viernes, 18 de diciembre de 2015

El despertar de la fuerza


Si tengo ganas de ver la película es por saber cómo despierta la fuerza, porque la mía está dormitando hace tiempo, y eso que dicen que estoy en forma.
Es como estas veces que te das cuenta que has perdido algo y no sabes dónde, ni cuando, ni cómo. Si habrá sido en el trabajo, o andando por la calle, o corriendo por el parque, o en el metro, o en el padel, en el bar, en la casa de pepito o en la de menganita, en el centro comercial o en el pueblo, en el campo, en la sierra, o dios sabe dónde.
Total, que pasas unos días que miras en casa, en los mismos sitios, y nada, que no aparece. Te vas olvidando y al final lo das por definitivamente perdido, algunas veces te encoges de hombros y dices “pues vale”, otras, cuando te duele, maldices y en algunos casos hasta lloras de rabia.
Pero fíjate que gracia, tras largos años, como imagino os habrá pasado en alguna ocasión, de repente aparece, te quedas mirando y ya no sabes ni para que lo buscabas, te das cuenta que, realmente, no te servía para nada.

Pues igual ha pasado con mi fuerza. Pero vamos, que me toca un pie, porque yo no quería hablar de mi fuerza, si total, cuando la he tenido (o sentido) no me ha servido para mucho, para tener problemas más bien, pues te sientes inmune, que nadie podrá contigo, pero la puta realidad es que te llevas mamporros por todas partes. Es mejor ser un debilucho, una piltrafilla, y que nadie repare en tu presencia. Es mejor ser un ignorante y pasar de puntillas por todo. Miento como un bellaco, lo sé, pero mi lado oscuro es lo que me susurra al oído.

Siempre he sido demasiado “sensible” (por decirlo de alguna manera), término que puede englobar tantas cosas, todas ellas tan ridículas, que no merece la pena ni contarlas. Debería haber sido un “cabronazo” (por decirlo también de otra manera), pues, al parecer, es lo que se lleva, lo que pone, lo que mola, lo que excita. Y sé que la gente me dice que no, que no es así, pero sí, sí es así, así es. Ya no tiene remedio, ¿Qué le voy a hacer?

Pero no sé porque estoy contando estas chorradas, si yo no quería hablar de la fuerza, ni del lado oscuro, yo quería hablar (no de mi libro, ¿mi libro? Si no has escrito ninguno gilipollas) de algunas historietas que recuerdo de cuando iba al cine de pequeño en Navidad.

Siempre iba al cine con “nina”. Un día, pues antes comprabas las palomitas en bolsas de plástico, cogí un trocito (no de palomita, sino de plástico) y me lo metí en la nariz. Como la película me aburría, me inventé un juego: meterme el trocito de plástico cada vez más profundamente en mi nariz y, observar, con jolgorio, que, hurgando, podía volver a sacármelo. Hasta que, claro, hubo una vez que ya no salió, y mi dedo, intentando sacarlo, cada vez lo metía más dentro. Una buena lección para esta vida por cierto. Total, a lo que iba, que empecé a llorar como un energúmeno y mi tía nina llamó a la policía, bomberos y ambulancia ¡un médico! (esto es mentira evidentemente, pero me vi rodeado de tanta gente que mi imaginación de niño así lo pensaba).

Otro día, acompañado de mi hermana, mi tía, mi madre y una amiga de ambas, fuimos al cine. Como no había entradas para la nuestra, nos metimos a ver una que se titulaba “To er mundo e güeno”, de Summers, precursora de las cámaras ocultas en la televisión. Recuerdo que la gente se partía de la risa, se descojonaba de la risa, se meaban de la risa, y yo, angelito mío (como me llamaba la amiga de mi tía) no entendía absolutamente nada, pero nada de nada. Reconozco que, actualmente, algunas veces me pasa algo parecido.

Ahora, lo que más recuerdo, y esto es cierto, fue cuando fuimos a ver la película “Tobi, el niño con alas”, pues la gente me confundía con el protagonista y me miraban y me señalaban con el dedo. Mi madre y mi tía explicaban que no, que yo no era Lolo. Yo ponía carita. Espera, espera… ahora que lo pienso…, joder, quizás sea eso, quizás siempre he sido un Lolo, un niño bueno e incomprendido, quizás es que siempre soñé con tener alas.

Papi, ¿Sabes quién es Yoda?
¿Yoda?
Si.
Un personaje de la guerra de las galaxias, ¿no?
Papa… ¡es un Maestro Jedi!
Ya lo sé pequeño, ¿Y sabes que decía Yoda?
¿Qué decía papi?
“Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”. Recuérdalo siempre mi vida.

viernes, 11 de diciembre de 2015

TE TE TE TE QUIERO MÁS MÁS QUE QUE

Te quiero más que a los planetas
Te quiero más que a las estrellas
Te te te te te quiero más que al universo
Te quiero más que a los agujeros negros

Te quiero más que a los animales
Te quiero más que a las personas
Te te te te te quiero más que a todas las piedras
Te quiero más más que a todos los peces de colores

Te quiero más que a las nubes
Te quiero más que a las luces de Navidad
Te quiero más que a todos los coches
Te te te te te te quiero te quiero más más que a todo

Te quiero más que a las luciérnagas
Te quiero más que a los leones y los tigres
Te quiero más que a todos los tiburones
Te te te gggrrrr te quiero más que a toda la galaxia

Te quiero más que a las castañas y a las nueces
Te quiero más que a todas las alitas de pollo del mundo
Te te te quiero más que al tiramisú
Te quiero más que a toda la coca cola de los océanos

Te quiero más que al café
Te quiero más que al azúcar
Te quiero más que a todos los filipinos
Te te te te quiero más más más más que a todas las maquinas del mundo mundial

Ayyyy te te te quiero, te como como te quiero

Cada día más tonto


Lo que más me gusta de los parques de atracciones es irme de ellos, mirar el reloj y darme cuenta, con alivio, que se acerca la hora de que todo aquello cierre.
Y no es que me disgusten, ni me aburran, ni sufra, simplemente llega un momento que estas hasta las mismísimas narices. Si voy es por su carita de ilusión.  

La primera vez que fui a un parque de atracciones, vamos, al parque de atracciones de Madrid, lloré. Lloré 4 veces. Las recuerdo. Era tan pequeño.
El primer lloro fue en el laberinto de los espejos. Y no fue porque me perdiera, sino por los golpazos que me di. El primero me hizo gracia, el segundo me hizo daño y me hizo ponerme serio, al tercero puse carita de pena y al cuarto y siguientes berreaba por los pasillos como alma en pena.
El segundo lloro fue en las colchonetas. Y no fue porque me diera ningún golpe en esta ocasión, sino porque perdí una zapatilla. La verdad, no me hacía gracia la idea de estar el resto del día con un pie descalzo. Al final mi hermana la encontró. Gracias.
El tercero fue en la Noria. Yo era muy miedica. Y se cumplió la Ley de Murphy, es decir, la Noria se quedó parada justo, justito, arriba del todo. Por mi mente pasaron miles de desgracias, todas ellas relacionadas con mi muerte.
Y el cuarto lloro (y el último) fue en uno de esos paseos en barca tan relajantes. Al ir a meterme en la barquichuela resbalé, y una de mis piernas se hundió en el agua hasta la cintura. El agua no estaba fría y no era invierno. Creo lloraría de rabia, por mi penosa mala suerte y, sobre todo, de imaginar que alguien pudiera pensar que iba así de mojado porque me había meado encima.

No es de extrañar que después de mi primera experiencia, de este día de sucesivas desgracias, no tenga excesiva “afinidad” con estos sitios.

En otra ocasión, ya más crecidito, nos juntamos los amigos para acudir también al parque de atracciones de Madrid. Había una nueva atracción que debía ser la leche, daba unas vueltas sobre sí misma alucinantes, parecía tan divertido…
Allá que nos montamos. Lo primero que recuerdo fue las monedas y demás enseres de nuestros bolsillos cayendo al vacío, ¡me cago en tooooo! ¡¡¡Que eso es míooooo!!!
Lo que comenzó entre carcajadas, acabó casi en tragedia. A la segunda vuelta en aquel artefacto infernal mi estómago me rogaba de rodillas salir de mi cuerpo. Es más, creo que por encima de gritos y chillidos, se oía la súplica a voces, unánime y al unísono, de todos aquellos estómagos, de todos aquellos gilipollas que, como nosotros, estaban allí subidos. Recuerdo que me entró la risa tonta mirando la cara del resto de la gente, esos espasmos, esas dolorosas muecas de vomito contenido. Recuerdo que mi cuerpo me obligaba a mirar a los demás para no salirse de sí mismo. Era sufrimiento real. La gente estaba deseando bajar de allí para correr a esquinas y lugares apartados (y no precisamente para abrazarse y llorar de la emoción). Y oye, lo vendían como lo último de lo último.

Otro día, en el mismo parque, nos metimos a la casa del terror. La acababan de estrenar. Debía ser la hostia. Unas colas interminables. Entrabamos en grupos de 10 aproximadamente. Ninguno quería ir ni delante, ni detrás. Yo, como gran caballero, me ofrecí para ir el último. En esta ocasión, el destino fue benévolo conmigo, porque, tras doblar varias esquinas, con varios sustos, de repente, aún no sé porque, empezaron todos a correr como alma que les lleva el diablo. Y claro, el primero acabo patas arriba y el resto, uno tras otro, fueron cayendo encima. Un amasijo de cuerpos, chillidos, gritos, lamentos, todo ello en plena oscuridad.
Freddy Krueger y el de la motosierra de la matanza de Texas, dejaron sus quehaceres y se pusieron a intentar levantar y ayudar, lo cual fue peor aún, pues la gente se pensaba que venían ya a rematarles en el suelo. La gente chillaba, lloraba, imploraban al de la motosierra que les dejara en paz, que no les tocase, éste les decía que se tranquilizasen, que no pasaba nada, pero seguían aullando y arrastrándose no sabían dónde. Yo miraba todo el espectáculo desde atrás, flipando en colores.

Después inauguraron la Warner. En estos sitios, ya más modernos, me sorprenden las atracciones de agua. Algunas de ellas te las prometen como la culminación de una experiencia orgásmica, contemplaras a Dios y al resto de Ángeles celestiales. ¡No apto para menores! Te diriges con emoción (después de esas colas interminables), con tu impermeable puesto, tus botas de agua (opcionales), tu capucha, preparado para la ocasión. ¡Allá que te lanzan y! y…, y oye, lo único que te mojas es un poco el culete (de estar sentado). Sales con cara de auténtico gilipollas, con tu impermeable impoluto.
Pero que cosas, yo creo que lo hacen a propósito los cabrones, pues están también las atracciones de agua para niños. “Perdone caballero, ¿no se pone Usted el impermeable?” “¿El impermeable? ¿Aquí? Amos no jodas”. Parece un paseíto inocente en una barcaza. Te acomodas, bostezando del aburrimiento, casi me daban ganas de fumarme un cigarrito y todo, cuando, de repente, “¡¡HIJOS DE SATANAS!!”. Empapado de arriba abajo, pues la atracción consiste en que la gente, desde fuera, te dispara agua, no con ridículas pistolitas, sino con una especia de mangueras. Se descojonaban de la risa y no había sitio donde esconderse. Total, que después de 5 minutos de acordarte de sus madres, de señalarles con el dedo en plan te voy a moler a palos, sales y te vas a lo que ya parece una especie de tenderete. Te quitas la ropa, la escurres, la tiendes al sol y esperas un ratito a que se seque.

“¿Qué hago aquí? Cada día más tonto, ¿Qué necesidad tengo? ¿Qué necesidad tengo de morir aquí? Porque puedo morir, está claro. Esto se puede descarrilar, se puede romper la seguridad que llevo y salir volando (desintegrándome), me puede dar un jamacuco. Joder, con lo bien que estaría sentado en una terraza, tomando un café o refresco y fumando un cigarrito. Eres subnormal tío. Eres un auténtico gilipollas, ¿total? ¿pa qué? Pa na”.

Estos pensamientos siempre me vienen a la cabeza en las montañas rusas, cuando subes despacito antes de caer en picado. Y no me jodáis, que muchos de vosotros también lo pensáis igual.

En la Warner hay una montaña rusa especial, toda hecha de madera, enorme. Absolutamente todo es de madera. Primero miras así como con algo de recelo, pensando que ese mamotreco se puede desmoronar de un momento a otro, después esperas (de nuevo) esas colas interminables y tercero, al salir, insultas y maldices al buen señor o señora que ha dedicado su tiempo libre a diseñar aquello. Os lo diré: no sientes la espalda al bajarte.

En otro famoso Parque, al ir a entrar con un amigo, los vigilantes revisaron su mochila y ante su sorpresa (y la mía), sacaron de la misma un envoltorio con lo parecía una herramienta dentro. Ni herramienta ni leches. No una navajita de estas enanas, ni un cuchillito para cortar en rodajas el salchichón, sino un Machete, con mayúsculas, de más de 20 centímetros, y no era de juguete no, según lo sacaban de la funda un escalofrío recorrió mi cuerpo. Se lo requisaron. Pataleaba como un niño pequeño. Yo le miraba con la boca abierta. “Pero chico, ¿Cómo huevos se te ocurre llevar eso ahí dentro?” “Es un regalo, un recuerdo que siempre llevo en mi mochila” “Pero alma de cántaro, que no vamos de caza, que estamos en Disney, da gracias que no te hayan esposado y llevado al calabozo directamente, yo lo hubiera hecho”.

Me quedo con sus risas
Me quedo con París
De París vienen los niños
Y las noches de París son mágicas
Me quedo con su carita de ilusión
Me puedo partir el lomo cargando en los hombros que me da igual, que me da lo mismo

martes, 1 de diciembre de 2015

Capitán Haddock (sin barba)


Después de mi última cogorza en el puente de todos los santos (Halloween), me he puesto a pensar que mi cuerpo ya no aguanta estos desmanes. Porque lo malo no fue al acostarme, pues caí sopa, lo malo fue al levantarme, al intentar levantarme más bien. Que dolor de cuerpo humano por dios. De estas veces que no puedes mover ni un mísero dedo.

Es alucinante el devenir humano en el alcohol, bueno, mejor dicho, la relación del cuerpo humano con el alcohol. Mi relación empezó, como no podía ser de otra manera, en mi pueblo. En realidad todos mis vicios, buenos y malos, tuvieron su origen en mi pueblo.

Uno suele comenzar con el champan o el cava, en navidades. A ver… dame un poquito más, espera, que no me vean y me vuelvo a llenar la copa, jolin, esta rico. Pones carita y ¡viva la navidad!

La cerveza. Primero los botellines, también llamados botijos. No es que me chifle la cerveza, de hecho suelo terminar con dolor de cabeza, pero claro, hay que tomarla. Botellín, botellín, más botellines, caña, caña, y otra caña, y pierdes la cuenta. Se mea bien, eso sí. ¿Quieres otra? ¿La penúltima? Pues venga, ya puestos.

Adoro esas jarritas heladas con su cerveza bien fría en verano, joder, acompañadas de un poquito de limón a ser posible.
También me gustaba la cerveza negra en la Taberna de Elisa. Que historias madre.

El primer alcohol, pero alcohol me refiero a lo que comúnmente ya es alcohol en sí mismo, porque claro, la gente se piensa que los botellines o cañas no es alcohol, es aperitivo. Bueno, que me voy de la historia, me refiero que mi primer cubata (y cogorza) con alcohol, aunque tuviera pocos grados, fue con Martini. Fue tal el asco que lo cogí que aborrezco su olor y también, de paso, a quién observo que lo pide en una barra. Aun escribiendo esto creo que me ha venido el sabor a la boca…

Pero claro, creces y tienes que parecer más chulito. Pasemos al vodka. De pensarlo casi echo el arroz que acabo de comer. Vodka por aquí, vodka por allá, por dios, con limón o con naranja fresquita. Eso de pedir un Smirnoff… tenía su aquel.

Y sino, jajaja, espera, que me acabo de acordar, esos submarinos, esos minis de cerveza con alguna copa dentro, del alcohol que fuera, pero…, no, venga, en serio, ¿eso bebíamos? De verdad querido hígado, lo siento.
Y sino esas mezclas, llamadas minis, de bebidas que no conocía ni su puñetera madre, esos chupitos de tequila. Y sigo vivo oiga, no me lo creo. Debe ser cosa de magia.

Para que contar las cogorzas. Todos, o casi todos, las hemos tenido.

Llega un momento en tu vida que te sientes ya mayor. Que te sientes un hombre hecho y derecho. Que tienes que beber lo que toman los hombretones. Los machos ibéricos. Llegado ese momento, das paso al whisky.
Un hombre como debe ser, con pelo en pecho y dinero en el bolsillo, debe tomarse un whisky, nada de mariconadas de ponches ni gilipolleces de vodkas. Whisky.

Y que mejor whisky que el español de toda la vida joder, ese segoviano, con dos cojones. Y en vaso largo, nada de tontas estas de ahora de vasos regordetes.

En mi peña, en fiestas, teníamos asignada una botella de whisky, por persona y día.
Os podéis hacer una idea del grado de alcoholismo de los pueblos castellanos.

Así va pasando tu hígado las fiestas y reuniones, con ese amigo, ya casi inseparable, llamado whisky.

En el pueblo, para quedar bien con los trastornaos y demás seres, te tomas tu segoviano. En Madrid y demás sitios ya es distinto, no me jodas, no vas a ir a un sitio con cierto estilo y pedir un segoviano, tienes que pasar a las marcas escocesas y esas cosas.

Y el vino, ay ese vinitoooooo, no me digáis que no. Cuando eres pequeño y, por ejemplo, estas en una boda. Y ves al típico barrigón bebiendo su copa de vino sin parar, piensas que debe ser un sujeto asqueroso, alcoholizado, chispuzo y seguro mala persona. Pero ¡ops! por arte de birlibirloque te ves tú, si tú, aún sin barriga, pero ya medio chuzo y con una sonrisa de oreja a oreja, con esa misma copa de vino y mirando al niño con cara de eh… vale, ¡no me mires así cojones!

Volviendo al alcohol puro y duro, también pasas por momentos de modas varias. Yo también las he pasado, lo reconozco. A la ginebra, con tónica. Tu hígado ya te insulta, le tienes hasta los mismísimos huevos de tanto cambio.

Gracias a la ginebra estuve 3 meses sin probar alcohol. Me debió entrar una especie de alergia o algo así. Muy raro. Fue con Pablo. Estábamos en la playa y salimos por la noche al chiringuito, así estilo chill out, con esa música envolvente y esas camareras…
Esa camarera, que Dios la tenga en sus oraciones, como yo también la tuve en las mías, pues me acordé de ella y su familia durante tanto tiempo… que seguro que aún la pitan los oídos. No pensaba insultarla, pero lo haré, ¡ja puta!, menuda mierda nos sirvió. Con 3 copas, estando nuestro alojamiento a 5 minutos, conseguimos perdernos en la playa y los alrededores, agarrados del brazo, haciendo eses por el paseo marítimo. Tardamos una hora en llegar. Al día siguiente no le dije a Pablo de ir al hospital por pura vergüenza torera.

Así que me pase al ron. Creo que todo ser humano termina con el ron, como los buenos piratas. Como el Capitán Haddock. Un poco ya asqueados.

Pero ya no estoy para estos trotes y eso que el ron me cae bien, será que mi hígado ha encontrado a su media naranja, pero no tomo el ron con naranja, pero eso sí, me gustan fresquitos y de verdad, aunque no me creáis, no voy borrachuzo, he tomado agua en la comida, os lo prometo…

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...