martes, 18 de octubre de 2016

Papel tosco y barato: Mi cabronazo favorito

Alejandro rondaba los treinta y tantos. Tenía un puesto más que aceptable en una afamada empresa de consultoría. Vivía en la quinta planta ático de una promoción con todas las comodidades, en una de las mejores zonas residenciales de la ciudad.
No era feliz, aunque aparentaba tenerlo todo, o casi todo. Era la envida de todos sus amiguetes con esposa e hijos. Alex para los amigos (y amigas).
Ocupaba su tiempo libre en ir al gimnasio (le gustaba cuidarse y que le mirasen las pivitas), acudir a todo tipo de eventos culturales (siempre pensaba que allí acudirían las tías más interesantes), acercarse de vez en cuando a Ongs (molaba eso de aparentar que ayudabas a los más necesitados y además estaba de moda) y tirarse a todo lo que se moviese y se pusiera a tiro.

En realidad todo aquello lo hacía para tener su mente ocupada, para no pensar. Le importaba un pepino los sentimientos de los demás. Si alguna vez mostraba interés era porque lo que conocía le parecía diferente al resto, le parecía gracioso y jugaba un rato. Ponía como excusa que en su vida le habían utilizado y había sufrido anteriormente en el amor. Pobre.

Salía de juerga jueves, viernes y/o sábados. Incluso algún domingo. También cualquier día de la semana que tuviera la oportunidad de quedar con alguna.
Volvía a su ático a las tantas y al día siguiente deambulaba como un zombi por la ciudad. En esas ocasiones, al volver a casa, o dormía 12 o 14 horas seguidas o se tomaba algún estimulante para seguir.

A veces, algunas noches al volver de juerga, solo en su ático, se preguntaba porque no encontraba la persona adecuada y perfecta para acompañarle.
Algunas mañanas despertaba con la tía de turno en su cama. Miraba, se duchaba, bostezaba desayunando con ella al lado y casi la sacaba a pescozones de su ático. Se aburría de manera sobrehumana.

En esas ocasiones se quedaba meditabundo y pensativo, aunque se le pasaba rápido al ver los mensajes de su móvil. Cristina o Alicia o Raquel o Cecilia o Amparo o María o Yolanda o Rebeca o hasta su puñetera madre, le recordaban lo bueno que estaba, lo gracioso que era, lo interesante que resultaba. Todas aquellas mujeres morían por volver a disfrutar de su compañía.

 
Aquella mañana el sol inundaba su ático. Le gustaba dormir con todas las persianas subidas para que al amanecer el sol entrará como un vendaval (en realidad lo hacía para poderse despertar). Se duchó, se puso uno de sus trajes, se tomó su café y salió al rellano de su portal para tomar el ascensor.
Para su sorpresa (y también indignación) el ascensor no funcionaba. Le arreó varias veces, pero no contestaba. No sabía qué hacer. Se dio cuenta que había unas escaleras de bajada. En 3 años viviendo en aquel lujoso ático no se había percatado de que existían escaleras. Miro como quien lo hace cuando va a tomar un camino en el monte desconocido y empezó a bajar.

Al doblar el rellano del segundo piso se encontró de bruces con una mujer. Llevaba un chándal que a Alejandro le pareció lo más horrible que había visto en mucho tiempo. Allí estaba con su fregona limpiando las escaleras, con la cabeza gacha.
 
Alejandro se quedó parado, no del susto, sino de asombro y extrañeza, pues no era consciente de que alguien limpiará las escaleras de su edificio. Realmente no era consciente de que nadie limpiara nada. Pensaba que las calles, su oficina, los garitos y locales a los que acudía, el gimnasio, etc., se limpiaban solos, por arte de magia. Como cuando los jueves dejaba 50 euros en la encimera de la cocina para que aquella sudamericana (que no conocía ni quería conocer, pues directamente pensaba que no existía) le planchase sus camisas, y al volver se encontraba todo colocadito y oliendo a perfumado.

De su boca salió balbuceando un “Buenos días”, y ella levanto la mirada, le sonrió y contesto también “Buenos días”.
Se dio cuenta que le costaba seguir bajando los peldaños, se sintió torpe y tímido.
La miro y se dio cuenta que era el tipo de mujer que a él le ponía. No muy alta, delgada y con un buen culo. Pero sobre todo, se quedó encandilado y atontado con su voz. Una voz dulce, compasiva y que te envolvía.

Mientras arrancaba su BMW multitud de fantasías eróticas acudieron a su mente, todas ellas relacionadas con aquella mujer en chándal que acababa de cruzarse.

Aquella noche pensaba en la mañana siguiente, lo cual le parecía atónito y le hacía ponerse nervioso, él, que nunca sentía emoción alguna por madrugar y contemplar un nuevo día, aunque luego los disfrutase a tope.
Tenía ganas de volver a cruzarse con aquella mujer, no por nada, simplemente porque le ponía la situación (eso pensaba él al menos). Pero claro, ¿cómo hacerlo sin que estuviese el ascensor averiado?
Estuvo una hora dándole vueltas a su mente corrompida buscando salida a aquello y, al final, encontró la solución: si aquella mujer limpiaba las escaleras del edificio, debería limpiar igualmente el final de las mismas (que daban acceso al ático) y el rellano de su portal; de esta forma, era tan fácil como esperar a que subiera hasta allí, salir en ese momento y encontrarse con ella. Joder tío, eres la hostia, ¡la hostia!, ¡eres mi cabronazo favorito!. Durmió como un angelote.

A la mañana siguiente se levantó emocionado (y excitado). Desayunó con el café en la mano, delante de la puerta, mirando por la mirilla, esperando ver aparecer a la mujer del chándal. Pasaba el tiempo y nada. Llegaría tarde al trabajo. Llamó poniendo una de las miles de excusas que siempre se inventaba y continuó alerta. Estaba empezando a impacientarse cuando la diviso al fondo del pasillo, con el cubo a cuestas. Salió del ático haciéndose el imbécil, mirando el móvil, como si tal cosa.

-          Ah, hola, buenos días de nuevo.
-          Buenos días.
-          Vaya… dos veces en dos días, esto es casualidad.
-          Pues sí, así es.
-          ¿Está ya arreglado el ascensor?
-          Creo que sí. Ya he visto a vecinos esta mañana tomándolo.
-          Mejor así la verdad.

Silencio absoluto. Ella se puso a fregar el portal. Él sin saber qué hacer. Llamo al ascensor.

-          ¿Llevas mucho tiempo trabajando en este edificio?
-          6 meses.
-          No te había visto nunca.
-          Jajaja, eso es porque no baja Usted las escaleras por las mañanas y tenemos horarios diferentes.
-          Jajaja, claro.

De nuevo silencio. El ascensor está llegando.

-          Bueno, pues… que tengas un buen día.
-          Gracias, igualmente, le deseo un buen día.

Trago. Bajo en el ascensor. Se insultó a sí mismo por no haber dado un pasito más. El paso que llevaba imaginando todo el día anterior ¡si hasta había ya fantaseado follándosela en su ático!

El día transcurrió raro para él. Aquella mujer le venía a la mente sin cesar. Lo que más le cabreaba es que no sólo por sexo.

Viendo la champions aquel miércoles por la noche pensaba que cruzarse con ella una tercera vez resultaría de lo más chocante. Vamos, que se iba a notar mucho. Aunque pensándolo bien ¿Qué podía perder? ¿Qué más daba? Solo era la empleada que limpiaba las putas escaleras de su edificio. Quizás ni volviera a verla en su vida. De nuevo se puso a dar vueltas a la cabeza rumiando una nueva forma de encontrarse con ella. ¡Bingo!. Aquella mujer debía igualmente limpiar la entrada al Edificio y el portal principal. Se levantaría temprano, indagaría sobre su situación, y haría lo posible por coincidir con ella en el portal de entrada, como si él estuviese mirando el buzón de correos (buzón que casi nunca miraba, solo de pascuas a ramos, porque era el típico que manejaba todo por internet).

Dicho y hecho. A la mañana siguiente se levantó temprano y con ganas. Una sonrisa irónica inundaba su rostro pensando en el plan que tenía diseñado. Se ducho, se vistió, se echó más Axe Black de lo normal, y salió al rellano del portal de su ático. Sin hacer ruido observo el hueco de las escaleras. No oía ni veía nada. Frunció el ceño. Se quedó allí 5 minutos esperando, casi sin respirar, mirando por el hueco. Vio luz al fondo del hueco y llamo apresuradamente al ascensor. Lo cogió y buscó el botón de planta baja. Según bajaba se desabrocho un poco la camisa y se quitó la corbata, pensando que así tendría un aspecto más interesante.

Salió al portal, pero no había nadie. Observo las escaleras, pero nada. Salió a la entrada del Edificio y nada tampoco. Mierdas. En fin, ya puesto fue al buzón y lo abrió. Las cartas y publicidad se desparramaron por el suelo. Se olvidó durante unos instantes del motivo por el cual estaba allí, mirando la publicidad de un nuevo negocio que habían abierto en el barrio: Librería “Los Mundos de Lucia”, todo en Libros, material escolar y didáctico. Pensó en acercarse un día de estos para ver el percal que se movía por allí.

La puerta del Edificio se abrió y apareció ella. No iba en chándal. Llevaba zapatillas deportivas y vaqueros y camiseta muy ajustados. A nuestro estúpido Alex le dio un vuelco el corazón. Se quedó mirando boquiabierto con la publicidad entre las manos.

-          Bu Buenos días.
-          Buenos días, madruga hoy Usted.
-          No… Si… bueno, es que estaba mirando el buzón.
-          Ya lo veo.

Se quedaron plantados uno delante del otro. Ella le sonrió.

-          Voy a cambiarme y empezar mi jornada. Que tenga un buen día.
-          Gracias.
-          Hasta mañana.
-          Eh… si… hasta mañana.

Pasó por delante de él y se dirigió a una puerta al fondo, con un cartel que ponía “productos de limpieza”.

-          Espera, perdona.
-          Sí, dígame.
-          ¿Cómo te llamas?
-          Claudia.
-          No sé, quizás te parezca atrevido o te moleste, pero había pensado que quizás alguna mañana te apetezca tomar un café, te invito si quieres Claudia.
-          ¿Un café? Jajaja, pues… sí, claro, ¿Por qué no?
-          Gracias, pues ¿Cómo lo hacemos entonces?
-          Tú dirás.
-          Jajaja, no no, me refiero a ¿Tú cuando puedes? Si quieres algún día temprano que vengas, puedes subir a mi ático y te invito. Ahora mismo si quieres.
-          ¿Ahora mismo? Tengo que trabajar.
-          Sí, claro, entiendo, yo también, pero será un cuarto de hora, yo aún no he desayunado.
-          Vale, como quieras.

Mientras subían en el ascensor, Alex solo tenía un pensamiento en su cabeza: el culo de aquella tía. Aunque a decir verdad un pequeño pinchazo martilleaba su mente, nada importante creyó en esos momentos. Una mujer más a la que habría seducido y follado en su ático.

Claudia aun no era consciente de aquello. Su mirada y su voz chispeaban. Solo tenía en su mente sueños y fantasías. Un nuevo mundo al que quería escapar.
                                                                                  

Lucia intentaba ajustar al máximo sus prismáticos, recostada sobre un pequeño sofá de grandes brazos, pellizcándose el labio inferior, con su café y su cigarro al lado. Descolgó el teléfono lentamente.

-          ¿Sí? Buenos días.
-          ¿Javi?
-          ¿Qué te pasa?
-          Esta ahora mismo con otra tía en su ático.
-          Espera, espera… ¿Me estas llamando a las 9 de la mañana para decirme que ese tío esta con una tía ahora mismo?
-          Si. ¿Y sabes quién es?
-          Joder Lucia… A ver, ¿Quién es?
-          La mujer que friega las escaleras.
-          ¿Y cómo cojones sabes que es la mujer que limpia las escaleras?
-          ¿Te acuerdas cuando te conté el día que me cole en su edificio para averiguar su nombre y algo sobre él?
-          Eh… si, me acuerdo sí.
-          Pues me encontré con la mujer de la limpieza, que, fíjate tú que gracia, es la misma que ahora está tomando café con él.
-          Lucia, deberías dejar ese juego, no está bien espiar a la gente joder.
-          Anda ya, no me seas cuadriculado. Me gusta observar a la gente y no tengo la culpa que ese tío tenga todo el puto día los ventanales sin cortinas y con las persianas subidas, a la vista te todos. Además, no hago daño a nadie. Y ese tío me pone… Me pone mucho la verdad.
-          Tú misma.
-          Joder que borde, te llamo para compartir mi excitación contigo y mira como me hablas.
-          ¿Tu excitación? ¿O tu obsesión?
-          Vale, mira, voy a colgar, ya está.
-          Ok, ok, perdona. Por cierto ¿Cómo te va el negocio?
-          Empezando, ya sabes.
-          Ya, todos los comienzos son complicados. ¿Y cómo vas con tu libro?
-          Lo he dejado aparcado unas semanas.
-          ¿Y eso?
-          Estoy con un relato sobre la vida de Alex, mi chico del ático de enfrente…
-          Lo dicho tía. Estas como un auténtico cencerro.
-          Estoy intentando descifrar su conversación ahora mismo… pero mierdas, me es imposible, tendré que dejar rienda suelta a mi imaginación.
-          La madre que te parió…
-          ¿Y sabes? Un día de estos me cruzaré con él y le conoceré. Y seré yo quien le invite a tomar café en mi ático…

 

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...