¿Y tú? ¿Y de ti? ¿Quién se preocupa por
ti? ¿Quién te cuida realmente?
Me gusta conducir solo. Puedo poner la
emisora de radio que quiera. Puedo fumar. Puedo beber. Puedo pensar. Pasan los
kilómetros. Puedo adelantar como y cuando quiera. Puedo llorar, gritar y reír
como un energúmeno. Nadie jamás lo sabrá.
Pensando durante horas seguidas.
Pensando.
Con los ojos como platos pasando los
kilómetros. Con la mirada fija en la carretera. Pasando imágenes por tu mente.
Machacando tu cabeza. Pensando pero sin llegar a nada.
Paré a echar gasoil. Sin abrir la boca.
Di mi tarjeta para pagar sin más. Me tomé un café sin pedirlo. Meé casi sin
ganas, por inercia.
Vuelta al coche para volver. Sin
inmutarme. Pasando los kilómetros. Pensando.
Después de aquellos largos años en
aquella travesía del desierto me sentía viejo. Con canas y agotado. Debo
comprender que soy un profesional.
Entender que toda la vida ofrecida es
simplemente lo que soy. Debo comprender que he sido un profesional de la magia
y la palabra cómplice.
Para los demás toda la vida por delante.
Para mí sólo el recuerdo. La felicidad inmensa te hace cambiar y ser diferente,
por eso yo siempre seré el mismo. Con la felicidad inmensa a tu lado olvidas hasta
el ayer, por eso mi mente sigue describiendo cada momento.
¿Por qué empeñarme en no querer ver mi
destino? ¿Por qué no terminar de aceptar lo que soy y siempre he sido?
Suena el móvil.
- ¿Qué
pasa señor? ¿Qué tal la vuelta?
- Aburrida.
Larga.
- ¿Pero
llegarás a tiempo no?
- Si.
- Te
estamos esperando, no faltes.
- No faltaré.
Silencio. Segundos de silencio.
- Te
noto raro.
- Será
el cansancio.
- ¿Seguro?
- No
sé… ¿Crees que estorbo? ¿Qué debería retirarme?
- ¿A
qué te refieres?
- Ya
lo sabes.
- ¿Ahora?
- Ahora
sí.
- No
puedes joder. Te seguimos necesitando. Te necesito.
- Claro
que puedo y no me necesitáis, y tú menos aún. Has crecido amigo y el futuro es
tuyo. Sería una carga para ti, siempre recordando.
- Que
gilipolleces dices. Te espero para tomar una copa y hablamos.
- Me
tomaré unas copas sí.
44 detenidos. Sin contar los muertos,
inhabilitados, amenazados y despojados que se habían quedado por el camino.
Incluso algún rehabilitado. Daba igual.
Daba igual porque la mísera justicia de
los hombres corruptos y poderosos, por y para esos mismos hombres, dictada por
quien es, se cree o quiere ser más poderoso aún, no es justicia, ni por lo
tanto ley.
Fui directamente al hotel donde daban la
recepción. Me identifiqué y pedí una habitación para ducharme y cambiarme. No
miraba a nadie. Y no quería que nadie me mirase.
Me puse delante del espejo. Estaba
demacrado. Con ojeras, barba de varios días. Me fijé en mis ojos. Por alguna
razón inexplicable seguían brillando, observando profundamente. Sonreí. Agaché
la cabeza y la volví a subir, mirando mi mirada. Me hable a mí mismo, pues
nadie podía ya decirme lo que me gustaría escuchar.
Bajé a la sala donde daban el cóctel.
Multitud de compañeros, de personajes que no conocía de nada. Ya habían llegado
varias autoridades.
Me fui abriendo paso hacía la barra. Algunos
me miraban al pasar. Unos abiertamente saludando, otros de soslayo sin
inmutarse.
- ¡Kike!
¡Eh! ¡Acércate!
Saludos y cumplidos con gente que hacía
siglos no veía o que no había visto en mi vida.
Algunos abrazos emocionados con aquellos
que aún podían hablarme, darme las gracias o pedirme perdón solo con la mirada.
Aquellos lo suficientemente leales o agradecidos, que sabían que había dado
parte de mi vida por ellos.
¿Por qué siento la necesidad de escapar?
¿Por qué me río y vuelo lejos? ¿Por qué cuento historias y anécdotas que todos
quieren escuchar y sueño? ¿Por qué me miran y no acabo de entenderlo?
Me apetecía chisparme un poco y reírme,
pero tampoco quería terminar arrastrándome hasta las tantas y con dolor de
cabeza.
Se sabía la vida de los 44. Era
desternillante escucharlo. Las razones de unos y otros, sus intereses, sus
farsas o sus delitos. Me hacía reír su control de la situación. Nunca me han
gustado los consejos, por eso solo dejaba caer en la conversación mi
experiencia o mis miedos.
- Oye
por cierto, lo de retirarte... ¿era broma no? Que te meto un par de ostias y te
espabilo rápido que lo sepas.
- Jajajaja,
tranquilo. A veces me da bajón, pero no puedo, va conmigo, seguiré. Eso sí, a
partir de ahora seré más selectivo, haré solo lo que me gusta.
- Haz
lo que te salga de los huevos, pero continua con nosotros.
Algunos se acercaron. Otros miraban y
querían acercarse.
Perdí la cuenta de las risas y los
cubatas, mientras miraba.
No sé cuándo note su presencia. Me
encontré de repente delante. Sonreí.
- Hola
Kike.
- Hola.
Nos miramos. Paso un mundo. Unos
segundos eternos. Como ahora.
- ¿Quieres
tomar la última conmigo? No seré imbécil, ni engreído, ni desagradable.
- No
eres nada de eso.
- Pero
lo he sido a veces. Y no deseo que quedé esa sensación entre nosotros.
Nos volvimos a mirar. A pesar de la
música, las risas, las voces alrededor, pude tocar el silencio, el más absoluto
de los silencios.
- ¿Estás
bien?
- Buenísimo
como siempre, ¿no?
- Jajaja,
sí, eso siempre.
- ¿Y
tú? ¿Tú estás bien?
- Sí,
todo lo bien que se puede estar.
- Pues
me alegro por ti, de verdad.
- ¿Y
tú? Cuéntame de ti.
- Sigo
aquí. Sigo siendo el mismo.
Sonreímos. Nos reímos. Negamos con la
cabeza. Nos miramos.
Acarició mi mejilla con su mano. La cogí
y la baje a mi pecho. Se sobresaltó.
- ¿Lo
sientes? ¿Me entiendes ahora?
- Kike…
No sé qué decir.
- No
tienes que decir nada, solo quiero compartirlo contigo.
- Gracias.
Esto no debería haber sucedido así, yo no lo quería.
- Ya está, ya…, jamás podré evitarlo, y tú nunca serías capaz de cambiarlo.
Ahora fui yo quien acaricie su mejilla.
Deseaba abrazarla. Era lo que siempre había esperado. Volvimos a sonreír.
- Fuimos
dos buenos profesionales, eso no puedes negarlo.
- Jajajaja,
si, los mejores.
- Me
tenías confundido. Todo lo era la verdad. Hasta que comprendí que realmente
estabas de mi lado.
- Siempre
lo estuve, aunque no te dieras cuenta.
- No
siempre me doy cuenta de las cosas.
- ¿Habrías
sido capaz de matarme Kike Potter?
- ¿A
ti?
- Si,
a mí.
- Te
hubiera dejado escapar.
-,Jajajaja, gracias…
Nos miramos recordando. Sus ojos chispeaban. Se reía. Y me encantaba escuchar su risa.
Le dio un sorbo a su copa y suspiró profundamente.
Le dio un sorbo a su copa y suspiró profundamente.
- Todos
teníamos nuestra misión, peones en una partida inquietante.
- Tú
eras la Reina.
- Y
tú el Caballero en su caballo.
- Jajajaja,
por supuesto por supuesto…
- Kike…
- Dime.
- Es
emocionante esto, pero debo irme.
- Ya, lo sé, una lastima.
- Y
a ti te reclaman.
- Eso
parece.
- Me
ha encantado saber de ti, cuídate por favor.
- Corre
choco, corre.
Salió correteando. Me quedé con la copa
en la mano, mirando el infinito. Mi pecho fue calmándose. Lo suficiente para
fumarme un cigarro.
¿Y tú? ¿Y de ti? ¿Quién se preocupa por
ti? ¿Quién te cuida realmente?
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