lunes, 23 de octubre de 2017

Casi las 5 te la tarde

Son las 4 y 34 de la tarde.

Me he reído tanto en este mundo, que a veces pienso que ya necesito de otro.
También he llorado, básicamente de rabia y perplejidad. La pena nunca me ha hecho llorar.

Empiezas a contar los años y ya no sabes si creces o decreces. Ya no sabes si lo has dado todo o aún queda algo dentro.

Me refugio aquí. Tenía otros escondites, pero ya no tengo las llaves y dentro no espera nadie.

Dicen que tengo suerte. Que me tienen envidia. Que quieren vivir como yo. Esta es una de esas veces de las que me rio en este mundo. Yo no sé nada de los demás. Y, la verdad, me importan un pepino. Por eso mismo no soy egoísta, pues les dejo.

Me quedo mirando atrás, sin decir nada. Cuando les veo reír, me dan ganas de llorar.

Escucho y escucho, no paro de escuchar. Y por la forma en que lo hacen, por sus gestos, por sus sonrisas o guiños, casi hasta les llego a entender. A veces, lo reconozco, nunca he llegado a entender, y eso me ha hecho llorar.

Aún tengo tiempo. Por eso, aunque rio menos, sonrío más.

Realmente no me quejo. Lo guardo todo y no lo comparto. Soy un tragón. Que le voy a hacer.

Mis pensamientos están planos, pero a rebosar, como un estanque al 100% de su capacidad. Como llueva este invierno, yo no sé qué va a pasar (coño hasta rima y todo).

¿Dónde? Ni idea. ¿Qué haces? Lo desconozco. ¿Por qué?

Mi nota media era un Bien, como mucho un Notable, pues hay cosas que nunca llegaba a comprender, no comprendo ni jamás comprenderé.

Pero mientras escribo miro la foto, y vuelvo a sonreír. Son las 4 y 52 de la tarde, tenía un arañazo en el dedo, necesitaba curarlo.

lunes, 2 de octubre de 2017

No salgas por favor, ¡te lo ruego!


Sería el verano de 1.995. Eran novios, o saliendo como se decía antes. Se habían conocido el verano anterior, en la terraza de la discoteca. Ella, una adolescente, llevaba una minifalda más corta imposible y él no podía dejar de mirarla. Aquella misma noche terminaron juntos.
Él, que rondaba los 20, sabía que aquella relación no iba a ningún sitio, pero ella tenía vida, era graciosa y le rogaba siempre que no la dejase, que estuvieran siempre juntos. Él, incapaz de hacer daño, seguía con aquello, aunque no sentía nada por ella y sabía que le estaba perjudicando en su vida.
Fue ella quien planteó la idea de irse el fin de semana de acampada. Él no estaba del todo convencido, no le hacía mucha gracia, pero accedió. El mejor sitio de los alrededores era los pantanos situados un poco más al norte.
Según se acercaban en coche,  el sexto sentido de él intuía que debían darse la vuelta, pero no dijo nada.

Dejaron la carretera y se adentraron por un camino en los bosques que rodean los pantanos. Aparcó el coche lo más cerca posible del agua y bajaron. Hacía un calor sofocante. Se acercaron al pantano y se metieron un rato en el agua. A esas horas del sábado se divisaba gente pescando, o comiendo en la otra punta. De vez en cuando pasaba cerca una moto acuática o una barca.
Según fue bajando el sol, los ruidos del día fueron dejando el paso a un silencio sepulcral. Solo se oía el eco de las voces al otro lado del pantano, donde debía haber más gente de acampada, pues se veían fogatas. Ellos también decidieron hacer una.

Montaron la tienda de campaña justo al lado del coche. 
Él había estado dando una vuelta por los alrededores y había vuelto a la orilla del pantano, donde no había árboles ni maleza, para poder cerciorarse mejor de lo que tenían cerca.

- Estamos más solos que la una. No hay absolutamente nadie en los alrededores.
- Pues mejor, ¿no?

Le guiño el ojo. Ella, en el fondo, era aún una niña. La miro sonriendo.
A pesar del bochorno del día, la noche era fresca debido a la humedad del pantano y una brisa que corría entre los árboles. Se echaron en una manta, abrazados delante del fuego, mirando las llamas. Solo se oía el ruido de las ramas quemándose. Ella se apretujaba contra él.

- Tengo sueñito, se me cierran los ojos.
- Pues venga vamos a la tienda. Ve entrando que yo voy a apagar el fuego.

Echo tierra en las ascuas hasta cerciorarse de que estaba apagado del todo. Enfocó con la linterna el coche. Se quedó mirando. Se dirigió a la tienda y se paró de nuevo. Volvió a mirar el coche. Esto no me gusta. Vete de aquí. Hazlo. Estaba de pie, en silencio y oscuridad absoluta.
Se acercó al coche. Lo abrió. Cogió la barra de hierro antirrobo y se dirigió con ella a la tienda. Entro sigilosamente y la dejó a un lado.

- ¿Para qué has cogido la barra?
- Pues nunca se sabe… por seguridad.
- Jajaja, ¡Vale!

Estaba acurrucada entre la manta. Se acercó a ella y la abrazó. Encendieron la linterna. Afuera no se escuchaba nada, absolutamente nada, ni viento, ni animales nocturnos, ni voces a lo lejos. Nada.
En otras circunstancias hubieran tenido sexo, pero algo les impedía hacerlo. Y no era el frio. Era la rara sensación de que ese silencio absoluto escondía algo. La sensación de estar solos allí, sin que nadie lo supiera. La rara sensación de recelo y desasosiego ante algo.

Ella estaba seria y temerosa. Él lo notaba. Intentó hacer alguna gracia para relajar el ambiente y sacar una sonrisa. Apagaron la linterna, se acurrucaron juntos.
Solo se oía su respiración. Él solo pensaba en que pasase aquella noche y que amaneciese cuanto antes.

Al principio solo fue una rama quebrada. En la noche, en el campo, se oyen esos ruidos. Los dos lo oyeron pero ninguno dijo nada. Pero ya no había duda. Alguien andaba fuera, alrededor de la tienda.
- ¿Qué es eso?
- Pues no lo sé.
Encendieron la linterna.

- ¿Quién es? ¿Quién hay ahí?

Silencio. Nadie contestaba. Alguien andaba fuera. Ruido de pisadas, de maleza, de alguien buscando algo.
Él se puso de pie dentro de la tienda.

- ¿Qué quién es? ¡Joder!, voy a salir.
- ¡No! ¡Por favor! ¡No salgas por favor!
- ¡Joder tendré que salir!
- No salgas por favor…, te lo ruego, tengo miedo.
- No va a pasar nada tranquila, tengo el coche fuera ¡ostias!
- ¡Por favor! ¡¡Por favor!! ¡No salgas! Déjalo por favor…

La enfocó con la linterna. Estaba llorando a lágrima viva. Angustiada. Le cogía del brazo para que no se moviese.

- Por favor…
- Quédate aquí. No salgas. No podemos estar así. Tendré que salir a ver qué pasa.
- No me dejes sola… déjalo, ya se ira, ¡Te lo ruego!

El corazón le iba a mil por hora. Le palpitaba en su interior. Cogió la linterna en una mano y la barra en la otra, y se dispuso a salir de la tienda. Ella lloraba y gemía sin parar.
Bajo la cremallera de la tienda y asomó medio cuerpo fuera, enchufando con la linterna la oscuridad de la noche. No veía nada. Salió de la tienda y volvió a cerrar la cremallera detrás de él. Se plantó delante de la tienda. Y entonces lo vio. Aquello estaba a escasos 3 metros de él. Aquella criatura le miraba fijamente, parada, sin hacer nada. Los ojos le brillaban y la saliva le resbalaba por la boca.
 
- ¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí?
- Estoy hambriento.

Su voz era sibilina. Un escalofrió recorrió todo su cuerpo. Trago saliva.

- Si quieres te podemos dar algo de comer.
- Que amable. Pero mi hambre es insaciable.
- Vete de aquí. Esto está lleno de excursionistas como nosotros.
- ¿Si? Sabes que no hay nadie alrededor…

Un sudor frío bajaba por su espalda. Apretó la barra sin dejar de mirar aquello.
- ¿Por qué no sueltas esa barra? Me molesta que estés con ella.
- Te he ofrecido comida y no quieres. Vete de aquí ahora mismo.
- ¿Quieres que hagamos un trato? ¿Sí? Dime.

Él no sabía qué hacer ni qué decir. Su cuerpo temblaba.
- ¿Cariño? ¡Por dios!, ¿Qué pasa? Dime algo por favor…
- No pasa nada pequeña, quédate ahí, no pasa nada.

No dejaba de mirar a lo que tenía delante. Aquella criatura estaba inmóvil, sin pestañear, mirándole fijamente.
- ¿Qué cojones quieres?
- Mi barriga está vacía. Déjame… déjame entrar ahí…

Su mirada y sus sucios dedos se dirigieron a la tienda de campaña.
- Me estas hinchando los huevos. Lárgate si no quieres que te estampe la barra en la cabeza.
- Si sueltas la barra, tú no morirás, solo te aplastaré el cráneo y algunas costillas, te rajaré tus  piernas y brazos y sangrarás como un cerdo, pero mañana estarás vivo. En cambio ella…, la  chica debe estar jugosa…, le devoraré hasta las uñas. Suelta la barra.
- Estas como un puto cencerro. Te doy 10 segundos para que te pires de aquí.
- Piénsalo. ¿Quieres vivir o morir?

Él era alto y fuerte, nunca había tenido miedo a ningún enfrentamiento, aunque en esos momentos la zozobra le invadía el cuerpo. Aquella criatura percibió sus dudas.
- Vamos…, es fácil…, mañana contarás que alguien os atacó. Estarás machacado, pero vivo. Y además te haré un favor: dejarás de sufrir en la vida con la niñata que tienes ahí dentro. Vivo y feliz. Tengo hambre, mucha hambre. Suelta la barra.

Le vino a la mente su madre, lo que sufriría ante su muerte. Le vino a la mente su vida. Aquella que imaginaba vivir. La voz de aquello le hacía temblar. La mirada de aquella criatura le hacía dudar. Escuchaba el sonido de su corazón retumbando en su pecho. Dios mío, por favor, ayúdame. Fueron unos segundos interminables. Era el momento de actuar.
 
- No puedo fiarme de ti. Deseo vivir, con o sin ella. Y no puedo permitir que ella muera. Te explicaré mi trato: me iré acercando a ti, poco a poco. Si no corres, si no huyes, serás tú quien morirá. Te abriré tu cabeza en dos con esta barra y mañana, cuando amanezca, te arrancaré la piel a tiras y serás nuestro almuerzo. ¿Entiendes lo que te digo grandísimo hijo de puta?

Aquella criatura tuvo un tic involuntario. Su cuerpo convulsiono de repente. Sus piernas en tensión. Enseñó su dentadura, la saliva goteando.
Él se abalanzó con la barra en alto.
Aquella criatura huyó de allí, escapando, entre la maleza.

Mirando las estrellas entre los árboles mientras fumaba su cigarro. Sonriendo. Miró hacía la tienda.
- Ya puedes salir, ya se ha ido.
- ¿Qué pasa? ¿Qué ha sido?
- Solo era un zorro, no te preocupes.
- ¿Un zorro?
- Si. Un animal fantástico. Era espectacular, precioso. Tenía hambre y estaba fisgoneando en la bolsa de la basura.
- Jo… que susto he pasado, ¡estoy temblando!
- No pasa nada, ya se fue.

Volvieron a la tienda y se recostaron juntos. El temblor y la tensión fueron dando paso a la relajación.
- ¿Sabes? Me ha entrado hambre con todo esto…
- ¿Si? Mmm, pues cómeme amor… cómeme enterita…

 
Escrito por "Kike Potter"
Octubre de 2.017

 

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...