡¡very good!!

Joder que sudores me hacía pasar.

Era gracioso porque tenían mucho respeto a ciertos profesores. Por la “fama” que tenían. Por lo que les habían contado de ellos. Me hacía gracia cuando sólo verles venir por el pasillo, tan serios, tan estirados, tan chulos, todos corrían a sus sitios y se sentaban sin abrir el pico.
Sin embargo para mi eran los mejores, sinceramente creo que tenía complicidad con ellos.

 
En segundo conocí a Pedro. Una de las mejores personas que jamás se han cruzado en mi vida. Me sentía bien con él y su grupo. Me sentía cuidado. Me sentía querido.
Y nos reíamos, no tanto como lo hacía con Ernesto, pero nos reíamos.
En aquella clase y con aquella gente, saliendo con ellos, empecé a conocer y sentir Madrid. 

Que si joder, que vale, que le llamé hijo puta. No me arrepiento. No es que fuera el hijo de una puta, ni quisiera decir eso a su madre, dios me libre; es que era dañino, mala persona, el típico profesor que se las daba de “compi”, de gracioso, de “guay”, y luego te la clavaba por la espalda, se le veía en los ojos. Personajes a los que ya empezaba a cruzarme en mi vida.
Me expulsaron temporalmente del Instituto. Delante del Director y del Jefe de Estudios, admití mi pecado. Admití, sin ningún reparo, que le había llamado hijo de puta, y no tenía defensa ni excusa, pues la única era decirles que realmente lo era para mí. Me miraban despacio, mirando mi expediente. Decidieron expulsarme una semana. Lo peor fue explicárselo a mi tía y mi madre.

En el viaje a Italia, en Roma, me emborraché. Lo reconozco, me puse chuzo total, no fui el único, eso si. Me llevaron a la habitación del hotel, me metieron al baño, me desnudaron y me dejaron en la ducha cayendo el agua.
Me desperté ahí, en la ducha. Me miré y me asuste. Guardaba las liras en un pequeño colgante que llevaba al cuello, pues decían que robaban. Y el colgante era rojo. Y se había descolorido con el agua. Tenía el pecho y parte del resto de mi cuerpo rojo.
¡¡Me cago en to!!. Me levante, cogí una sabana de la cama y me la enrolle al cuerpo.
Salí para fuera, por los pasillos del hotel. Un tío casi en bolas, con una sabana, manchado el cuerpo de rojo, con cara de pirado. La gente huía gritando a mi paso.
Cuando Pedro y los demás me descubrieron se descojonaban de la risa:
“¡Romano! ¡Romano! ¡¡Romano!!”

Con romano me quedé. Me metí en el grupo que hacía la revista del Instituto.
Es gracioso, es sorprendente, como puedes pasar de ser el paletillo aislado que viene del pueblo a ser uno de los personajes más “populares” del “insti”.
Me buscaban en los descansos entre clases, me buscaban al salir y para salir, me buscaban para hacer “pellas” o “peyas” o como se escriba y se partían de la risa conmigo, aún no entiendo porque.

Sin embargo, terminas y, poco a poco, vas perdiendo el contacto con todo el mundo, unos detrás de otros. Y en cierto modo duele.

Hace poco me encontré con Pedro en un Centro Comercial del barrio, así, de sopetón y muchos recuerdos vuelven a tu mente. A pesar de los años, nos reconocimos de inmediato. Sin ni siquiera saludarnos, nos miramos, nos reímos, nos chocamos las manos y nos abrazamos. Volver a recuperar su amistad, volver a poder tomarme cañas con él, conversar con él, ha sido realmente emocionante. Pedrito...¿te acuerdas cuando...?


 
 

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...