viernes, 16 de octubre de 2015

Bájate conmigo. Hazlo. Por favor


Cazadora, camiseta y botas negras. Vaqueros. Así es como solía salir por las noches. Así recorría Madrid. Aquella noche, deambulaba por las callejuelas del Centro. Estaba esperando, aun no sabía muy bien el qué. Se cruzó con ella en aquella calle que casi nadie transitaba.
Él sí, porque estaba esperando. Se cruzaron las miradas al pasar uno delante de la otra.

El metro estaba a punto de cerrar.

Me dí la vuelta, observé. Se metió al metro. Joder, ¡Joder!, vale, vamos.
Miré el reloj. El último tren estaría a punto de pasar.
Dejé un espacio prudencial de un minuto. Pasé mi billete y empecé a bajar las escaleras.
Oí el tren llegar. ¡Corre!. Bajé saltando los últimos escalones, escuché el pitido. A punto de cerrarse las puertas. Me tiré literalmente encima, metiendo mi cuerpo.

Había 21 personas en el vagón. Ella, yo y 19 personas más. Me quede de pie los primeros instantes. Miré el mejor sitio para sentarme y lo hice. Debía apestar a noche y tabaco.
Bajé la cremallera de mi cazadora lentamente. Subí la mirada. La observé. 

Melena muy negra, rizada. Ojos negros. No muy alta. Muy atractiva. Con gafas. Zapatillas negras, vaqueros muy ajustados, chaqueta negra, camisa blanca. Llevaba su carpeta entre sus brazos, abrazándola como si fuera su vida. De pie, en el espacio entre la puerta y los asientos, mirando por los cristales de la ventana, casi aproximándose a la puerta, como si quisiera salir, huir, cuanto antes.

Línea a las afueras de Madrid. Iba bajándose la gente.

Tenía la mirada fija en la ventanilla. Y de ahí la bajaba a sus pequeñas zapatillas negras.
De la ventanilla a sus pies. Y la carpeta abrazada a su pecho.

Mírame. Hazlo.

Levantó la mirada y nuestras miradas se encontraron. Hice un pequeño esfuerzo por sonreír. Ella me miró con una tristeza que invadió mi alma. Y volvió a sus zapatillas. En esos momentos terminé de entenderlo. La razón por la que estaba allí.

¿Qué hacer? ¿Qué puedo hacer? Volví a mirarla. Era realmente guapa. Dios.

Pasaban las estaciones. Quedaban 8 para el final del trayecto. Y quedábamos 8 personas en el vagón. Ella, yo y 6 personas más.

Cerré los ojos. Estaba realmente agotado. No te duermas, aún no. Me deslice en el asiento, entre mis fantasías. Respiré profundamente. Abrí los ojos de repente y la miré. La pillé mirándome fijamente. Bajó la mirada de nuevo a sus zapatillas. Sonreí.

¿Y si le digo algo? ¿Y si me acerco y le comento cualquier chorrada? No pierdes nada.
Ya, pero quizás se asuste. Antes incluso.

5 estaciones para el final del trayecto. Se abren las puertas.

Nos quedamos 4 personas. Ella, yo y 2 personas más. Una de ellas en una esquina del vagón, sentado, con la mirada fija en la puerta. No se inmuta. Las manos apoyadas en sus rodillas. Alto. Inexpresivo. Parece que no tiene nada que decir, ni nada que ofrecer. En la otra esquina una mujer, con las piernas cruzadas en su asiento, en su día quizás lo fue, pero tiene todos los síntomas de haberlo dejado por el camino, de ya no creer. De hecho, llevo observando a ambos, de reojo, desde que entré en el vagón.

Vuelvo a mirarla. Cada vez está más cerca de la puerta. Sabe que su estación está próxima y solo quiere llegar. Se acaba el tiempo. Haz algo. Hazlo ya.

4 estaciones. El único sonido es el de la maquinaría del metro. Pienso…

Se acerca la tercera estación antes del final. La miro. La miro fijamente. Creo que ella lo está haciendo también en el reflejo de la ventanilla. Respiro hondo. Me levanto. Con pinta de cansado y medio borracho. Me planto delante de la puerta. Ella se aparta un poco. Me agarro a la barra. Bajo la cabeza. Mi corazón palpita fuerte. Tensión. Hazlo. Si no lo haces ahora, ya no podrás hacerlo.

Aprovecho cada ruido de la maquinaría para susurrar, muy bajo, para que ella me oiga, pero solo ella. Sin mirarla. Mirando al suelo.

“Hola" "No digas nada"

Aprovecho el siguiente traqueteo.

“Bájate conmigo. Hazlo. Por favor”

El ruido de los frenos llegando a la estación me termina de ayudar.

“No te asustes. Confía en mí. Bájate conmigo”

El tren se para. Sigo sin mirarla. Se abren las puertas. Me bajo del vagón y ella conmigo, casi rozándonos. Es el destino. Así lo ha querido.

Dirijo rápidamente mi mirada a la derecha. Ese hombre, sin titubear, también se ha bajado. Tiene su mano dentro de su abrigo. Es la hora. No dudes.
Saco mi automática y disparo. Al corazón. Cae fulminado, con el arma en su mano.
Me giro en un segundo. La mujer de la otra esquina también esta fuera. La grito: “¡No!” ¡¡No!!”
Pero no me escucha. La disparo a su hombro y a su rodilla. Cae al suelo. Grita de dolor. Se arrastra por el andén hacía su arma, que ha quedado a unos metros de ella.

Me acerco. La miro.

“Hijo de puta… ¡hijo de puta!”

¿Por qué? Dime sólo eso. Miro en su mente. Y ella en la mía. Le hablo: “Hazlo conmigo, aún puedes”. Aprieta los dientes y me responde: “No… ¡jamás! Estas son las reglas. ¡Y las reglas deben cumplirse!”.

Sin piedad. Si no lo hago, volverá a buscarla. Y volverá a intentar matarla. La disparo entre ceja y ceja, atravesando su cabeza. Estoy temblando.

Me doy la vuelta. Me dirijo a ella. Se ha quedado petrificada. Su carpeta se le ha caído al suelo. No puede moverse. Esta tiritando y llorando.
Me acerco y recojo su carpeta. Se la dejo entre sus manos, mirándola a los ojos.

“¿Por… por qué los has matado? ¿Qué ha pasado? ¿Tam… también me vas a matar a mí?”
“No, tranquila”

Me enciendo un cigarro. Me mira con la boca abierta. Las lágrimas resbalan por su rostro.

“Los he matado porque querían matarte, tan sencillo como eso. Esto no ha pasado. Piensa que ha sido solo un sueño, en eso eres experta. Vuelve a tu casa y escríbelo si quieres, pero solo eso”
“¿Por qué me dices esto? Y... ¿Cómo… cómo sabes que me gusta escribir?”
“Eso no importa. Pero no dejes de hacerlo nunca”
“¿Por qué?”
“Porque eres una creadora de sueños”
“No entiendo nada…”

Doy una calada al cigarro y señalo a los cadáveres en el andén.

“Ellos quieren mantener su mundo de reglas. Quieren obligarnos a no creer. Quieren hacernos comprender que así es la vida. Y odian a todo aquel que intente crear, a todo aquel que quiera creer. Y soñar es el comienzo”
“No sé qué decir… ¿Y tú? ¿Quién eres tú?”
“¿Yo? Yo…”
“Sí. Tú”
“Yo era como tú. Un creador de sueños. Con el tiempo..., me he convertido en esto que ves: un guardián de sueños. Vuelve a casa por favor”
“¿Y tú que harás?”
“Escaparía contigo, corriendo y riendo por la ciudad, pero debo limpiar todo esto y aún tengo trabajo esta noche. Un par de encargos más”.

11 comentarios:

  1. Buena historia, ¿..con continuación??? Un abrazo, Kike!

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    1. Pues quizá continúe. .yo q se...cuando menos me lo espere quizás ese personaje vuelva a matar. ..
      Gracias Hada. Un abrazo!

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  2. Buena historia. Siempre me dijeron que en un relato corto hay que ganar por K.O. y lo consigues. Magnifico final. Quizás me choca bastante que usas el laismo (Claro que eres de Madrid) pero se me hace raro. Por lo demás, perfecto. Gracias por el texto.

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    1. Gracias a ti Isi. Lo del laismo. .pues es cierto. .un vicio más incorregible!

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    2. Gracias a ti Isi. Lo del laismo. .pues es cierto. .un vicio más incorregible!

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  3. Que buna historia...imaginé otra cosa al comenzar a leerla. Fantástica!!
    Gracias!.
    Te sonrío con el Alma.

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  4. Imaginaste desde tu ventana? Gracias. ..yo tambien te sonrio...

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  5. Ay Kike, hay que aprender a descargar la metralla de un sueño con la certeza de una flecha y que penetre hondo dejando la huella de su olor en el corazón de aquellos que ni siquiera creen en los cuentos de una forma lenta para que sientan la màgia ardiendoles en los huesos de la piel...

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  6. Ay Yolanda, no tengo flechas y mi automática es de juguete. Ni con un cañón. Un abrazo.

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  7. Me gusta mucho esta historia pero la verdad es que me ha entrado un poco de agobio. Esas cosas son las que hacen que el receptor esté enganchado al relato.
    Enhorabuena. Un saludo!

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    1. Es un poco agobiante vivir así, es cierto, a él se lo vas a decir..
      Gracias Rachel, saludos!

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