viernes, 16 de octubre de 2015

Bájate conmigo. Hazlo. Por favor


Cazadora, camiseta y botas negras. Vaqueros. Así es como solía salir por las noches. Así recorría Madrid. Aquella noche, deambulaba por las callejuelas del Centro. Estaba esperando, aun no sabía muy bien el qué. Se cruzó con ella en aquella calle que casi nadie transitaba.
Él sí, porque estaba esperando. Se cruzaron las miradas al pasar uno delante de la otra.

El metro estaba a punto de cerrar.

Me dí la vuelta, observé. Se metió al metro. Joder, ¡Joder!, vale, vamos.
Miré el reloj. El último tren estaría a punto de pasar.
Dejé un espacio prudencial de un minuto. Pasé mi billete y empecé a bajar las escaleras.
Oí el tren llegar. ¡Corre!. Bajé saltando los últimos escalones, escuché el pitido. A punto de cerrarse las puertas. Me tiré literalmente encima, metiendo mi cuerpo.

Había 21 personas en el vagón. Ella, yo y 19 personas más. Me quede de pie los primeros instantes. Miré el mejor sitio para sentarme y lo hice. Debía apestar a noche y tabaco.
Bajé la cremallera de mi cazadora lentamente. Subí la mirada. La observé. 

Melena muy negra, rizada. Ojos negros. No muy alta. Muy atractiva. Con gafas. Zapatillas negras, vaqueros muy ajustados, chaqueta negra, camisa blanca. Llevaba su carpeta entre sus brazos, abrazándola como si fuera su vida. De pie, en el espacio entre la puerta y los asientos, mirando por los cristales de la ventana, casi aproximándose a la puerta, como si quisiera salir, huir, cuanto antes.

Línea a las afueras de Madrid. Iba bajándose la gente.

Tenía la mirada fija en la ventanilla. Y de ahí la bajaba a sus pequeñas zapatillas negras.
De la ventanilla a sus pies. Y la carpeta abrazada a su pecho.

Mírame. Hazlo.

Levantó la mirada y nuestras miradas se encontraron. Hice un pequeño esfuerzo por sonreír. Ella me miró con una tristeza que invadió mi alma. Y volvió a sus zapatillas. En esos momentos terminé de entenderlo. La razón por la que estaba allí.

¿Qué hacer? ¿Qué puedo hacer? Volví a mirarla. Era realmente guapa. Dios.

Pasaban las estaciones. Quedaban 8 para el final del trayecto. Y quedábamos 8 personas en el vagón. Ella, yo y 6 personas más.

Cerré los ojos. Estaba realmente agotado. No te duermas, aún no. Me deslice en el asiento, entre mis fantasías. Respiré profundamente. Abrí los ojos de repente y la miré. La pillé mirándome fijamente. Bajó la mirada de nuevo a sus zapatillas. Sonreí.

¿Y si le digo algo? ¿Y si me acerco y le comento cualquier chorrada? No pierdes nada.
Ya, pero quizás se asuste. Antes incluso.

5 estaciones para el final del trayecto. Se abren las puertas.

Nos quedamos 4 personas. Ella, yo y 2 personas más. Una de ellas en una esquina del vagón, sentado, con la mirada fija en la puerta. No se inmuta. Las manos apoyadas en sus rodillas. Alto. Inexpresivo. Parece que no tiene nada que decir, ni nada que ofrecer. En la otra esquina una mujer, con las piernas cruzadas en su asiento, en su día quizás lo fue, pero tiene todos los síntomas de haberlo dejado por el camino, de ya no creer. De hecho, llevo observando a ambos, de reojo, desde que entré en el vagón.

Vuelvo a mirarla. Cada vez está más cerca de la puerta. Sabe que su estación está próxima y solo quiere llegar. Se acaba el tiempo. Haz algo. Hazlo ya.

4 estaciones. El único sonido es el de la maquinaría del metro. Pienso…

Se acerca la tercera estación antes del final. La miro. La miro fijamente. Creo que ella lo está haciendo también en el reflejo de la ventanilla. Respiro hondo. Me levanto. Con pinta de cansado y medio borracho. Me planto delante de la puerta. Ella se aparta un poco. Me agarro a la barra. Bajo la cabeza. Mi corazón palpita fuerte. Tensión. Hazlo. Si no lo haces ahora, ya no podrás hacerlo.

Aprovecho cada ruido de la maquinaría para susurrar, muy bajo, para que ella me oiga, pero solo ella. Sin mirarla. Mirando al suelo.

“Hola" "No digas nada"

Aprovecho el siguiente traqueteo.

“Bájate conmigo. Hazlo. Por favor”

El ruido de los frenos llegando a la estación me termina de ayudar.

“No te asustes. Confía en mí. Bájate conmigo”

El tren se para. Sigo sin mirarla. Se abren las puertas. Me bajo del vagón y ella conmigo, casi rozándonos. Es el destino. Así lo ha querido.

Dirijo rápidamente mi mirada a la derecha. Ese hombre, sin titubear, también se ha bajado. Tiene su mano dentro de su abrigo. Es la hora. No dudes.
Saco mi automática y disparo. Al corazón. Cae fulminado, con el arma en su mano.
Me giro en un segundo. La mujer de la otra esquina también esta fuera. La grito: “¡No!” ¡¡No!!”
Pero no me escucha. La disparo a su hombro y a su rodilla. Cae al suelo. Grita de dolor. Se arrastra por el andén hacía su arma, que ha quedado a unos metros de ella.

Me acerco. La miro.

“Hijo de puta… ¡hijo de puta!”

¿Por qué? Dime sólo eso. Miro en su mente. Y ella en la mía. Le hablo: “Hazlo conmigo, aún puedes”. Aprieta los dientes y me responde: “No… ¡jamás! Estas son las reglas. ¡Y las reglas deben cumplirse!”.

Sin piedad. Si no lo hago, volverá a buscarla. Y volverá a intentar matarla. La disparo entre ceja y ceja, atravesando su cabeza. Estoy temblando.

Me doy la vuelta. Me dirijo a ella. Se ha quedado petrificada. Su carpeta se le ha caído al suelo. No puede moverse. Esta tiritando y llorando.
Me acerco y recojo su carpeta. Se la dejo entre sus manos, mirándola a los ojos.

“¿Por… por qué los has matado? ¿Qué ha pasado? ¿Tam… también me vas a matar a mí?”
“No, tranquila”

Me enciendo un cigarro. Me mira con la boca abierta. Las lágrimas resbalan por su rostro.

“Los he matado porque querían matarte, tan sencillo como eso. Esto no ha pasado. Piensa que ha sido solo un sueño, en eso eres experta. Vuelve a tu casa y escríbelo si quieres, pero solo eso”
“¿Por qué me dices esto? Y... ¿Cómo… cómo sabes que me gusta escribir?”
“Eso no importa. Pero no dejes de hacerlo nunca”
“¿Por qué?”
“Porque eres una creadora de sueños”
“No entiendo nada…”

Doy una calada al cigarro y señalo a los cadáveres en el andén.

“Ellos quieren mantener su mundo de reglas. Quieren obligarnos a no creer. Quieren hacernos comprender que así es la vida. Y odian a todo aquel que intente crear, a todo aquel que quiera creer. Y soñar es el comienzo”
“No sé qué decir… ¿Y tú? ¿Quién eres tú?”
“¿Yo? Yo…”
“Sí. Tú”
“Yo era como tú. Un creador de sueños. Con el tiempo..., me he convertido en esto que ves: un guardián de sueños. Vuelve a casa por favor”
“¿Y tú que harás?”
“Escaparía contigo, corriendo y riendo por la ciudad, pero debo limpiar todo esto y aún tengo trabajo esta noche. Un par de encargos más”.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Aprendí a pasar frío


Empieza a hacer fresquito, pero no me importa. Siempre me han gustado el otoño y el invierno. Me gusta asar castañas, subir a la sierra y tirarme en trineo por la nieve con Ricardo, comer gachas de mi madre, acercarme al monte en bici, sentir el frio en mis orejas y escuchar el absoluto silencio del viento, bajar al rio, mirar y darme cuenta que todos están hibernando, hasta quizás los peces, sentir que no somos nada y pensar en lo helada que estará el agua, me gusta la sensación de mojarme y saber que al llegar a casa podré secarme delante de la chimenea, me gusta el café calentito con el frío fuera.
En fin, tontunas así me gustan, ¿Qué le voy a hacer?

También, en mi pueblo, me gusta dormir con las ventanas y balcones abiertos, no solo en verano (pues odio el aire acondicionado) sino también en invierno.

Me gustaba taparme con las mantas hasta la cabeza y observar como la lluvia o la nieve caía fuera. Notaba el frio alrededor de mí, si sacaba un pie se me iba quedando helado, pero estaba calentito dentro, a gustito.
Algo así como sentir que estas de acampada, que estas en una aventura a la intemperie, pero que tú, te encuentras a salvo, acurrucado entre la ropa.

Tengo que decir que esto lo hacía de pequeño. Actualmente muy pocas veces. Y claro, como os podéis imaginar, siempre lo he hecho solo, aún no he encontrado persona humana que sea capaz de aguantar conmigo al lado.

Eran muchas las razones por las que me gustaba dormir así, pasar así la noche.

La primera sería por sentir esa necesidad de guardar. Por saber que era un pequeño guerrero, un caballero que debía defender su fortaleza. Y pensareis que estaría todo mejor defendido si estuviera cerrado, pero yo, quería comprobar que tampoco tenía miedo al frio, ni a nadie que osara escalar e intentara colarse por el balcón de mi casa.
Me veía como un guardián en su atalaya, nevando alrededor, silbando el viento, sin inmutarme.

Otra razón sería que me gustaba la noche. Aun es así. Me gustaba la noche y sus ruidos. Me gustaba escuchar al mochuelo en el fondo del valle y a mi lechuza siseando, susurrando mientras revoloteaba por la plaza, buscando a su ratón. Me intrigaba el silencio de la noche. Me hipnotizaba el sonido de la lluvia. Me angustiaba un poco oír esas peleas tremendas entre gatos. Me inquietaba escuchar los aullidos de los perros, pues decían que cuando un perro aullaba, alguien moriría, ¿Quién? Quizás tú, ¿yo? Claro, algún día moriré.

También sería por mis gatos. Siempre de pequeño viví rodeado de gatos y cuando alguno de ellos desaparecía, debía dejarle algo abierto para que entrase, pobre, sino, se congelaría de frío. Y lo aprovechaban, claro que sí. Se subían a la ventana, salto, opss, escalando, se agarraban, escuchaba sus garras y aparecían en el balcón, veía sus ojos en la oscuridad. Pasa, pasa… ¿Dónde estabas? ¿No ves el frío que hace tontorrón?
Ha habido un gato que me ha acompañado desde que era un niño hasta hace pocos años. Se llamaba “Morrongo”, yo también le llamaba “Morris” o “Morronguete”. Era enorme, tenía la cola torcida. Una bestia. A veces, desparecía durante semanas enteras, éste ya no vuelve, a saber dónde estará. Pero aparecía, famélico, huraño y al mismo tiempo necesitado de cariño. Ven…, pasa… tontín. Murió en mis brazos, de viejo.
Luego estaba “Banner”, fue el primer gato de angora que hubo en el pueblo. Que mal lo paso el pobre hasta que fue aceptado entre los suyos, pues una de dos, o huían al verle o le atizaban tales palizas que le dejaban deslomado, el primero “Morrongo”. Pero “Banner” se lo tomaba con filosofía, no decía ni fu, incluso llegamos a pensar que era mudo. Yo le acariciaba, esta vida callejera, y más en un pueblo, no es para ti guapote. Con perseverancia lo consiguió. Y vaya si lo consiguió. Al poco tiempo, observamos a 3 pequeños “banner” en el muro del patio. Y parecía tonto cuando le compramos…
Tuve otro gato al que le gustaba, no dormir a mis pies, o acurrucado en mi regazo, sino que le gustaba dormir encima de mi cabeza. Algo sorprendente. Yo le bajaba a mis pies o le metía dentro de la manta, pero no había manera, él volvía a salir, se acercaba, rozando sus morros y poniendo sus patitas hasta que encontraba el sitio más cómodo en mi cabeza y ahí que se plantaba el tío. En fin, me daba calorcito, siempre hay que mirar el lado bueno de las cosas.

Tampoco podía faltar algo de romanticismo y fantasía. Esperar que quizás esa princesa que esperaba me susurrara desde abajo del balcón “Quique, Quique…” “Asómate…” “Déjame entrar… ayúdame a subir…” ¿Os lo imagináis? Hubiera sido la leche.
También imaginaba a mi caballo debajo del balcón, me ponía mi armadura, cogía mi espada y cabalgaba a grandes y valerosas batallas, barriendo a mis enemigos, azotándome el frío en mi cara, hasta llegar al Reino y al Castillo de mi Princesa.

Con los años, las razones fueron siendo más prácticas. La primera para que el humo del cigarro y el puto olor a tabaco tuvieran por donde irse. Aún seguía guardando, empezaba a escribir y me fumaba un cigarrito de vez en cuando.
También para poder despertarme por las mañanas. Si has trasnochado (con algún fresquito de más) y tienes que madrugar, que mejor despertador que sentir el frio en tus orejas y tu nariz, ¡a levantarse se ha dicho ostias!

Y me queda la última razón, soy muy despistado, el despiste junto con el agotamiento, hacen que te duermas y no te importe nada de lo que sucede a tu alrededor.

 
Algunas noches me levantaba y me acurrucaba en el balcón.
Mirando. Esperando. Buscando. Negando. Llorando.

 
Cuando alguna vez se me ha ocurrido contar a alguien esta rara afición mía, me han mirado rarito, de arriba abajo, frunciendo el ceño y alejándose, así, poquito a poco. O bien, directamente, sueltan la carcajada y me dan alguna palmadita en la espalda, que puede significar ánimo, o vete a contar historietas a otro, o que gracia tienes chaval.

Yo les intento explicar que aprendes mucho durmiendo en pleno invierno, en tu pueblo, con los balcones abiertos.

Aprendes a tener frio. Y aunque parezca una tontería, es importante. Yo puedo tiritar, pero desconozco que es tener frío, siempre estoy ardiendo. En los pueblos y en el campo, aprendes a pasar frío. Yo aprendí a soportar el frío y a dar mi calor a los demás.
Aprendí a valorar una simple manta. Hay gente que no tiene ni una manta para taparse. Hay gente que sufre el frío por extrema necesidad. Y el frío es cruel.

Aprendí que puedes sentirte un guardián (incluso serlo a veces), pero que nadie, o muy pocos, te lo agradecen. Aprendí que no esperaba el agradecimiento, de nadie nunca.

Aprendí algo tan básico como que siempre amanece. Por muy oscura y fría que sea la noche, casi por arte de magia va quedando atrás, siempre hay esperanza.

Aprendí que, efectivamente, los gatos son unos egoístas y comodones, pero también, que se acercan lentamente, mirándote a los ojos y que duermen a tu lado, y eso es mágico. Que mueren en tus brazos.

Aprendí a ponerme mi armadura, que ha soportado tantos lanzazos tirándome de mi caballo, que ya muchas veces ni logro acordarme.

Aprendí a darme cuenta que, si las princesas existen, debían estar en lejanos Reinos, pues ninguna se acercaba a mi balcón.

 
Aún hoy en día, algunas noches, duermo así, con la ventana o el balcón abiertos y no hay nadie que lo soporte conmigo al lado. En el fondo no me extraña la verdad, es comprensible.

Claro… claro… ya lo voy entendiendo…, se está mucho mejor delante de la chimenea, echando leña sin parar, quemando.

miércoles, 7 de octubre de 2015

A veces soy un borde


Hay días que me siento tontorrón. Lo utilizo en varios sentidos, pero el de hoy es tontorrón de tontarrio, de hacer el payasete a todas horas, de decir más tonterías de las normales.
Casi he formado un escándalo en el restaurante en una comida con los compañeros.

Normalmente suelo llegar al trabajo atizando a diestro y siniestro, no queda títere con cabeza, pero en plan cariñoso, cari amoroso.

Empecé a hacer el payaso en el trabajo a partir de una comida de navidad, hace 7 u 8 años, no recuerdo exactamente. El consejero delegado, el jefazo, nos dio un discurso nada navideño, poco halagüeño, poco tierno. Normalmente él, como persona humana, es poco entrañable, pero nos soltó un discurso que casi parecía un bocinazo, una sentencia de muerte, claudicante, sin esperanza, vamos, que si llegábamos al verano sería por un milagro divino.

A la mayoría de la gente, de mis compañeros, se les atraganto el turrón. En cambio, lo admito, yo bostezaba, imagino que sería por el sueño que me suele entrar después de comer, ya se puede caer el mundo a pedazos, que yo sigo dormitando.
Este buen señor, termino su discurso de navidad, nos deseó felices pascuas y salió pitando a saber dónde. Nos entró la duda si pedir un copazo o no, pues realmente nos apetecía para ahogar nuestras penas, pero claro, tampoco queríamos ahondar en el ya enorme agujero de la tesorería de nuestra queridísima empresa.

Psss total, ¿quién lo va a notar? Ya que más da. Me levante y toque con la cucharilla en mi copa. Tin tin tin tin. Silencio, silencio por favor… ¡Silencio cojones!
Todos me miraban entre la mayor de las sorpresas, con emoción contenida, alguna lagrimita e incluso alguno imagino llego a pensar “pobre, que irá a decir ahora éste…”

Tengo que admitir que el vino me ayudo. Me encanta el buen vino, es así. Me imagino que me zumbaría media botella (mínimo) comiendo.

Las palabras me salían solas. Empecé a contar historietas y anécdotas de mi anterior trabajo, aquel en el que tenía el silbido del diablo detrás de mí, visto con perspectiva y contándolo con dos copas de más, como si contigo no fuera la cosa, como si fuera un cuento, puede resultar desternillante. La gente se doblaba de la risa.
Reconozco que me crecí. Le empecé a dar un toque entre épico e imaginario, improvisando conversaciones y situaciones.
Empezaron a grabarme con los móviles. Los camareros se acercaron, nos invitaron. Me pusieron mi ron al lado. Yo no sé el tiempo que estaría contando gilipolleces, en un monologo hacía los demás, pero que, en realidad, casi era conmigo mismo.

Las servilletas volaban por el aire, la gente daba puñetazos en la mesa de las carcajadas que soltaban, se apoyaban unos en otros. Llegue a pensar que a una compañera en concreto la daría algo, parecía poseída por el demonio.

Soy simple. Y un puto romántico. Porque solo quería hacerles reír y porque solo quería hacerles ver algo tan sencillo como que el infierno está en otros sitios y que siempre, siempre hay esperanza.

Desde entonces me buscan para este tipo de “eventos”. Y no hay comida navideña en la que no tenga que improvisar con mis historietas. Y no hay mañana en la que tomando el café no tenga que alegrar a más de uno, aunque el que necesite alegría sea yo mismo.

 
En las comidas llega un momento que se empieza uno a aburrir, sobre todo cuando empiezan con la política, la nacional y la de las empresas. Todos opinan sobre lo mal que esta todo y lo que cuesta sacar todo adelante. Sobre como optimizar, sacar más rendimiento, aplicar mejor los resultados, incrementar la facturación, firmar más contratos, etc….etc…etc….

Ahora que no me escucha ninguno, lo diré: me aburren. De manera sobrehumana.
Y como me apetecía hacer un poco el payasete y meterles un poco de caña, pues…
A veces soy un poco borde y faltón, lo reconozco.
Transcribiré más o menos esa sobremesa, total, ya puesto a hacer el payaso…

-          Ala venga, si no tenéis ni puta idea de lo que habláis.
-          Ya tenemos aquí al listo…
-          Ni listo ni leches, lo que hay que hacer es tener a la gente contenta, joder.
-          ¿Subiendo su sueldo? Jajajaja
-          Tú siempre pensando en lo mismo, empiezas a dar asquito tío.  
-          Dinos que es más importante.
-          Pues mira machote, muy sencillo, por ejemplo, odio los lunes.
-          Jajaja y todos, mira este ahora.
-          Por eso. Los lunes habría que entrar a trabajar a las 12 de la mañana. No, no, no me miréis así, ya sé que mucha gente lo piensa, pero joder, es que es verdad, la gente iría contenta al trabajo, empezaría la semana con ganas, descansados, producirían, esa palabra que tanto os gusta usar, producirían el triple desde las 12 hasta la hora de comer que un lunes normal desde las 8 o 9 de la mañana.
-          ¡y cobrando lo mismo! ¡eso!
-          Y dale…, me recuerdas al Señor Cangrejo, tranquilo hombre, que ya pago yo la comida.
-          Jajajaja
-          A ver tonto el haba, ¿tú que haces los lunes cuando llegas al trabajo?
-          Joder pues lo mismo que todos los días.
-          Es decir, mirar el Marca.
-          Entre otras cosas…
-          Si supieras que los lunes no empiezas hasta las doce, el domingo te quedarías viendo los goles en el Estudio Estadio y no tendrías que estar el lunes haciéndolo. Además, no me jodas, que los lunes los dedicas a mirar no solo el Marca, también el Facebook, twitter y demás foros y foras, vamos, que hasta las 11 no mueves un dedo.
-          Hombre, siempre hay cosas que hacer a primera hora.
-          ¿Tocarte los huevos y pensar en lo que te queda de semana?
-          Jajajajaja
-          Imaginaos. Imaginar esos domingos, que llega la tarde y ya te empiezas a deprimir, pensando en el puto lunes. Si estas comiéndote los mocos en tu casa, con la resaca del sábado, solo te entra más dolor de cabeza de pensarlo. Si estas fuera, tu mente te carcome porque tienes que volver, claro, hay que recoger, bañar a los niños, fregarte los calzoncillos, preparar los macarrones, cosas de esas.
-          Jajajaja, pero tendrías que hacerlo igual de todos modos.
-          Sí, pero no es lo mismo, nada es lo mismo. Si por Decreto ni Dios trabajará hasta las 12, esos domingos serían una bendición, podrías ir al cine, o quedarte en tu pueblo un poco más tomándote otro par de cañitas, o incluso, si estas fuera, hacer noche. ¡Esa economía que tanto os preocupa funcionando a tope!
-          ¿Y los Colegios? Habría que madrugar igual.
-          Hasta las 12 cerrados también, que los vamos a hacer gilipollas con tantas tonterías. Tantas actividades ni leches, tanto inglés, alemán y chino. Y luego no saben ni donde esta Badajoz ostias. Cuando yo era pequeño, las actividades eran hacer el cabra en la calle, jugar a la guerra con piedras y palos, mancharnos hasta decir basta y, a pesar de todo, ya me veis que aquí estoy.
-          Jajaja, eso, así estas querrás decir, hecho un salvaje, un pueblerino.
-          El salvaje eres tú, que no sabes ni echar una firma en condiciones, cuando ven tu firma se piensan que están contratando con un subnormalito.
-          ¿Pero que tienes en contra de mi firma?
-          Que es vergonzosa.
-          De verdad, no hay quien hable contigo cuando te pones así. Siempre igual…
-          Igual que los viernes, ¿Por qué salir a las 3? Habría que salir como muy tarde a las 1 y media. Saliendo a la 1 y media, la gente iría a tomarse unas cañitas, incluso ya de paso puede que se quedarán a comer y también puede que se dieran una vuelta por el barrio para comprarse algo, tan contentos de la vida. Saliendo a las 3 lo único que te apetece es irte a comer unas lentejas a casa de tu madre.
-          Jajaja tú solo piensas en la cerveza.
-          No, para nada. ¿Qué haces los viernes a última hora? ¿Quién coño trabaja a esas horas? Nadie. Bueno, sí, alguno aquí presente se dedica a mandar correos los viernes a las 2 y media. Y no quiero mirar a nadie, ejem…
-          Si lo dices por mí lo hago para que lo tengas en cuenta el lunes, son temas importantes.
-          Jajajaja, eh… a ver, no me toques los huevos tío, si lo haces es para que si alguien te pregunta puedas decir: “no… si yo ya lo mande la semana pasada…”
-          Jajajaja jajajaja
-          Pero claro, la “semana pasada” se compone de lunes, martes, miércoles, jueves y viernes. Y viernes a las dos y media de la tarde, que es cuando lo haces tú.
-          Te equivocas, no lo hago por eso, pero vamos, que tú mismo.
-          A ver, no te enfades hombre, cómo te lo explico, que me toca un pie, como si quieres decir, para quedar bien, que me lo mandaste hace un mes, el resultado va a ser el mismo te lo aseguro, y lo sabes…
-          Tío, afíliate a un partido de estos nuevos, seguro que triunfas.
-          No te equivoques chavalote, que yo de buitre y juntacadaveres tengo poco.
-          Jajaja ¿Por qué dices eso?
-          Porque no me gusta usar el dolor ajeno, que es lo que hacen todos estos de ahora.
-          Quieren un mundo más justo, el poder de la democracia.
-          ¿Más justo? Ja, si no saben ni lo que significa justicia, no me jodas. Quieren su mundo, eso es lo que quieren, que no tiene porque ser el mío.
-          ¿Y a qué hora te levantarías los lunes entonces?
-          Pues a una hora prudencial, sobre las 10 de la mañana, que tengas tiempo de sobra para desayunar tranquilamente y hacer todas las tonterías que harías si estuvieras en el trabajo. No me digáis que no os jode el domingo por la noche, viendo una película de estas, con esos cortes para anuncios que duran 7 minutos, mirando el reloj, pensando que te van a dar las tantas.
-          Es que últimamente se pasan con los anuncios.
-          Ahí está. Si no tuvieras la presión de las 7 de la mañana, hasta incluso no te importaría quedarte después a ver a la Bruja Lola.
-          Jajajaja Seguro que te la tragas entera, como si te viera. Por eso llegas todos los días tarde.
-          Jajajaja ¿a la bruja? Eh… no, no que va. Y no llego tarde, llego a mi hora.
-          ¿Las 9 y media es tu hora?
-          Es mi hora sí, que mi trabajo me ha costado acostumbraros a ello.
-          Jajajajaja
-          Además, ¿Qué haces tú a las 9? Mirar El País, ABC, Expansión y su puñetera madre. ¿Y tú? Contar tus aventuras con los caballos en tu finca, no te jode.
-          Ya bueno, pero estamos ahí, cumplimos con nuestro horario.
-          Ohhhhhh ¡El deber! Ya…. ¿Te digo yo a ti algo cuando vuelves al trabajo a las 5 después de comer?
-          Tendría alguna comida o reunión.
-          ¡Claro! Comida calentita en tu casa y reunión con tu almohada no te jode.
-          Jajajajaja
-          ¿Pero qué dices?
-          Pero tío… si vuelves con el pelo engominado y la corbata perfectamente colocada, vete a contar cuentos a otro.
-          Yo macho, Enrique de verdad, contigo es imposible.
-          Jajaja ay madre… Camarero, perdone, unos chupitos para esta tropa y nos trae la cuenta.
-          Están invitados a los chupitos señores.
-          ¿Ah sí? Pues gracias, simpático.
-          ¿No quieres una copa?
-          Jajajaja ¿Aun queréis que me tome una copa con vosotros?
-          Jajaja que remedio…
-          No, no… gracias. Voy, voy… a dar un paseo, a andar. Necesito respirar.
-          Quédate hombre, ¿Qué prisa tienes?
-          Ninguna, pero esta espalda… me va a matar, me alivia estar de pie, luego nos vemos.
-          Venga Quique, hasta luego.
-          Hasta luego.
-          Luego nos vemos.
-          Hasta luego, no te pierdas.
-          Hasta luego Quique.

jueves, 1 de octubre de 2015

Carta de aceptación al Colegio Hogwarts


COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERIA

Querida señorita,

Imaginamos tu cara de sorpresa ahora mismo. Antes de nada perdona si la lechuza, tan sigilosa que llega siempre sin avisar, te haya podido asustar en la noche, no es nunca nuestra intención.

Te estarás preguntando la razón de esta visita inesperada y, más aún, casi hemos visto tu mirada, entre recelo y excitación, ante el sobre que nuestro silencioso mensajero ha dejado entre tus sabanas.
Y claro, si estás leyendo estas líneas, es que has tenido la valentía de abrirlo.
¡Primera prueba superada!

Pues bien, nos complace comunicarte que:
 
Has sido admitida en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería
Te espera un mundo de Fantasía y de Ilusión
¡Enhorabuena!

Seguramente, ahora mismo, no sepas cómo reaccionar, que decir, ni que pensar, te estarás preguntando porque has sido aceptada.
Te preguntaras porque ese sueño que perseguías con ansia, aferrada a tu almohada, en esas noches en las que te cuesta dormir, se ha hecho realidad.
Hay tantas peticiones, tanta gente que, como Tú, desean entrar en nuestra Escuela.
Son tantos los que desean soñar y convertir en magia sus pensamientos. Tantos los que anhelan vivir en nuestro mundo escondido.  

Pero claro, no todos lo consiguen, ni lo merecen, ni, desde luego, están preparados para ello.

¿Quieres saber por qué Tú? ¿Si?
¡Bien! ¡Buen comienzo!

Si finalmente te decides y aceptas nuestra invitación, podrás conocer y comprender todo con mucho más detalle, pero, aun así, te adelantaremos ahora las razones, pues detrás de unas palabras bonitas siempre hay algo escondido, ¿o no? ¿Quién sabe? Y es de justicia que conozcas, desde ya, no solo las razones, sino también, nuestras condiciones, que básicamente se reducen a una: Te ayudaremos y Tú a nosotros.

Debes saber que llevamos observándote desde hace años, desde que eras una niña, no nos culpes, tu alma vino a nosotros y nosotros tenemos la necesidad de hacer felices a los demás.

La razón principal es que hemos visto que lo das todo. Lo das todo sin pedir ni esperar nada a cambio. Ese es el requisito número uno, el que Tú cumples a la perfección. Nos dejas encantados y turbados, pues hemos sentido como das tu vida, tu cielo, tu cuerpo, lo das todo.

Hemos observado tus noches, esas en las que los miedos, las dudas, las vidas y los sueños recorrían tu mundo.

Te hemos visto cantando, saltando y bailando y nos ha hecho gracia. Nos pareció lo más tierno que habíamos visto en mucho tiempo. Y también te hemos visto pasear, caminando tan despacio que parece que no ibas a llegar nunca a ningún sitio.

Te pusimos a prueba y tú no preguntaste, no querías más explicaciones, no hablaste de olvidar, ni tampoco de luchar. Simplemente lloraste. Por eso sabemos que eres Tú.

Porque Tú, Tú, no paras de sonreír, de reír, cada vez que sientes la magia a tu lado. Porque sólo lloras cuando el hechizo desaparece.

Te seremos claros: Lo hemos visto en tus ojos. Porque no tratas de entender, ni de juzgar, ni de aconsejar. Y no será porque no sepas hacerlo, sino porque tu corazón te dice que no puedes, ni debes. Porque crees más, porque tienes grabada la libertad y el amor en tu alma. Y eso significa creer.

Tú, simplemente, abrazas y eso es, que lo sepas, alucinante, mágico.

Hemos comprobado que siempre das las gracias y siempre pides perdón, aunque el otro no lo merezca. Y no lo haces por educación, lo haces porque forma parte de nuestro requisito principal, aun sin que lo sepas.
Por cómo hablas y más aún por cómo callas. Por tus susurros.

Por cómo te acercas al mundo, con miedo pero con esperanza, despacio, bajando la cabeza, porque sabes que al levantar la mirada, casi nadie podrá con ella, por cómo te dejas llevar a ese mundo que anhelas.  
Ahora ya lo sabes.

Si aceptas nuestra invitación, comprobarás toda la magia que aún escondes, perfeccionaras tus hechizos y podrás, más aun, hacer felices a los que te rodean, esa será, por llamarlo de alguna manera, tu única “responsabilidad”.

Antes de terminar, te decíamos que necesitaríamos tu ayuda, pues, quizás Tú, puedas hacerlo. Te lo explicaré: tenemos una solicitud de baja en la Escuela, de alguien que, como Tú, lo ha dado todo. Sin embargo, sus sueños le han roto y su lucha contra Voldemort le ha dejado consumido. Aunque aún tiene intacta su magia y sus hechizos son cada vez mejores, piensa que la hora de abandonar nuestro Colegio le llegó hace tiempo y, si lo hace, nos privará de su sonrisa, de su luz. Ponemos en ti nuestra esperanza de que puedas convencerle para que siga con Nosotros.

Si estas decidida a compartir con nosotros tu magia, esperamos tu lechuza de contestación.
Ya conoces el camino a la Estación, para coger el tren que te traerá Aquí.


Tuyos, siempre
Kike Potter
Colegio Hogwarts

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...