lunes, 25 de enero de 2016

Es una orden

Volvía de las tierras salvajes. De combates y emboscadas, a lanza y espada.
Magullado, herido, pero vivo. Sediento y hambriento.
Espoleaba al caballo, aunque estaba más agotado que él mismo, pues sentía que ambos deseaban llegar al Castillo.
Cruzó el foso por el puente levadizo, traspasó el arco y el muro, y llegó al patio de armas. Dejó el caballo en los establos. Le susurró al oído.

-          Duerme compañero, yo lo quiero.

Saludos, palmadas en los hombros, vítores, alabanzas.
Pero también silencios, comentarios por la espalda, miradas torcidas.
No podía hacer otra cosa que sonreír a todos. Si por un momento fueran conscientes, unos y otros, del peligro que les acecha, de que el mal esta ahí fuera, que existe y es terrible. Pero mejor que no lo sepan. Mejor así.
Esa es la vida de algunos, guardar. Y los demás felices, o infelices, en su ignorancia, así debe ser, así ha sido siempre. No lo pienses.

-          ¡Guardián! Esta noche hay fiesta en la Sala, ¿vendrás? ¿Nos contarás alguna buena historia? Acércate luego ¡¡por favor!!
-          No lo se, quizás, estoy un poco cansado, si voy, os buscaré y os contaré.

Aún ni se había quitado el casco. Subió al Cuartel de la Guardia, a sus estancias.
Se lo quitó por fin. La armadura era otra cosa. Necesitaría ayuda.
Quería derrumbarse. Notaba sus ojos rojos.
Alguien se acerca por la espalda.

-          Siento molestaros en vuestro descanso, pero el Rey os reclama de nuevo.
-          Gracias, voy.

Se dirige a la Ciudadela. A la parte más alta. Al Palacio. La armadura hundida, sucia y con restos de sangre. Con el casco en la mano.
Algunos soldados ni saludan a su paso, bajan la mirada o la esconden.
Piensan que es un proscrito. Un asesino a sueldo. Que morirá pronto.
No podría explicárselo, sólo lo llegarían a entender si lo hubieran tenido delante, sin careta, apestando a maldad y odio, y ni siquiera hubieran tenido tiempo de asimilarlo, pues quedarían petrificados y la mayoría habría muerto sin darse cuenta.

Cruza las puertas. Recorre el pasillo, escuchando sólo como retumban sus pisadas y llega a su presencia. Se respira tensión. Y quietud al mismo tiempo. Se quedan mirándose, sin hablar. Como siempre tiene la sensación de que lo hace con celos, con envidia, con miedo, pero también con respeto, con sabiduría y con ternura.

-          Bienvenido de nuevo, ¿Qué tal por el mundo exterior?

Lo mira al centro de sus ojos. Tarda en contestar.

-          El enemigo es despiadado mi Señor, aun así, ha sido derrocado y expulsado.
-          Te dije que su derrota estaba próxima, solo tenías que tener esperanza.
-          Si, cierto. Pero los muertos y el daño que ha dejado por el camino son irrecuperables.
-          Un solo hombre de los que te acompaña vale por cien suyos. Su honor perdurará siempre.
-          Triste consuelo.

Silencio. Sus miradas fijas la una en la otra.

-          Descansa ahora, siéntate.
-          Me gustaría hacerlo en mis estancias, mi Señor.
-          Aún no, espera. Bebe y come algo. Tengo otra misión para ti.
-          ¿Otra?
-          Si, otra. Pero tranquilo, no necesitarás escudo, ni lanza, ni espada, ni siquiera puñal. Será más bien un retiro, desaparecerás.
-          El enemigo nunca se retira mi Señor, ni desaparece. Que haya sido detenido, por el momento, no significa que sus secuaces y esclavos no deseen continuar haciendo el mal, ahora más que nunca, aunque parezcan dormidos.
-          Veo que necesitas descansar. Partirás mañana sin falta, con las primeras luces del día.
-          ¿Mañana? Mi caballo esta agotado mi Señor, necesita reposo.
-          Tomarás otro si es preciso.
-          ¿Tan importante es? dígame, explíqueme.
-          No te alteres. No habrá ninguna batalla. Acudirás sólo, no será nuevo para ti.
-          Mi Señor, nuestro Enemigo, el Mal que ambos conocemos, campara de nuevo a sus anchas si nota mi ausencia.
-          Has enseñado a otros guerreros a hacerle frente, y lo harán, no sufras por ello. Solo tu recuerdo ya le hace dudar y caer. Tranquilo.
-          No habrá retiro para mí. Busque a otros para esa misión. Con su permiso. Adiós.

Se levanta. Baja la cabeza y se da la vuelta. Pero vuelve a hablarle.

-          No te vayas. Es una orden.

Se para. Cierra los ojos. Se da la vuelta lentamente. Podría asesinarle allí mismo, y lo haría, en un instante. Pero no.
 
-          Hable de una vez, dígame, ¿Qué debo hacer?
-          Ya lo has oído. Necesitas descansar.
-          Mi Señor...
-          Dime Guardián.
-          No sé lo que significa descansar. Jamás lo he sentido en mi vida. No he sido enseñado para ello, ni mi cuerpo, ni mi mente. Nunca lo he aprendido.
-          Si no lo haces morirás. ¿Deseas morir?
-          Conozco a la muerte y no la temo. Aun si, deseo vivir.
-          Pues hazlo entonces. Viajarás sólo. Lejos. Recuperaras tu cuerpo y tu mente. Volverás a sentir y volverás a amar. La sonrisa te da vida. Lo veo en tu rostro.
-          Mi Señor, no habrá retiro que consuele mi alma, ni lecho que apacigüe mi cuerpo.
-          Es una orden. Y sí lo hay, lo sabes, desde hace tiempo.
-          Es solo un sueño, una ilusión, una fantasía, una quimera.
-          Que retumba en tu pecho.
-          Si.

Esa noche bajó a la Sala de Fiestas. A compartir sus historias. Pero no lo hizo con sus mejores galas, ni siquiera limpió su suciedad ni sus heridas. Lo hizo con sus ropajes de batalla, con su armadura, apestando a sangre y a muerte. Con su espada y su lanza.  

-          Guardián… ¿Por qué? Todo el mundo te mira de soslayo, de reojo, susurra a tu paso.
-          Si pueden hacerlo es porque otros han dado su vida o su libertad por ellos. Solo estaré un momento, no molestaré más y pronto me olvidarán y volverán a reír y gozar.
-          No te olvidarán. Ríen contigo.
-          No. Mañana partiré. Quizás para siempre.
-          ¿Por qué?
-          Es una orden. Yo solo cumplo órdenes.

martes, 12 de enero de 2016

La chica que suspiraba por perderse en una cuesta


Imaginé que llegabas en tren, que yo corría, como siempre, pues se hacía tarde.
Que te buscaba por la calle y tú a mí, entre gente y maletas. Que al fin nos encontrábamos y que la sonrisa nos invadía. Que nos abrazábamos como si no lo hubiéramos hecho nunca.
Soñé con frutas, palomitas y cervezas. Con alitas de pollo y comida china. Con cafés y cigarros mirándonos a los ojos.
Fantaseé con recorrer tu cuerpo en una cocina pequeñita y en una ducha más diminuta aun. Tu boca y tus susurros son mi fantasía.

Imaginé, jajajaja, si, imaginé tantas risas, tantos momentos cómplices, tantas caricias, tantos besos, que ya no caben en mi imaginación. Hasta hacíamos cálculos de los besos que nos podíamos llegar a dar por día. 
Fíjate que hasta soñé con dormir a tu lado, tan pegados que aún mi cuerpo estaría contagiado de tu olor. Que hasta cogería odio a la limpieza de lo que me rodea.

Silencio. Silencio... Silencio. Ha pasado un ángel. Ha pasado un ángel.

Soy tan inocente, tan tontorrón, que hasta imaginé que te gustaba. Que me decías que te gustaba mi pelo, mis ojos, mis cejas, mi nariz, mi boca, mi voz, mis orejas, mi barbilla, mi pecho, mi vientre, mis piernas… que me decías que te gustaba todo de mí.
Sonrió al pensar estas cosas que se me ocurren.

Deseaba tanto volver a pasear y reírme contigo, que mi imaginación, unida a los nervios, hacía que hiciese volar el vino por el aire, que tocasen la campana para sacarnos de nuestro beso ensimismado. Que nos tomásemos un mojito y, ya medio borrachines, nos perdiéramos por las profundidades y cuevas de Madrid.

Imaginé deambular por una cuesta, muy despacio, observándote como te olvidabas del mundo entero, rodeada de tantos libros que te hacía sentirte en el paraíso.
Mirando como tu falda y tus medias de chica creaban ilusiones en los de alrededor, pero siendo yo quien se acercaba por la espalda y apartaba tu melena.

Casi llegué a ver tu mirada pensativa, tus ojos observando a la gente, tu ayuda desinteresada a una chica desamparada en la calle, o a un necesitado en el tren, aunque te empujaran o perdieras la cartera. Hice magia para que el empujón se convirtiera en una carrera alocada hacía un beso en un portal y para que la cartera, como en las películas, apareciera caída justito encima de la vía. 

Soñé que solo querías estar conmigo, tumbada a mi lado, solo eso. Que por encima de todo, solo querías mis besos, mis caricias, mis manos, mi boca, mi lengua, mi sexo. Y que yo solo quería tus suspiros y gemidos.
Que no te importaba mi ausencia, pues volvería, más tarde o más temprano.

Suspiraba por soñar sentirme tan relajado, tan cómodo, que casi no podía creer a mi propia imaginación. Suspiraba cada vez que sonreías. Cada vez que te levantabas y seguía con mi mirada tu culito. Suspiraba cada vez que me invitabas (o me invitaba a mí mismo) a tocarte. Suspiraba cuando sentía que el sueño me vencía con tu piel.

Imaginé que dejaste la casa llena de tus palabras. Jugué a encontrar tus mensajes como un niño pequeño, soñador y emocionado.
¿Quieres que siga imaginando lo que te echo de menos? ¿Así lo quieres?
¿Qué siga soñando con cuanto te necesito? ¿Es lo que deseas?

Solo lo imaginé, pues los sueños casi nunca se hacen realidad.
Silencio. Silencio... Silencio. ¿Lo has sentido? Ha pasado un ángel.
Me gusta el silencio. Me chifla tu silencio. El ángel eres tú.

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...