viernes, 13 de marzo de 2015

Chica dibujante


Estaba en mi apartamento, recostado en la cama, casi ya cerrando los ojos y empecé a oír ese ruido: tac tac tac tac tac tac tac tac.
Muy rápido, sin parar, seguido, así durante unos minutos. Paraba y volvía de nuevo a empezar.
Realmente no me molestaba, ni me infundía ningún tipo de sobresalto ni temor, sólo era curiosidad por saber que huevos era aquello.

A la noche siguiente, ya de madrugada, de nuevo el mismo ruido, o parecido: bum bum bum bum bum bum.
Seguía el mismo ritmo, rápido, aunque el tono era diferente. Me senté en la cama. Me levanté.
Sin duda provenía del apartamento del piso superior. Abrí la ventana y me fumé un cigarro, mirando hacia arriba por si divisaba algo.

Así estuve con el dichoso ruidito varios días, siempre de madrugada, cuando todos callaban o dormían. Me dormía con ese sonido rítmico en mis oídos.
El caso es que el ruido se iba haciendo cada vez más fuerte, más acelerado y más constante.
Era el momento de solucionar aquello. Tenía ganas de decir unas palabritas a la persona que estuviera con aquel juego. Era curiosidad.

Salí al rellano y subí las escaleras. Delante de la puerta del piso de arriba. Toqué suavemente la puerta, pues tampoco quería despertar a nadie ni formar un escándalo a esas horas.
Nada, nadie contestaba. Tampoco quise insistir. No me gusta ser pesado. Así que me di la vuelta para volver a mi apartamento. Cuando empezaba de nuevo a bajar las escaleras oí el ruido de una puerta al abrir, era la del apartamento al que había llamado. La puerta se estaba abriendo poco a poco, muy despacio.
Por el hueco brotaba una tímida claridad y una música un poco rarita, española, pero de algún grupo de estos nuevos, que no había oído en mi vida. Yo es que me quedé en Radio Futura y la verdad, actualmente, sólo escucho U2 y, en el coche, Máxima FM, para olvidar.
Os lo digo en serio, no sentí miedo, ni incertidumbre, ni dudas. Casi era excitación. Era curiosidad. Sólo quería hablar.

Habló una voz, de chica: “Hola, ¿quién es?” Me quedé a un par de metros de la puerta, no quería asustarla, aunque no soy tan feo. “Perdona, soy el vecino de abajo”. “¿Y qué quieres?”. “Nada, es que últimamente oigo un ruido continuo todas las madrugadas, como golpes pequeños, a ver, no es que me moleste, sólo era curiosidad”. “Ah… pues seré yo sí, lo siento, intentaré que no vuelva a ocurrir”. No sabía si acercarme hasta la puerta. Era curiosidad. “No pasa nada, no te preocupes, disculpa tú por molestarte a estas horas”. “No es molestia”. Seguía detrás de la puerta y yo a dos metros. “Bueno, pues… hasta mañana”. “Hasta mañana”. Empecé a bajar las escaleras. La puerta se cerró. Que imbécil eres chico.

A la noche siguiente el silencio era absoluto. Es una zona residencial, de apartamentos, y las calles están vacías, sólo de vez en cuando pasa algún coche o moto a toda ostia. Me imagino si no lo habrán robado o será alguien con mucha prisa.
Toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc toc
Casi me entró la risa. La madre que me pario…., ¡¡cada vez sonaba más fuerte!!
Cogí el palo de la fregona y di un golpe firme, seco, en el techo.
El ruido paró. Casi hasta me sentí culpable. Quizás era un ruido necesario para ella.
No paso ni media hora y vuelta de nuevo. ¿¿Se estaba riendo de mí?? Bueno, ahora parará.
Paraba sí. Pero volvía a los 5 o 10 minutos. Cadencioso. A un ritmo cada vez más vertiginoso.
Sonaba como si estuviera dándose cabezazos continuos, rapiditos y leves contra la pared.

¿Que podía pasar? Y no me refiero sólo a que pudiera estar pasando arriba, me refiero a que podría pasar si volvía a subir.
Allí estaba plantado de nuevo delante de la puerta. Esta vez llame normal. Oí un ruido de pies descalzos aproximarse. Y observé como me observaban por el agujerito.
La puerta se abrió. La misma claridad y música rarita.
Tendría poco más de 25 años. Alrededor de 1.70, media melena de color castaño, rizos. Carita redonda, sonrojada, y con un lunar encima del labio superior, muy sexy. Delgadita. Se la marcaban sus hombros, sus brazos. Pechos pequeños y después me di cuenta que trasero perfecto.

Me sonreía con coloretes. “Perdona, de verdad, no es mi intención hacer ningún ruido”. Reí bajando la cabeza, la miré a sus ojitos, “No, no pasa nada, si ya te dije que es curiosidad, pero oye, es que cada día que pasa va en aumento, el ruido me refiero”. Soltó la risa, “Ainss, lo siento”. “¿Pero que es lo que haces?”. “Estoy dibujando…”. “¿Y dibujas a punterazos sobre el papel o qué?, ¿algún tipo de posesión demoniaca?”. Esta vez soltó la carcajada… “jolin, no, no sé qué será, de verdad, estoy nerviosa, se me va la pinza”.

No quise preguntar más sobre el tema. Me quedé mirando. “¿Te apetece hablar? Te prometo que sólo quiero hablar, un rato, no te molestaré, si quieres nos podemos tomar un café”. “No me gusta el café, pero te invitó a tomar uno, yo me tomaré un té y…si, me apetece hablar, ¿porque no?”. “Gracias…”.
Pasé a su apartamento, muy parecido al mío. Luz tenue. Música baja. Sobre una mesa amplia tenía el ordenador y multitud de dibujos, bocetos y apuntes esparcidos sobre el escritorio, también tirados sobre el suelo. Papeles por todas partes. “La que tienes montada, ¿no?” “Es un proyecto…” “Ya…”.
Hablamos. Empatía. Interesante. Lista como ella sola. Y… la verdad… me ponía.

El ruido no cesaba. Todas las noches igual. Incluso por el día. Así que cogí por costumbre acercarme y charlar un rato. Me gustaba. La gustaba. Nos gustaba.
Empezaba el ruidito por las noches y subía. Casi era como nuestro secreto. Era la señal para avisarme. Pero no lograba descifrar el enigma de dónde provenía ese ruido ni ella me lo decía.

Me gustaba mirar como dibujaba. Y ella sentada, con una pierna doblada encima de la silla y la otra apoyada en el suelo. Y empezó. Pum pum pum pum pum pum pum pum pum pum pum.
La miré. Estaba abstraída con sus dibujos. Y descifré el enigma.
Era su pierna. Nervios. Se movía a una velocidad endiablada. Y su talón golpeaba el suelo de forma frenética. Abrí la boca para decir algo, pero no dije nada. No se daba cuenta. La miré sonriendo. Ternura. Me acerqué despacio y posé mi mano en su muslo muy lentamente. Sentí su piel. Se sobresaltó. Me miró. La miré. Tranquila… tranquila chica dibujante…, fue parándose, relajándose, hasta parar por completo. Nos sonreímos.

2 comentarios:

  1. Al principio pensé que la chica anda con tacones por toda la casa. Buen final, Kike. Me gustó mucho la historia.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Una historia estupenda y muy bien narrada, te tiene atento hasta el final (la historia, digo). ¡¡¡Estupenda!!!

    ResponderEliminar

El silbido del energúmeno - Capitulo 9

     Me es imposible abrir la compuerta del suelo. No sé si es debido a que me falta fuerza o a que el paso de los años la ha dejado atascad...