jueves, 26 de marzo de 2015

Lo vi cruzar

No creo en los fantasmas. Los fantasmas no existen.
Hubo un tiempo que me quedaba a oscuras, arrodillado, sólo. Y rogaba, imploraba, que existieran. Cerraba los ojos, deseaba que algo, lo que fuese, me rozase. No sentía ningún tipo de miedo, sólo era excitación porque ocurriese. Hablaba. Contaba mi vida, esperando que me escucharan. Buscaba consuelo y apoyo.
Apoyo poco encontraba. Consuelo a veces. En cambio, lloraba. Y eso me calmaba en parte.

Con los años, aunque no paraba de reír, mi rostro se endureció. Mi ceño se frunció. Y nunca dejé de entrar en esa habitación, cada vez más fría. Y no me arrodillaba. Me quedaba de pie, mirando. Quería una explicación. Miraba fijamente a los ojos. Y esos ojos me sonreían. Y mi rostro se iba sosegando, mi ceño se iba apaciguando. Lo que no cambiaba eran mis lágrimas.

Nunca un ruido. Ni un suspiro. Ni una ráfaga de aire. Ni una luz. Nada. Me hacía la ilusión, al menos, de que existiría tranquilidad, sosiego, calma. Pero irónicamente, al mismo tiempo, a mí, a veces, me hacía sentirme rabioso, cabreado, pues ni siquiera me había dicho adiós.  

Esa noche estaba tumbado en la cama de mi habitación, con mi nene al lado, cogiéndole de la mano y acariciando su pelo. Era madrugada y por el balcón entraba la claridad de la noche, los sonidos de esa lechuza que me acompaña desde que era niño. La paz era total y yo, como otras muchas noches, aprovechaba dando vueltas a mi cabecita loca.

Miré hacía el pasillo. Lo vi cruzar. Muy despacio, muy lentamente. Era una luz muy blanca, con forma humana, que se dirigía a esa habitación fría, oscura, a la que ya nadie entraba nunca, sólo yo. Note como mis ojos se agrandaron, como mi cuerpo se sobrecogió de la emoción. Me di cuenta que había provocado en mí una sonrisa, que me había calmado hasta el punto de estar casi flotando. Cerré los ojos. Había sido real.

 
Me levanté. Me dirigí a esa habitación. Entré. Estaba allí, en una silla, mirándome, sonriéndome. Había envejecido, como si realmente hubiera pasado el tiempo. Así hubiera sido. Era alucinante. Me acerqué. Notaba, sentía, oía los latidos de mi corazón en mi pecho, iba a explotar. Me arrodillé delante. Descansé mi cabeza en su pecho y posó sus manos en mí, una en mi cabeza, la otra en mi hombro. Sin decir nada. Sentí su calor, su calma. Había deseado algo así durante años de larga espera. Me quedé así, allí, no recuerdo cuanto tiempo, quizás toda la noche. Caían mis lágrimas sin cesar, sentía como resbalaban por mi rostro continuamente, pero no estaba sollozando, ni gimiendo, ni siquiera suspirando. No estaba triste. Era un placer. Había sido un sueño. Maravilloso.

 
Los fantasmas no existen, pero los ángeles sí, aunque a veces te abandonen.

viernes, 13 de marzo de 2015

Chica dibujante


Estaba en mi apartamento, recostado en la cama, casi ya cerrando los ojos y empecé a oír ese ruido: tac tac tac tac tac tac tac tac.
Muy rápido, sin parar, seguido, así durante unos minutos. Paraba y volvía de nuevo a empezar.
Realmente no me molestaba, ni me infundía ningún tipo de sobresalto ni temor, sólo era curiosidad por saber que huevos era aquello.

A la noche siguiente, ya de madrugada, de nuevo el mismo ruido, o parecido: bum bum bum bum bum bum.
Seguía el mismo ritmo, rápido, aunque el tono era diferente. Me senté en la cama. Me levanté.
Sin duda provenía del apartamento del piso superior. Abrí la ventana y me fumé un cigarro, mirando hacia arriba por si divisaba algo.

Así estuve con el dichoso ruidito varios días, siempre de madrugada, cuando todos callaban o dormían. Me dormía con ese sonido rítmico en mis oídos.
El caso es que el ruido se iba haciendo cada vez más fuerte, más acelerado y más constante.
Era el momento de solucionar aquello. Tenía ganas de decir unas palabritas a la persona que estuviera con aquel juego. Era curiosidad.

Salí al rellano y subí las escaleras. Delante de la puerta del piso de arriba. Toqué suavemente la puerta, pues tampoco quería despertar a nadie ni formar un escándalo a esas horas.
Nada, nadie contestaba. Tampoco quise insistir. No me gusta ser pesado. Así que me di la vuelta para volver a mi apartamento. Cuando empezaba de nuevo a bajar las escaleras oí el ruido de una puerta al abrir, era la del apartamento al que había llamado. La puerta se estaba abriendo poco a poco, muy despacio.
Por el hueco brotaba una tímida claridad y una música un poco rarita, española, pero de algún grupo de estos nuevos, que no había oído en mi vida. Yo es que me quedé en Radio Futura y la verdad, actualmente, sólo escucho U2 y, en el coche, Máxima FM, para olvidar.
Os lo digo en serio, no sentí miedo, ni incertidumbre, ni dudas. Casi era excitación. Era curiosidad. Sólo quería hablar.

Habló una voz, de chica: “Hola, ¿quién es?” Me quedé a un par de metros de la puerta, no quería asustarla, aunque no soy tan feo. “Perdona, soy el vecino de abajo”. “¿Y qué quieres?”. “Nada, es que últimamente oigo un ruido continuo todas las madrugadas, como golpes pequeños, a ver, no es que me moleste, sólo era curiosidad”. “Ah… pues seré yo sí, lo siento, intentaré que no vuelva a ocurrir”. No sabía si acercarme hasta la puerta. Era curiosidad. “No pasa nada, no te preocupes, disculpa tú por molestarte a estas horas”. “No es molestia”. Seguía detrás de la puerta y yo a dos metros. “Bueno, pues… hasta mañana”. “Hasta mañana”. Empecé a bajar las escaleras. La puerta se cerró. Que imbécil eres chico.

A la noche siguiente el silencio era absoluto. Es una zona residencial, de apartamentos, y las calles están vacías, sólo de vez en cuando pasa algún coche o moto a toda ostia. Me imagino si no lo habrán robado o será alguien con mucha prisa.
Toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc
Casi me entró la risa. La madre que me pario…., ¡¡cada vez sonaba más fuerte!!
Cogí el palo de la fregona y di un golpe firme, seco, en el techo.
El ruido paró. Casi hasta me sentí culpable. Quizás era un ruido necesario para ella.
No paso ni media hora y vuelta de nuevo. ¿¿Se estaba riendo de mí?? Bueno, ahora parará.
Paraba sí. Pero volvía a los 5 o 10 minutos. Cadencioso. A un ritmo cada vez más vertiginoso.
Sonaba como si estuviera dándose cabezazos continuos, rapiditos y leves contra la pared.

¿Que podía pasar? Y no me refiero sólo a que pudiera estar pasando arriba, me refiero a que podría pasar si volvía a subir.
Allí estaba plantado de nuevo delante de la puerta. Esta vez llame normal. Oí un ruido de pies descalzos aproximarse. Y observé como me observaban por el agujerito.
La puerta se abrió. La misma claridad y música rarita.
Tendría poco más de 25 años. Alrededor de 1.70, media melena de color castaño, rizos. Carita redonda, sonrojada, y con un lunar encima del labio superior, muy sexy. Delgadita. Se la marcaban sus hombros, sus brazos. Pechos pequeños y después me di cuenta que trasero perfecto.

Me sonreía con coloretes. “Perdona, de verdad, no es mi intención hacer ningún ruido”. Reí bajando la cabeza, la miré a sus ojitos, “No, no pasa nada, si ya te dije que es curiosidad, pero oye, es que cada día que pasa va en aumento, el ruido me refiero”. Soltó la risa, “Ainss, lo siento”. “¿Pero que es lo que haces?”. “Estoy dibujando…”. “¿Y dibujas a punterazos sobre el papel o qué?, ¿algún tipo de posesión demoniaca?”. Esta vez soltó la carcajada… “jolin, no, no sé qué será, de verdad, estoy nerviosa, se me va la pinza”.

No quise preguntar más sobre el tema. Me quedé mirando. “¿Te apetece hablar? Te prometo que sólo quiero hablar, un rato, no te molestaré, si quieres nos podemos tomar un café”. “No me gusta el café, pero te invitó a tomar uno, yo me tomaré un té y…si, me apetece hablar, ¿porque no?”. “Gracias…”.
Pasé a su apartamento, muy parecido al mío. Luz tenue. Música baja. Sobre una mesa amplia tenía el ordenador y multitud de dibujos, bocetos y apuntes esparcidos sobre el escritorio, también tirados sobre el suelo. Papeles por todas partes. “La que tienes montada, ¿no?” “Es un proyecto…” “Ya…”.
Hablamos. Empatía. Interesante. Lista como ella sola. Y… la verdad… me ponía.

El ruido no cesaba. Todas las noches igual. Incluso por el día. Así que cogí por costumbre acercarme y charlar un rato. Me gustaba. La gustaba. Nos gustaba.
Empezaba el ruidito por las noches y subía. Casi era como nuestro secreto. Era la señal para avisarme. Pero no lograba descifrar el enigma de dónde provenía ese ruido ni ella me lo decía.

Me gustaba mirar como dibujaba. Y ella sentada, con una pierna doblada encima de la silla y la otra apoyada en el suelo. Y empezó. Pum pum pum pum pum pum pum pum pum pum pum.
La miré. Estaba abstraída con sus dibujos. Y descifré el enigma.
Era su pierna. Nervios. Se movía a una velocidad endiablada. Y su talón golpeaba el suelo de forma frenética. Abrí la boca para decir algo, pero no dije nada. No se daba cuenta. La miré sonriendo. Ternura. Me acerqué despacio y posé mi mano en su muslo muy lentamente. Sentí su piel. Se sobresaltó. Me miró. La miré. Tranquila… tranquila chica dibujante…, fue parándose, relajándose, hasta parar por completo. Nos sonreímos.

martes, 3 de marzo de 2015

Es que no vamos a perder, ¡vamos!


Vi a Fernando en el pueblo y, como siempre, nos abrazamos.
A pesar de la distancia, de las circunstancias, de haber perdido casi todo por el camino.
A pesar, el abrazo nos sale sólo.

Hablamos de jugar algún día al padel. Ok, cuando quieras, avísame, yo tengo menos lío que tú. Y me avisó. Y quedamos.

Y nos pusimos juntos de pareja contra dos tíos que le daban bastante bien.
Hacía tanto tiempo que no jugábamos juntos…

 
Tendríamos 13 o 14 años, él jugaba atrás en el frontón. No fallaba una. Una pared.
Yo jugaba delante, siempre arriesgando, siempre jugándomela, era mi forma de jugar, así me habían enseñado. Así había aprendido.
La compenetración era absoluta. Y nadie nos ganaba. Da igual que fueran de nuestra edad o con 20 años más. Así durante 5 o 6 años. Nos aplaudían.
Mía… era mía Fernando…, ¡es que tú tienes que estar más adelante joder! Pero que dices… estás agotado, ¡¡te tienen frito hostias!! Tú dedícate a tu zona. ¡No me sale de los huevos!. Vamos a ganar. Ya lo sé.
Y a veces “discutíamos”. ¡Vete a la mierda! ¡Que te jodan tío! ¡Que te jodan!! Venga va… vamos a calmarnos… ¡cálmate tú! Jajajaja… no lo hacemos mal, ¿no?? Ay madre…

Me caía el sudor a chorros. Casi no tenía aliento. Miré atrás. Fernando apoyado en la pared. Me acerqué… le abracé, me acuerdo, tengo la imagen gravada, le hablé: “que mal sienta perder colega”. Me contestó “es que no vamos a perder, ¡vamos!”. Le sonreí. Casi hasta me hubiera descojonado de la risa sino hubiera sido porque no me llegaba ya el oxigeno a las piernas.
Perdimos aquella final. Llegaría un momento que perderíamos. Y… fue raro…
Terminamos el partido. Dimos la mano y la enhorabuena a los ganadores.
Nos sentamos, bebiendo agua. Sin hablar. Sin decir una sola palabra. Me quedé observando el sudor en mi piel. Dejé que las gotas cayeran por mi rostro. Goteaba.
Allí sentados. Seguíamos sin hablar. Para que hablar. ¿Para que…?, nos jodía haber perdido, pero, realmente, lo que más nos jodía era saber que aquella etapa terminaba, que habíamos perdido por no cuidar, por estar a otras cosas, porque queríamos estar a otras cosas, nos jodía porque ¡¡mierdas!! Ya no éramos los mismos.
Bajamos juntos para casa. Luego nos vemos. Venga. Hasta luego. Hasta luego.

 
No juega mal al padel. Yo pensaba que lo haría peor. Aun así nos metieron un 6-0 el primer set los hijo putas. Venga va… no la olemos tío. Veremos ahora.
El segundo set nos ganaron 6-3. ¿Ves? Tampoco son tan buenos, se van a cagar. Quiero ganarles. Jajajaja joder Fernando… Tú métela dentro, no arriesgues tanto joder, dos tíos como nosotros por arriba no nos pasan, vamos a presionarles.
Sonreí. Me emocionó. Se me vinieron a la mente recuerdos.

El tercer set no lo terminamos, 4-2 nos ganaban. A la próxima… porque habrá próxima… no tengo duda que ganaremos. No hacemos mala pareja la verdad.

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...