Magullado, herido, pero vivo. Sediento y hambriento.
Espoleaba al caballo, aunque estaba más agotado que él mismo, pues sentía que ambos deseaban llegar al Castillo.
Cruzó el foso por el puente levadizo, traspasó el arco y el muro, y llegó al patio de armas. Dejó el caballo en los establos. Le susurró al oído.
-
Duerme compañero, yo lo quiero.
Saludos, palmadas en los hombros, vítores,
alabanzas.
Pero también silencios, comentarios por la
espalda, miradas torcidas.No podía hacer otra cosa que sonreír a todos. Si por un momento fueran conscientes, unos y otros, del peligro que les acecha, de que el mal esta ahí fuera, que existe y es terrible. Pero mejor que no lo sepan. Mejor así.
Esa es la vida de algunos, guardar. Y los demás felices, o infelices, en su ignorancia, así debe ser, así ha sido siempre. No lo pienses.
-
¡Guardián! Esta noche hay fiesta en la
Sala, ¿vendrás? ¿Nos contarás alguna buena historia? Acércate luego ¡¡por
favor!!
-
No lo se, quizás, estoy un poco
cansado, si voy, os buscaré y os contaré.
Aún ni se había quitado el casco. Subió al
Cuartel de la Guardia, a sus estancias.
Se lo quitó por fin. La armadura era otra
cosa. Necesitaría ayuda. Quería derrumbarse. Notaba sus ojos rojos.
Alguien se acerca por la espalda.
-
Siento molestaros en vuestro descanso,
pero el Rey os reclama de nuevo.
-
Gracias, voy.
Se dirige a la Ciudadela. A la parte más
alta. Al Palacio. La armadura hundida, sucia y con restos de sangre. Con el
casco en la mano.
Algunos soldados ni saludan a su paso, bajan
la mirada o la esconden.Piensan que es un proscrito. Un asesino a sueldo. Que morirá pronto.
No podría explicárselo, sólo lo llegarían a entender si lo hubieran tenido delante, sin careta, apestando a maldad y odio, y ni siquiera hubieran tenido tiempo de asimilarlo, pues quedarían petrificados y la mayoría habría muerto sin darse cuenta.
Cruza las puertas. Recorre el pasillo,
escuchando sólo como retumban sus pisadas y llega a su presencia. Se respira
tensión. Y quietud al mismo tiempo. Se quedan mirándose, sin hablar. Como
siempre tiene la sensación de que lo hace con celos, con envidia, con miedo,
pero también con respeto, con sabiduría y con ternura.
-
Bienvenido de nuevo, ¿Qué tal por el
mundo exterior?
Lo mira al centro de sus ojos. Tarda en
contestar.
-
El enemigo es despiadado mi Señor, aun
así, ha sido derrocado y expulsado.
-
Te dije que su derrota estaba próxima,
solo tenías que tener esperanza.
-
Si, cierto. Pero los muertos y el daño
que ha dejado por el camino son irrecuperables.
-
Un solo hombre de los que te acompaña
vale por cien suyos. Su honor perdurará siempre.
-
Triste consuelo.
Silencio. Sus miradas fijas la una en la otra.
-
Descansa ahora, siéntate.
-
Me gustaría hacerlo en mis estancias,
mi Señor.
-
Aún no, espera. Bebe y come algo.
Tengo otra misión para ti.
-
¿Otra?
-
Si, otra. Pero tranquilo, no
necesitarás escudo, ni lanza, ni espada, ni siquiera puñal. Será más bien un
retiro, desaparecerás.
-
El enemigo nunca se retira mi Señor,
ni desaparece. Que haya sido detenido, por el momento, no significa que sus
secuaces y esclavos no deseen continuar haciendo el mal, ahora más que nunca,
aunque parezcan dormidos.
-
Veo que necesitas descansar. Partirás
mañana sin falta, con las primeras luces del día.
-
¿Mañana? Mi caballo esta agotado mi
Señor, necesita reposo.
-
Tomarás otro si es preciso.
-
¿Tan importante es? dígame, explíqueme.
-
No te alteres. No habrá ninguna
batalla. Acudirás sólo, no será nuevo para ti.
-
Mi Señor, nuestro Enemigo, el Mal que
ambos conocemos, campara de nuevo a sus anchas si nota mi ausencia.
-
Has enseñado a otros guerreros a
hacerle frente, y lo harán, no sufras por ello. Solo tu recuerdo ya le hace
dudar y caer. Tranquilo.
-
No habrá retiro para mí. Busque a
otros para esa misión. Con su permiso. Adiós.
Se levanta. Baja la cabeza y se da la vuelta.
Pero vuelve a hablarle.
-
No te vayas. Es una orden.
Se para. Cierra los ojos. Se da la vuelta
lentamente. Podría asesinarle allí mismo, y lo haría, en un instante. Pero no.
-
Hable de una vez, dígame, ¿Qué debo
hacer?
-
Ya lo has oído. Necesitas descansar.
-
Mi Señor...
-
Dime Guardián.
-
No sé lo que significa descansar.
Jamás lo he sentido en mi vida. No he sido enseñado para ello, ni mi cuerpo, ni
mi mente. Nunca lo he aprendido.
-
Si no lo haces morirás. ¿Deseas morir?
-
Conozco a la muerte y no la temo. Aun
si, deseo vivir.
-
Pues hazlo entonces. Viajarás sólo.
Lejos. Recuperaras tu cuerpo y tu mente. Volverás a sentir y volverás a amar.
La sonrisa te da vida. Lo veo en tu rostro.
-
Mi Señor, no habrá retiro que consuele
mi alma, ni lecho que apacigüe mi cuerpo.
-
Es una orden. Y sí lo hay, lo sabes,
desde hace tiempo.
-
Es solo un sueño, una ilusión, una
fantasía, una quimera.
-
Que retumba en tu pecho.
-
Si.
Esa noche bajó a la Sala de Fiestas. A compartir sus historias. Pero no lo hizo con sus mejores galas, ni siquiera limpió su suciedad ni sus heridas. Lo hizo con sus ropajes de batalla, con su armadura, apestando a sangre y a muerte. Con su espada y su lanza.
-
Guardián…
¿Por qué? Todo el mundo te mira de soslayo, de reojo, susurra a tu paso.
-
Si
pueden hacerlo es porque otros han dado su vida o su libertad por ellos. Solo estaré
un momento, no molestaré más y pronto me olvidarán y volverán a reír y gozar.
-
No
te olvidarán. Ríen contigo.
-
No.
Mañana partiré. Quizás para siempre.
-
¿Por
qué?
-
Es
una orden. Yo solo cumplo órdenes.
Será una orden, pero me parece muy sensata: hasta los guardianes tienen que descansar de vez en cuando.
ResponderEliminarUn beso, Kike, me ha encantado.
Pues si, ya va siendo hora. Otro beso para ti Chari.
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