Lo
que más me gusta de los parques de atracciones es irme de ellos, mirar el reloj
y darme cuenta, con alivio, que se acerca la hora de que todo aquello cierre.
Y
no es que me disgusten, ni me aburran, ni sufra, simplemente llega un momento
que estas hasta las mismísimas narices. Si voy es por
su carita de ilusión.
La
primera vez que fui a un parque de atracciones, vamos, al parque de atracciones
de Madrid, lloré. Lloré 4 veces. Las recuerdo. Era tan pequeño.
El
primer lloro fue en el laberinto de los espejos. Y no fue porque me perdiera,
sino por los golpazos que me di. El primero me hizo gracia, el segundo me hizo
daño y me hizo ponerme serio, al tercero puse carita de pena y al cuarto y
siguientes berreaba por los pasillos como alma en pena. El segundo lloro fue en las colchonetas. Y no fue porque me diera ningún golpe en esta ocasión, sino porque perdí una zapatilla. La verdad, no me hacía gracia la idea de estar el resto del día con un pie descalzo. Al final mi hermana la encontró. Gracias.
El tercero fue en la Noria. Yo era muy miedica. Y se cumplió la Ley de Murphy, es decir, la Noria se quedó parada justo, justito, arriba del todo. Por mi mente pasaron miles de desgracias, todas ellas relacionadas con mi muerte.
Y el cuarto lloro (y el último) fue en uno de esos paseos en barca tan relajantes. Al ir a meterme en la barquichuela resbalé, y una de mis piernas se hundió en el agua hasta la cintura. El agua no estaba fría y no era invierno. Creo lloraría de rabia, por mi penosa mala suerte y, sobre todo, de imaginar que alguien pudiera pensar que iba así de mojado porque me había meado encima.
No
es de extrañar que después de mi primera experiencia, de este día de sucesivas
desgracias, no tenga excesiva “afinidad” con estos sitios.
En
otra ocasión, ya más crecidito, nos juntamos los amigos para acudir también al
parque de atracciones de Madrid. Había una nueva atracción que debía ser la
leche, daba unas vueltas sobre sí misma alucinantes, parecía tan divertido…
Allá
que nos montamos. Lo primero que recuerdo fue las monedas y demás enseres de
nuestros bolsillos cayendo al vacío, ¡me cago en tooooo! ¡¡¡Que eso es
míooooo!!!Lo que comenzó entre carcajadas, acabó casi en tragedia. A la segunda vuelta en aquel artefacto infernal mi estómago me rogaba de rodillas salir de mi cuerpo. Es más, creo que por encima de gritos y chillidos, se oía la súplica a voces, unánime y al unísono, de todos aquellos estómagos, de todos aquellos gilipollas que, como nosotros, estaban allí subidos. Recuerdo que me entró la risa tonta mirando la cara del resto de la gente, esos espasmos, esas dolorosas muecas de vomito contenido. Recuerdo que mi cuerpo me obligaba a mirar a los demás para no salirse de sí mismo. Era sufrimiento real. La gente estaba deseando bajar de allí para correr a esquinas y lugares apartados (y no precisamente para abrazarse y llorar de la emoción). Y oye, lo vendían como lo último de lo último.
Otro
día, en el mismo parque, nos metimos a la casa del terror. La acababan de
estrenar. Debía ser la hostia. Unas colas interminables. Entrabamos en grupos
de 10 aproximadamente. Ninguno quería ir ni delante, ni detrás. Yo, como gran
caballero, me ofrecí para ir el último. En esta ocasión, el destino fue
benévolo conmigo, porque, tras doblar varias esquinas, con varios sustos, de
repente, aún no sé porque, empezaron todos a correr como alma que les lleva el
diablo. Y claro, el primero acabo patas arriba y el resto, uno tras otro, fueron
cayendo encima. Un amasijo de cuerpos, chillidos, gritos, lamentos, todo ello
en plena oscuridad.
Freddy
Krueger y el de la motosierra de la matanza de Texas, dejaron sus quehaceres y
se pusieron a intentar levantar y ayudar, lo cual fue peor aún, pues la gente
se pensaba que venían ya a rematarles en el suelo. La gente chillaba, lloraba,
imploraban al de la motosierra que les dejara en paz, que no les tocase, éste
les decía que se tranquilizasen, que no pasaba nada, pero seguían aullando y arrastrándose
no sabían dónde. Yo miraba todo el espectáculo desde atrás, flipando en
colores.
Después
inauguraron la Warner. En estos sitios, ya más modernos, me sorprenden las
atracciones de agua. Algunas de ellas te las prometen como la culminación de
una experiencia orgásmica, contemplaras a Dios y al resto de Ángeles
celestiales. ¡No apto para menores! Te diriges con emoción (después de esas
colas interminables), con tu impermeable puesto, tus botas de agua (opcionales),
tu capucha, preparado para la ocasión. ¡Allá que te lanzan y! y…, y oye, lo
único que te mojas es un poco el culete (de estar sentado). Sales con cara de
auténtico gilipollas, con tu impermeable impoluto.
Pero
que cosas, yo creo que lo hacen a propósito los cabrones, pues están también
las atracciones de agua para niños. “Perdone caballero, ¿no se pone Usted el
impermeable?” “¿El impermeable? ¿Aquí? Amos no jodas”. Parece un paseíto inocente
en una barcaza. Te acomodas, bostezando del aburrimiento, casi me daban ganas
de fumarme un cigarrito y todo, cuando, de repente, “¡¡HIJOS DE SATANAS!!”. Empapado
de arriba abajo, pues la atracción consiste en que la gente, desde fuera, te
dispara agua, no con ridículas pistolitas, sino con una especia de mangueras.
Se descojonaban de la risa y no había sitio donde esconderse. Total, que
después de 5 minutos de acordarte de sus madres, de señalarles con el dedo en
plan te voy a moler a palos, sales y te vas a lo que ya parece una especie de
tenderete. Te quitas la ropa, la escurres, la tiendes al sol y esperas un
ratito a que se seque.
“¿Qué
hago aquí? Cada día más tonto, ¿Qué necesidad tengo? ¿Qué necesidad tengo de
morir aquí? Porque puedo morir, está claro. Esto se puede descarrilar, se puede
romper la seguridad que llevo y salir volando (desintegrándome), me puede dar
un jamacuco. Joder, con lo bien que estaría sentado en una terraza, tomando un
café o refresco y fumando un cigarrito. Eres subnormal tío. Eres un auténtico
gilipollas, ¿total? ¿pa qué? Pa na”.
Estos
pensamientos siempre me vienen a la cabeza en las montañas rusas, cuando subes
despacito antes de caer en picado. Y no me jodáis, que muchos de vosotros
también lo pensáis igual.
En
la Warner hay una montaña rusa especial, toda hecha de madera, enorme.
Absolutamente todo es de madera. Primero miras así como con algo de recelo,
pensando que ese mamotreco se puede desmoronar de un momento a otro, después
esperas (de nuevo) esas colas interminables y tercero, al salir, insultas y
maldices al buen señor o señora que ha dedicado su tiempo libre a diseñar
aquello. Os lo diré: no sientes la espalda al bajarte.
En
otro famoso Parque, al ir a entrar con un amigo, los vigilantes revisaron su
mochila y ante su sorpresa (y la mía), sacaron de la misma un envoltorio con lo
parecía una herramienta dentro. Ni herramienta ni leches. No una navajita de
estas enanas, ni un cuchillito para cortar en rodajas el salchichón, sino un
Machete, con mayúsculas, de más de 20 centímetros, y no era de juguete no,
según lo sacaban de la funda un escalofrío recorrió mi cuerpo. Se lo
requisaron. Pataleaba como un niño pequeño. Yo le miraba con la boca abierta.
“Pero chico, ¿Cómo huevos se te ocurre llevar eso ahí dentro?” “Es un regalo,
un recuerdo que siempre llevo en mi mochila” “Pero alma de cántaro, que no
vamos de caza, que estamos en Disney, da gracias que no te hayan esposado y llevado
al calabozo directamente, yo lo hubiera hecho”.
Me quedo con París
De París vienen los niños
Y las noches de París son mágicas
Me quedo con su carita de ilusión
Me puedo partir el lomo cargando en los hombros que me da igual, que me da lo mismo
Jajajaja... me parto. Tu estómago te pedía de rodillas salir de tu cuerpo, jajaja, es buenísimo. Y qué moral tienes, que sigues subiendo a esos chismes. Yo los detesto, cuando era niña (allá en la prehistoria) mientras mis hermanos se subían a todos los cacharros que podían, yo me dedicaba a comer algodón de azúcar. Me ha encantado tu relato, es tan divertido que te quedas con ganas de más.
ResponderEliminarUn beso, Kike
Jajaja más moral q el alcoyano si. Algodón de azúcar. .mmm..
EliminarPodía haber seguido contando chorradas pero luego uno se vuelve cansino.
Un besote Chari
Me ha gustado ....y me ha encantado el final.. Me quedo con sus risas...y también me quedo con París
ResponderEliminarRisas en París...
EliminarGracias Maria. Un abrazo.