lunes, 19 de diciembre de 2016

El dilema de las uvas

Pues sí, para mí es un dilema todos los años. No tengo la culpa de que sea una de mis frutas preferidas, junto con las picotas. Y si me las sirven lavaditas, ya ni te cuento. También acepto todo tipo de frutas, peladas y cortadas en trocitos, por supuesto.

Tampoco tengo la culpa de que sea costumbre zamparlas con las campanadas. A saber a quién se le ocurrió tal idea, no me apetece buscarlo.

El caso es que llega la tarde de noche vieja, me paso por la cocina para fisgonear un poco y ahí están: en sus cuencos, lavadas, brillando. Me pongo un vinito, agarró un trozo de jamón y me quedo mirandolas ¿Y si como unas cuentas?

Yo no sé si dará mala suerte o algo así, pero pasa por mi mente. Quizás el día de noche vieja solo debas comer las 12 uvas y punto final, no vaya a ser que la desgracia te persiga durante todo el año.

Me gustan desde pequeño. En mi casa del pueblo tenemos una parra en el patio y cada año contaba los racimos que brotaban. En cuanto se hacían un poco regordetas las engullía. También cuando subía en bicicleta a la piscina de la casa de mi tío Gervasio. No me bañaba, pues tenía pánico al agua, así que mientras todos chapoteaban yo me dedicaba a comer uvas y pepinos del huerto de mi tío.

A lo que vamos, que casi siempre que voy al super compro uvas. He comprobado que es relajante ir arrancándolas y metiéndotelas en la boca. Quizás en esos momentos estoy pensando en vino, a saber.

También un par de años fui a vendimiar. Mientras canturreaba entre cepa y cepa, con el sol achicharrando mi nuca, fantaseando con la mísera esclavitud que estaba sufriendo, comía uvas como un payaso.

Ya termino, vayamos al grano. Termino de cenar y observo el cuenco con las uvas, 12, que mi tía, muy apañada ella, ya nos ha lavado y contado.
Las voy colocando por orden. El mes de enero, una pequeña, es un mes divertido y que pasa rápido entre fiesta y fiesta. Para los meses de febrero y marzo las cojo contundentes, suelen ser meses fastidiosos y tristones. Abril y mayo normalitas. Junio un poco más reluciente. A julio y agosto les dedico las más pequeñas y retozonas. En septiembre vuelve a subir el volumen. Las más gordas las dejo para octubre y noviembre, meses en los que necesitas energía, y termino de nuevo en diciembre, con una uvita correntucha, pasable, para que no me atragante al final.

¡Feliz año nuevo! ¿Qué culpa tengo de que me apetezca seguir comiendo uvas? Pero claro, mi mente vuelve a martillearme con la mala suerte… ¡No comas más uvas Kike! Me rasco la cabeza y lo dejo. Pero ese saborcillo dulce… ¡qué bien viene con el champan!... ¡Kike joder! ¡Que no! Vale, vale, vale. ¿Una sola? ¿Qué puede pasar? ¿Dos…? ¡Qué pesaito eres macho! ¡Que no!

Me encojo de hombros, dejo la copa de champan y vuelvo al vino, pues dicen que mezclar es malo.


El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...