martes, 1 de diciembre de 2015

Capitán Haddock (sin barba)


Después de mi última cogorza en el puente de todos los santos (Halloween), me he puesto a pensar que mi cuerpo ya no aguanta estos desmanes. Porque lo malo no fue al acostarme, pues caí sopa, lo malo fue al levantarme, al intentar levantarme más bien. Que dolor de cuerpo humano por dios. De estas veces que no puedes mover ni un mísero dedo.

Es alucinante el devenir humano en el alcohol, bueno, mejor dicho, la relación del cuerpo humano con el alcohol. Mi relación empezó, como no podía ser de otra manera, en mi pueblo. En realidad todos mis vicios, buenos y malos, tuvieron su origen en mi pueblo.

Uno suele comenzar con el champan o el cava, en navidades. A ver… dame un poquito más, espera, que no me vean y me vuelvo a llenar la copa, jolin, esta rico. Pones carita y ¡viva la navidad!

La cerveza. Primero los botellines, también llamados botijos. No es que me chifle la cerveza, de hecho suelo terminar con dolor de cabeza, pero claro, hay que tomarla. Botellín, botellín, más botellines, caña, caña, y otra caña, y pierdes la cuenta. Se mea bien, eso sí. ¿Quieres otra? ¿La penúltima? Pues venga, ya puestos.

Adoro esas jarritas heladas con su cerveza bien fría en verano, joder, acompañadas de un poquito de limón a ser posible.
También me gustaba la cerveza negra en la Taberna de Elisa. Que historias madre.

El primer alcohol, pero alcohol me refiero a lo que comúnmente ya es alcohol en sí mismo, porque claro, la gente se piensa que los botellines o cañas no es alcohol, es aperitivo. Bueno, que me voy de la historia, me refiero que mi primer cubata (y cogorza) con alcohol, aunque tuviera pocos grados, fue con Martini. Fue tal el asco que lo cogí que aborrezco su olor y también, de paso, a quién observo que lo pide en una barra. Aun escribiendo esto creo que me ha venido el sabor a la boca…

Pero claro, creces y tienes que parecer más chulito. Pasemos al vodka. De pensarlo casi echo el arroz que acabo de comer. Vodka por aquí, vodka por allá, por dios, con limón o con naranja fresquita. Eso de pedir un Smirnoff… tenía su aquel.

Y sino, jajaja, espera, que me acabo de acordar, esos submarinos, esos minis de cerveza con alguna copa dentro, del alcohol que fuera, pero…, no, venga, en serio, ¿eso bebíamos? De verdad querido hígado, lo siento.
Y sino esas mezclas, llamadas minis, de bebidas que no conocía ni su puñetera madre, esos chupitos de tequila. Y sigo vivo oiga, no me lo creo. Debe ser cosa de magia.

Para que contar las cogorzas. Todos, o casi todos, las hemos tenido.

Llega un momento en tu vida que te sientes ya mayor. Que te sientes un hombre hecho y derecho. Que tienes que beber lo que toman los hombretones. Los machos ibéricos. Llegado ese momento, das paso al whisky.
Un hombre como debe ser, con pelo en pecho y dinero en el bolsillo, debe tomarse un whisky, nada de mariconadas de ponches ni gilipolleces de vodkas. Whisky.

Y que mejor whisky que el español de toda la vida joder, ese segoviano, con dos cojones. Y en vaso largo, nada de tontas estas de ahora de vasos regordetes.

En mi peña, en fiestas, teníamos asignada una botella de whisky, por persona y día.
Os podéis hacer una idea del grado de alcoholismo de los pueblos castellanos.

Así va pasando tu hígado las fiestas y reuniones, con ese amigo, ya casi inseparable, llamado whisky.

En el pueblo, para quedar bien con los trastornaos y demás seres, te tomas tu segoviano. En Madrid y demás sitios ya es distinto, no me jodas, no vas a ir a un sitio con cierto estilo y pedir un segoviano, tienes que pasar a las marcas escocesas y esas cosas.

Y el vino, ay ese vinitoooooo, no me digáis que no. Cuando eres pequeño y, por ejemplo, estas en una boda. Y ves al típico barrigón bebiendo su copa de vino sin parar, piensas que debe ser un sujeto asqueroso, alcoholizado, chispuzo y seguro mala persona. Pero ¡ops! por arte de birlibirloque te ves tú, si tú, aún sin barriga, pero ya medio chuzo y con una sonrisa de oreja a oreja, con esa misma copa de vino y mirando al niño con cara de eh… vale, ¡no me mires así cojones!

Volviendo al alcohol puro y duro, también pasas por momentos de modas varias. Yo también las he pasado, lo reconozco. A la ginebra, con tónica. Tu hígado ya te insulta, le tienes hasta los mismísimos huevos de tanto cambio.

Gracias a la ginebra estuve 3 meses sin probar alcohol. Me debió entrar una especie de alergia o algo así. Muy raro. Fue con Pablo. Estábamos en la playa y salimos por la noche al chiringuito, así estilo chill out, con esa música envolvente y esas camareras…
Esa camarera, que Dios la tenga en sus oraciones, como yo también la tuve en las mías, pues me acordé de ella y su familia durante tanto tiempo… que seguro que aún la pitan los oídos. No pensaba insultarla, pero lo haré, ¡ja puta!, menuda mierda nos sirvió. Con 3 copas, estando nuestro alojamiento a 5 minutos, conseguimos perdernos en la playa y los alrededores, agarrados del brazo, haciendo eses por el paseo marítimo. Tardamos una hora en llegar. Al día siguiente no le dije a Pablo de ir al hospital por pura vergüenza torera.

Así que me pase al ron. Creo que todo ser humano termina con el ron, como los buenos piratas. Como el Capitán Haddock. Un poco ya asqueados.

Pero ya no estoy para estos trotes y eso que el ron me cae bien, será que mi hígado ha encontrado a su media naranja, pero no tomo el ron con naranja, pero eso sí, me gustan fresquitos y de verdad, aunque no me creáis, no voy borrachuzo, he tomado agua en la comida, os lo prometo…

6 comentarios:

  1. Jajaja qué malo el alcohol! Ya echaba yo de menos tus historias :)
    Un abrazo.

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  2. Me encantas Kike, en esta entrada, estas fantastico entre oraciones a la camerera, como un pirata que se precie, ese higado pasando de fiestas y reuniones, ese vodka con limón y sal en chupitos y el whisky....(Algun día te contaré la historia de cuanto dieron de sí mis cuatro vasos de whisky)...El alcohol esa cosa de magia, porque esboza sonrisas tremendas que llegan desde los labios hasta los ojos, haciendo que vuelvas más divertidos, que de normal, los rincones donde estas...Genial Kike...

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    1. Me acuerdo de muchas historias y sonrisas divertidas con el alcohol, pero claro, si empiezo a contarlas pensarán quizás lo que no soy, ¿o si? bah, que más da..
      Gracias Yolanda! Cuenta, cuenta!

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  3. ¡¡¡Qué bueno!!! Mira que viene bien reírse, y yo me lo he pasado pipa con tu relato. La parte de la camarera ha sido mondante. Yo no puedo hablar de resacas, porque aunque en algunas ocasiones he bebido más que Haddock en sus mejores tiempos (no se lo digas a nadie) siempre he caído en coma durante horas y me he levantado como una pera (al vino, pero pera al fin y al cabo). Madre mía, en la boda de mi hermana fue apoteósico. Y mira, sin resaca. Qué risa, me ha encantado leerte. Besos

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    1. Las camareras (imagino que también los camareros) son así, a veces te enganchan a la barra, pero ¡joder! ¡no intentes envenenarme por favor!
      Besos Chari.

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