miércoles, 25 de febrero de 2015

¡Buenos días Don Enrique!


Mi madre me lavaba la cara, me peinaba mis rizos. Era invierno y los inviernos en los pueblos son muy duros. Me ponía mi abrigo, mis guantes y aquel gorrito que me tapaba casi entero, ¡ay! ¡¡jo mama!! Calla… que hace mucho frio.

Por el camino te ibas encontrando con los chicos del pueblo. Llovía o nevaba muchas veces, era divertido. Llegabas empapado al colegio.

¡¡Buenos días Don Enrique!! ¡¡¡¡Buenos días Don Enrique!!!!

Buenos días chicos. Daba unas palmadas, pero no de orden, sino de ánimo para empezar el día. Vamos a encender la estufa, que ahora vengo. Y se iba. Y nos dejaba allí un rato solos nada más empezar la clase. Como conocía a los niños… ese rato de estar solos, contando las tonterías del día anterior, haciendo travesuras, riendo y gritando.

Volvía y parecía no importarle nuestras trastadas, se nos quedaba mirando un rato, hasta que nuestra energía se iba apaciguando.

Ufff que frío chicos. Miraba la estufa. Echaba otro tronco. Se frotaba las manos. ¿Dónde nos quedamos ayer?

Nos poníamos todos alrededor de la estufa, en círculo. Todos iguales, como en una mesa redonda. Como la Tabla Redonda del Rey Arturo.

Don Enrique nos daba Sociales, Lenguaje y Francés. Nos leía, le encantaba leer y a mí me encantaba escuchar como leía. Su voz era profunda, pero dulce, un poco carrasposa, tosía de vez en cuando, siempre estuvo un poco enfermo. Paraba, alzaba la vista, nos miraba y se levantaba a hacer alguna explicación en la pizarra. Se acariciaba su bigote o su barba, pensando. Y fumaba, porque antes los profesores fumaban en las clases.

Nos miraba detenidamente, fijamente. Y puedo asegurar que sólo lo hacía por un profundo amor hacía nosotros. Quería cuidarnos, quería saber que en el futuro seriamos felices.
No le recuerdo jamás una mala palabra, una voz ni un mal gesto, a ninguno de nosotros.
Apasionado, comprometido, noble. En definitiva, un hombre bueno.

Crecer, pasar la infancia, con una persona así, es bonito.

Nos enseñó a darnos cuenta de nuestros errores, sin decir nada, sin tener que reconocerlo.
Nos enseñó a jugar a la petanca.
Nos enseñó a amar nuestro pueblo.
Nos enseñó el mundo.
Nos enseñó.
 
A mí me enseñó a amar leer. Metiéndome en la historia, en los personajes. Me enseñó a amar las palabras, a colocarlas de forma que pudieran transmitir algo. Quería enseñarme que los sueños son posibles. Quería enseñarme a creer en mí.

Espero verle este fin de semana. Darle la mano y mirarle tal como él me miraba a mí.
Y le daré esta hoja, para que sepa que le recuerdo como si fuera hoy, para que sepa que sigo escribiendo, para sacarle una sonrisa.

maestros-delgado

viernes, 13 de febrero de 2015

Tomb Raider: Black Jack



Nos gustaba ir por la Cava Baja o la zona de Huertas, deambulando por las callejuelas.
Después de tomarnos unas cervezas en la “Taberna de Elisa”, nos íbamos a la zona de pubs y casi siempre terminábamos en el “Black Jack”, en una esquina de la Plaza de Santa Ana. Era el último en cerrar por la zona. Era un local de dos plantas, con dos ambientes. A mi me gustaba.

Después de recorrer la calle Huertas y la Plaza de Santa Ana el descojone iba en aumento y más si, como aquella noche, nos acompañaba Pulido.
Pulido era un amigo de Fernando. Pequeño (casi enano), peludo y feo como el sólo; pero todo eso lo compensaba con mucha simpatía, con desparpajo.
Entraba a todo lo que se movía. Y huían haciendo fu como el gato. Pero no le importaba. Volvía sonriendo. Entraba a los locales y no perdía tiempo en subirse encima de la tarima, bailando con aquellas tías que algunas veces le daban capones en la cabeza. Se apartaban y le dejaban sólo, incluso algunas veces se quitaba la camiseta y empezaba a moverse como un loco. Fernando y yo nos partíamos de la risa, se nos saltaban las lagrimas. El tío era feliz.

Estábamos en la planta de arriba. Charlando.
Al lado un grupo de chicas y ese Pulido que va para allá, no perdía oportunidad el tío.
Algunas veces ya ni mirábamos, ¿para que? no tardaría ni un minuto en volver al redil.
Pero no volvía. Miré. Allí estaba Pulido, hablando con ... joder!...jo...der....
Morena, melena larga, pivón, muñeca. Parecía que la habían dibujado. Parecía un comic. Me vino a la mente Lara Croft, como un flash.
¿Cómo...? ¿Cómo era posible...? ¿Cómo era posible que esa tía estuviera hablando con Pulido...?
¿Cómo era posible que, en tantas noches, todas y cada unas de las tías a las que entraba, fueran como fuesen, salieran corriendo despavoridas y aquella morenaza estuviera, siguiera aún, charlando y riéndose animadamente con él?




Todos los tíos la miraban. La devoraban con la mirada. Siempre fue así, en todo momento y en todas partes. Y ella, con esos ojazos oscuros enormes, sólo miraba a Pulido, que le llegaba a sus pechos (perfectos). Su postura era dulce, todos sus movimientos eran dulces. Erotismo puro.
Me quedé embobado. No sólo por ella, sino por la situación. Fernando no decía nada, pensaba lo mismo.
¿Cuanto tiempo paso? No me acuerdo.
Me miró un par de veces, de forma totalmente disimulada.

Eran más de las 5 de la mañana. Sus amigas ya se habían ido.
¿Se iba a liar con Pulido? No..., no me lo creo...
Se puso su abrigo, era diciembre, se dieron dos besos y se despidieron. 
Nunca me ha gustado entrar. Lo odiaba. No le encontraba sentido. Me encontraba más cómodo mirando a los ojos, acercándonos, que surgiera lo que tuviera que surgir.
Pero..., aquella noche de invierno, en aquel local, a esas horas, no podía irse sin que la dijera nada. Observé como se iba hacía la salida. No lo pensé. Fui detrás y la cogí casi en la puerta.

-          Hola, perdona, ¿ya te vas?
-          Si, es muy tarde.- Hasta su voz era sensual.
-          Ya..., sí, lo es. Sólo..., sólo quería decirte que eres preciosa, no se, se que suena raro, pero.... ¿nos podríamos ver otro día?.- Sonrió. Me miró con aquellos ojazos.-
-          Apúntame tu número y tu nombre.- Fui a la barra, pedí un boli y volví rápido.-
-          ¿Tienes algo donde pueda apuntártelo?.- Abrió su bolsito, con una dulzura y erotismo que me dejaba pasmado. Sacó una tarjeta.-
-          Apuntalo aquí.
-          Vale. Toma.- Nos quedamos mirándonos. No sabía que decirla.-
-          Me tengo que ir...
-          Bueno, pues...adiós...
-          Adiós.
-          ¿Cómo te llamas por cierto?

Hasta el nombre era diferente. Se fue. Sonreí. Estaba convencido que no se llamaba así y que jamás me llamaría, pero bueno, había sido emocionante y lo había hecho, sino, me hubiera quedado con esa sensación dentro.
Me di la vuelta y me encontré de bruces con Pulido. Me miraba con cara de mala ostia.

-          ¿Qué haces?
-          Nada tío.
-          ¿Cómo que nada? Me tiro toda la noche hablando con esa chica, y ahora vas tú detrás ¿a qué?
-          Sólo quería saludarla. No he podido evitarlo.

Lo vi venir, pero no me aparté. En cierto modo me lo había ganado. Casi tuvó que saltar (y yo que agacharme) para darme el puñetazo que me dió. Ni me inmuté. No dijé nada. Él tampoco. Nos quedamos mirándonos. Me toqué la boca, estaba sangrando. Tragué. Se dió la vuelta. Quedó para siempre entre nosotros. 

El viernes siguiente sonó el teléfono.

-          ¿Sí?
-          Buenas tardes, ¿está Quique?.- Reconocí inmediatamente esa voz...pero, no me lo acababa de creer.-
-          Si, soy yo, ¿Quién es...?
-          Sábado pasado, Black Jack, ¿ya no te acuerdas de mí?
-          Claro que me acuerdo de ti...

Paseando por el centro, por la Plaza Mayor, por Opera, por Sol, me dirijo a la Plaza de Santa Ana y siempre me quedo mirando.
El Black Jack hace tiempo que esta cerrado. Chapado. Literalmente chapado.



miércoles, 11 de febrero de 2015

Cleo


Buscando entre mis papeles viejos, me he quedado con la carta entre mis manos.
Esas líneas escritas a máquina en un trozo de hoja.
¿Cuánto tiempo llevaba ahí en el cajón? ¿20 años casi? Ni me acuerdo.
Ya en su momento me dejó turbado, pero ahora, al mirar de nuevo aquellas letras, un escalofrío recorre mi cuerpo entero.

Si pudiera saber que me quieres como me abrazas
Si pudiera hacer morir esta pasión que siento en tus labios.
Jamás sabrás quien soy, quien escribe estas líneas,
pues el miedo a tu rechazo es algo que me atormenta continuamente.

Me dejó turbado porque no sabía de quién podía ser. Incertidumbre. Casi hasta me parecía un juego. Era un niñato. Jamás pregunté, ni quise saber. Y la persona que me escribió así, se quedaría con ese sentimiento, con esa sensación. Una sensación cruel.

Y, ahora, un escalofrío recorre mi cuerpo. Quizás me lo merezca.

Por aquella época.... pensando ahora...

Ra no pudo ser. No lo creo. Era mayor que yo, me sacaba unos años y aunque había cariño y complicidad, sólo había morbo, sólo había sexo, sólo buscaba eso en mí.

Re menos aún, era rara como ella sola, pero besaba tan bien... Aunque, sinceramente, no la veía, ni la veo, poniéndose delante de una máquina de escribir.

Ro... ¿sería Ro? Ro era muy guapa. Guapísima. Con aquellos ojazos y esos labios en esa carita. Naricita alargada, en punta. Yo la llamaba Cleo (Cleopatra), de forma cariñosa.
Morena, con melena larga, bajita y muy delgada. Poquita cosa, pero a mi me encantaba. Sólo iba al pueblo algunos fines de semana del verano.

Al principio me veía y venía corriendo a saludarme, con esa sonrisa que ocupaba toda su cara, me daba dos besos, los ojos la chispeaban y se iba otra vez corriendo con sus amigas. ¿Cuántas veces se acercaba y se iba en toda la noche? ¿en todas las noches? Me tenía aturdido. Me hacía reír, una chica que necesitaba consuelo.

Abrázame...
Si yo te abrazo... pero me apetece besarte esa boca.
Ay no... no... por favor Quique...
¿Pero que es lo quieres de mi?
Que sólo quiero que me abraces.
¿Qué te pasa pequeña?
Déjame sentir tu pecho... sólo eso...  

Mis amigos me decían que estaba loca, perturbada, chiflada. Y encima no entendían porque yo la hacía caso. Porque seguía con aquello. Perdiendo el tiempo decían. En cierto modo quizás llevaban razón.
Pero era llegar el sábado por la noche y sólo verla me hacía sonreír, aunque supiera que iba a intentar arrastrarme, cogerme de la mano y alejarme de mis amigos, sólo para que la abrazara.

A ver como besas...
Me desconciertas... ¿lo sabes no?
Rózame...mm...me gusta...levántate la camiseta...
Jajaja, ¿Qué me levante la camiseta?
Si, para verte... uf... ¡¡¡adiós!!!

Me dejaba así muchas noches. Desaparecía como una cenicienta.
La miraba marcharse correteando. Hasta nuestro próximo encuentro...

Y los encuentros se sucedieron, muchas noches más. Aunque estuviera loca.

Paso el tiempo. No llegaba a entender del todo su actitud. Y yo con tanto por entender aún. Casi muchas veces hasta la esquivaba y eso ella lo noto.

Fiesta, risas, música, tías, cubatas, de un sitio a otro, de aquí para allá.
Y de repente me paré. Estaba allí, en un rincón, encogida, solita.
Pero... ¿pero que haces aquí Cleo?
Nada...

¡Vamos Quique! ¡Joder tío! ¡Pasa de ella de una puta vez! Mis amigos me llamaban.
No... No. Me quedo aquí. Después nos vemos.
¡Que te den! ¡Nos vamos!!

No tienes porque quedarte, vete si quieres.
Quiero quedarme. Hazme sitio.

No quería hablar. No hablaba. Yo tampoco. La abrace fuerte. La acurruque en aquel rincón de aquella peña. Con las risas y gritos fuera. Me di cuenta... de lo pequeña que era... la envolví con mi cuerpo. Poso su cabeza en mi pecho y cerro los ojos.
Fue pasando la noche y las voces y risas se fueron acallando. Ya no había nadie, pero seguíamos acurrucados. No había intentando tocarla... ni besarla... ni ella a mí, porque, en el fondo, por fin, me di cuenta que, como ella, sólo quería que me abrazase.

 

lunes, 2 de febrero de 2015

Almería


Era despertarse y sentir ya el calor por la ventana. Oyendo el bullicio que provenía de la Puerta de Purchena. Me encantaba ese sonido.
Sin ninguna inquietud, sin que tu mente tuviera recuerdos, sólo abrazar ese cuerpo desnudo y volver a hacerlo... No había prisa, nunca me han gustado las prisas, recorrer... con aquel sudor húmedo con el que amanecías.

Voy a bajar al Mercado a comprar, ¿vienes? ¿bajas conmigo?
Mmm... me quedo aquí, no te vayas lejos... vuelve rápido...
Vale, como quieras...
Esa imagen entre las sabanas, se te queda grabada en la retina.
Bajaba al Mercado, ese desparpajo de la gente, esa gracia, que te hacían sentirte cómodo.
Al volver buscaba las sombras, pues el sol ya ardía.

Esa inmensa playa con la ciudad atrás. Sin nada especial, sólo ese sol, esa claridad, esa luz.

Volvías empapado, de sal, de sudor. Te duchabas, en plural...
Una ensalada, algo fresco, pues hacía un calor que tenía hasta ruido propio. Vida propia.

Baja la ventanilla, no pongas el aire, bájala, deja que entre el viento, deja que entre el calor, que más da, si todo ya es calor.
Ibas siempre con la piel mojada. Subía sus piernas al salpicadero.
No me mires así... no me toques...

Era como estar en otro país, en otro continente. Seco, agrietado, mustio, muerto.
Arena, polvo. No sólo los caminos, también esas carreteras estrechas.
Todo parecía abandonado a su suerte. Abandonado a ese sol que lo abrasaba todo, que parecía quemarte vivo. Pero que no te mataba del todo.

Vamos a San José. Y después por esa pista de tierra, quiero llegar... lo deseo...
Andando se abría ante ti la Playa de los Genoveses. Un paraíso virgen, casi, sin nada, rodeado de nada, ni siquiera gente. Solo esa arena fina, esos árboles para darte sombra si querías, ese viento y esa agua, caliente.

Había tanta claridad, tanto sol, que se formaba niebla para no quemarte, para dejarte vivo aún. Y no te quemabas, te ibas poniendo negro sin darte cuenta.
Túmbate, la arena esta ardiendo, pero no quema... túmbate aquí.

Vamos a la Playa de Mónsul. Más lejos, más virgen aún... ese azul del mar.
Me apetece desnudarme, pasear desnuda, bañarme desnuda...
En serio?
Si...
Pues hazlo si quieres...

Sin nada a los lados de la carretera. Ni un mísero arbusto. Piedras, arena y alguna planta raquítica que se empeñaba en sobrevivir en aquel desierto, en aquella miseria.
Sube, sube hasta arriba por favor... pero despacio... como tú sólo sabes.
Tienes ojos de gata, como este sitio, que parece el fin del mundo.
Parece que te lleva el viento, pero te da lo mismo, en el cabo donde todo te da igual, al fin y al cabo, todo da igual.
Si nos caemos nos llevará el viento, no te preocupes, nos llevará a cada uno a un lugar diferente, pero a salvo.

Cae la noche y el calor se apacigua. Por las ramblas, por la calle Real, por los alrededores de la Catedral, por el barrio árabe a la entrada de la Alcazaba.
Ponte detrás amor... arrincóname... empuja... hazme soñar... ¡empújame! hazme reír... hazlo... hasta que dejemos de hacerlo...

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...