lunes, 10 de abril de 2017

Nuestro querido ratoncito

¿Qué puedo hacer para que me crean? ¿Cómo convencer a todos estos millones de niños? ¿Cómo hacer para que siga existiendo?

La desesperación se había adueñado de Ratoncito Pérez. Mientras merendaba un trocito de queso en su escondite pensaba y requetepensaba la posible solución a todos sus males, pues los niños empezaban a dudar de su existencia, pues ¿Cómo era posible que un ratón se colase en su habitación? ¿Cómo era posible que, aun pudiéndose colar al ser tan diminuto, pudiese cargar con todos aquellos regalos para todos aquellos niños? Estas “dudas” y otras “sugerencias” parecidas le llegaban vía tuit últimamente.

Llegaba a pensar que si creían en él era solo por interés “por el interés te quiero Andrés”, y eso le hacía ponerse más triste aun.

Durante años y años de fatigoso trabajo había tenido que sobreponerse a todos los peligros con los que se había ido enfrentando últimamente: desratización en alcantarillas, proliferación de gatos domésticos, alarmas de movimiento, ventanas de doble seguridad, etc. Aun así, Ratoncito Pérez, por milagros del destino, seguía vivo y, nunca mejor dicho, coleando.

Igualmente la variedad de regalos que los niños le pedían le hizo tener que darse de alta en “Amazón” y crear una autentica red de contactos y oficinas a nivel mundial. Ratoncito Pérez siempre estuvo muy ocupado, pero poca gente reconocía su valor y dedicación, hasta el punto que muchos niños se habían dado de baja de su red de amigos.

Pensó incluso en darse a conocer un día públicamente, salir en el “Sálvame” o convencer a Bertín Osborne para que visitase su escondrijo y prepararle algún plato con queso gratinado.

La soledad y cansancio de Ratoncito Pérez le hacía estar triste. Ya a muy pocos les hacía ilusión sus regalos y menos aún se molestaban siquiera en agradecerle su labor.

Quizás la fantasía y los sueños sonrientes antes de cerrar los ojos habían desaparecido para siempre.

Quizás este era el mundo preparado ahora por y para los niños, un mundo donde los sueños quedaban aparcados por aprenderse de memoria la lección del día siguiente. Un mundo donde la ilusión y la fantasía quedaban apartadas por “proyectos” de futuro, como si fuesen arquitectos y el futuro ya lo tuvieran en sus manos, sin saber que es impredecible y que lo único que importa es el presente.

Pero… ¿Cómo explicar a los niños que yo, Ratoncito Pérez, realmente soy su Hada? ¿Cómo explicarles que, hace tantos años que ya casi ni me acuerdo, me convertí en este pequeño roedor para poder derrotar al mal que les hacía daño? ¿Cómo explicarles que en esa ardua tarea perdí todos y cada uno de mis dientes?

En definitiva, solo quisiera decirles que soy feliz cuando sonríen por la mañana y cuando cierran los ojos por la noche con la ilusión en su carita. Quisiera decirles que yo ya hice mi labor: preciosa, increíble, heroica. Y que, ahora, los protagonistas de la historia son ellos.

 
La historia de Ratoncito Pérez, para quién no la conozca, se remonta hace muchísimo tiempo.

Un antiguo Reino, situado muy al Norte, estaba gobernado por un tirano, cruel y maléfico, que había asesinado al Rey legítimo.
El tirano, ansioso de poder y gloria, no buscaba el bienestar de sus ciudadanos, a quienes tenía sumidos en el hambre y el frio, esclavizando incluso a los niños.
El hijo del Rey, el Príncipe del Reino, luchaba valerosamente contra los ejércitos del tirano, pero nunca llegaba a obtener la victoria definitiva, pues el tirano estaba escondido en lo más alto y recóndito de su castillo, lugar al que era imposible acceder.

El Príncipe, desesperado ante la situación, decidió viajar al Mundo de Fantasía y pedir ayuda. Allí se encontró con un Hada que le escucho y se apiado de las calamidades que estaban sufriendo los niños del Reino. Esto le dijo el Hada al Príncipe:

“Me convertiré en un ratón, un ratón diminuto, pero fuerte y valiente. Viajaré contigo a tu Reino y me colaré en el castillo del tirano. Una vez dentro de su torre, iré abriendo todas las puertas para que tú y el resto de tus caballeros podáis entrar y derrotarle definitivamente”.

Y esto le contesto el Príncipe:

“Oh Hada, si logras hacerlo, mi Reino y yo estaremos siempre en deuda contigo, eternamente te lo agradeceremos”.

A lo que el Hada contesto:

“No lo haré por ti ni por tu Reino, únicamente lo haré por los niños”

Dicho y hecho. El Hada, convertida en un ratón diminuto, regreso al Reino junto al Príncipe, lográndose colar en la torre más alta del castillo del tirano.

Pero el destino tenía guardado una sorpresa inesperada al Hada, pues junto cuando iba a abrir la puerta de la torre, de repente apareció el tirano y tuvo que ocultarse para no ser encontrada.
Se escondió debajo de la almohada de la cama del tirano, con tal mala suerte que éste, al tumbarse, aplastó a la pequeña Hada convertida en ratoncito. Logro escabullirse, pero salió de debajo de la almohada magullado y sin dientes.
Aún así, nuestro valeroso ratoncito, aprovechando que el tirano dormía, logró abrir una a una todas las puertas del castillo, logrando así dejar camino libre al Príncipe para derrotar y encadenar definitivamente al tirano.

Nuestro Hada, nuestro ratoncito, quedó maltrecho y sin dientes, pero más feliz que una perdiz, viendo como los niños dejaban de sufrir y ser esclavos.
Pero no volvería a su estado original hasta que no recobrase todos y cada uno de sus dientes.

De esta manera, los niños del Reino, agradecidos, empezaron a dejar debajo de su almohada los dientes que se les caían, lo cual recompensaba siempre nuestro Hada, nuestro ratoncito, con algún regalo.

El destino de nuestro Hada, de nuestro pequeño, valeroso y fiel ratoncito, quedó sellado para siempre.
Esta es la historia de Ratoncito. Una historia valerosa, bonita y que nunca jamás debería olvidarse.

 
Pero como decía al principio de este cuento, nuestro Ratoncito estaba triste y apenado, pues sentía que ya los niños no creían en él ni soñaban con su mundo de fantasía.

Como no sabía qué hacer, ni a quién acudir, pensó en visitar al Príncipe del Reino, que ya era Rey, y compartir con él sus dudas, esperando comprensión y ayuda por su parte.

El Rey vivía en un majestuoso castillo construido por sus súbditos, vivía en inmensa alegría, había recuperado su Reino y la felicidad y la fiesta inundaban su vida. Reía en su trono. Esto le dijo el Rey a nuestro querido ratoncito:

“Oh ratoncito, ya te dije que te estaría eternamente agradecido, pero en cuanto a la angustia que padeces y la ayuda que reclamas, yo no puedo hacer nada”.

¿Existe peor respuesta? ¿Es posible que en los siglos de los siglos?, ¿que en universos infinitos?, ¿qué debajo de las piedras haya tal contestación?

“Yo no puedo hacer nada”. Es cruel y vacía. Esa respuesta no la dan ni los médicos cuando tienen que comunicar una enfermedad sin cura. No la dan ni los políticos cuando quieren lavarse las manos. No la dan ni los curas cuando no pueden perdonar nuestros pecados. Ni siquiera la dan los ignorantes, ni los tuercebotas. Eso pensaba nuestro ratoncito.

Se despidió de él, con bonitas palabras, para nunca más aparecer por su castillo engalanado.

Nuestro Hada, nuestro ratoncito, encontró consuelo y ayuda en una Lechuza. Una noche, correteando por la calle al ir a la casa de un niño en uno de sus múltiples trabajos, fue divisado por una lechuza. Nuestro ratoncito iba ensimismado en sus pensamientos, y no se percató de la llegada de la lechuza, que le cogió entre sus garras para zampárselo.

Sin embargo, tuvo suerte nuestro ratoncito, pues la lechuza, aunque hambrienta, no se lo comió, sino que, muy al contrario, ofreció su ayuda para siempre al ratoncito, tras conocer su historia y la labor que realizaba desde un tiempo infinito.

El destino se apiado en esta ocasión de nuestro ratoncito y empezó a comprender muchas cosas.

Pero…, a cambio ¿Qué ayuda podía ofrecer él a quién le había perdonado la vida y hasta entonces consideraba uno de sus mayores enemigos?
Medito durante un tiempo y una vez más tomo una decisión heroica: traspaso a la lechuza parte de su magia, de su poder, parte de lo que había sido y sería; perdiendo así toda posibilidad de volver a convertirse en el Hada que fue.

Así, nuestro ratoncito perdió parte de su magia, pero a cambio dedico todos sus esfuerzos a aquellos niños que aun creían en los sueños, en la fantasía, imaginando y creando un mundo diferente por el que luchar y vivir cuando fuesen mayores.

Nuestro Ratoncito era, es y será siempre lo que queramos nosotros los niños.

Será el Hada que te arrope por las noches, que vigilará tu sueño, que mirará mientras duermes, que acariciará tu cabello, que cuidará de ti, que luchara para que el Mundo de Fantasía no te abandone nunca y te acompañe siempre.

Lo hará, lo haré, por ti, porque esto está dedicado a TI.

 

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...