Nos gustaba ir por la Cava Baja o la zona de Huertas,
deambulando por las callejuelas.
Después de tomarnos unas cervezas en la “Taberna de
Elisa”, nos íbamos a la zona de pubs y casi siempre terminábamos en el “Black
Jack”, en una esquina de la Plaza de Santa Ana. Era el último en cerrar por la zona. Era un
local de dos plantas, con dos ambientes. A mi me gustaba.
Después de recorrer la calle Huertas y la Plaza de Santa
Ana el descojone iba en aumento y más si, como aquella noche, nos acompañaba
Pulido.
Pulido era un amigo de Fernando. Pequeño (casi enano),
peludo y feo como el sólo; pero todo eso lo compensaba con mucha simpatía, con
desparpajo.
Entraba a todo lo que se movía. Y huían haciendo fu como
el gato. Pero no le importaba. Volvía sonriendo. Entraba a los locales y no
perdía tiempo en subirse encima de la tarima, bailando con aquellas tías que
algunas veces le daban capones en la cabeza. Se apartaban y le dejaban sólo,
incluso algunas veces se quitaba la camiseta y empezaba a moverse como un loco.
Fernando y yo nos partíamos de la risa, se nos saltaban las lagrimas. El tío
era feliz.
Estábamos en la planta de arriba. Charlando.
Al lado un grupo de chicas y ese Pulido que va para allá,
no perdía oportunidad el tío.
Algunas veces ya ni mirábamos, ¿para que? no tardaría ni un
minuto en volver al redil.
Pero no volvía. Miré. Allí estaba Pulido, hablando con ...
joder!...jo...der....
Morena, melena larga, pivón, muñeca. Parecía que la habían
dibujado. Parecía un comic. Me vino a la mente Lara Croft, como un flash.
¿Cómo...? ¿Cómo era posible...? ¿Cómo era posible que esa tía
estuviera hablando con Pulido...?
¿Cómo era posible que, en tantas noches, todas y cada unas
de las tías a las que entraba, fueran como fuesen, salieran corriendo
despavoridas y aquella morenaza estuviera, siguiera aún, charlando y riéndose
animadamente con él?
Todos los tíos la miraban. La devoraban con la mirada.
Siempre fue así, en todo momento y en todas partes. Y ella, con esos ojazos
oscuros enormes, sólo miraba a Pulido, que le llegaba a sus pechos (perfectos). Su postura era dulce, todos sus movimientos eran dulces.
Erotismo puro.
Me quedé embobado. No sólo por ella, sino por la
situación. Fernando no decía nada, pensaba lo mismo.
¿Cuanto tiempo paso? No me acuerdo.
Me miró un par de veces, de forma totalmente disimulada.
Eran más de las 5 de la mañana. Sus amigas ya se habían
ido.
¿Se iba a liar con Pulido? No..., no me lo creo...
Se puso su abrigo, era diciembre, se dieron dos besos y se
despidieron.
Nunca me ha gustado entrar. Lo odiaba. No le encontraba
sentido. Me encontraba más cómodo mirando a los ojos, acercándonos, que
surgiera lo que tuviera que surgir.
Pero..., aquella noche de invierno, en aquel local, a esas
horas, no podía irse sin que la dijera nada. Observé como se iba hacía la
salida. No lo pensé. Fui detrás y la cogí casi en la puerta.
-
Hola, perdona, ¿ya te vas?
-
Si, es muy tarde.- Hasta su voz era
sensual.
-
Ya..., sí, lo es. Sólo..., sólo quería decirte que
eres preciosa, no se, se que suena raro, pero.... ¿nos podríamos ver otro día?.-
Sonrió. Me miró con aquellos ojazos.-
-
Apúntame tu número y tu nombre.- Fui a la
barra, pedí un boli y volví rápido.-
-
¿Tienes algo donde pueda apuntártelo?.- Abrió su
bolsito, con una dulzura y erotismo que me dejaba pasmado. Sacó una tarjeta.-
-
Apuntalo aquí.
-
Vale. Toma.- Nos quedamos mirándonos.
No sabía que decirla.-
-
Me tengo que ir...
-
Bueno, pues...adiós...
-
Adiós.
-
¿Cómo te llamas por cierto?
Hasta el nombre era diferente. Se fue. Sonreí. Estaba convencido que no se llamaba así y que jamás me llamaría, pero bueno, había sido emocionante y lo había hecho, sino, me hubiera quedado con esa sensación dentro.
Me di la vuelta y me encontré de bruces con Pulido. Me
miraba con cara de mala ostia.
-
¿Qué haces?
-
Nada tío.
-
¿Cómo que nada? Me tiro toda la noche hablando con
esa chica, y ahora vas tú detrás ¿a qué?
-
Sólo quería saludarla. No he podido evitarlo.
Lo vi venir, pero no me aparté. En cierto modo me lo había ganado. Casi tuvó que saltar (y yo que agacharme) para darme el puñetazo que me dió. Ni me inmuté. No dijé nada. Él tampoco. Nos quedamos mirándonos. Me toqué la boca, estaba sangrando. Tragué. Se dió la vuelta. Quedó para siempre entre nosotros.
El viernes siguiente sonó el teléfono.
-
¿Sí?
-
Buenas tardes, ¿está Quique?.-
Reconocí inmediatamente esa voz...pero, no me lo acababa de creer.-
-
Si, soy yo, ¿Quién es...?
-
Sábado pasado, Black Jack, ¿ya no te acuerdas de mí?
-
Claro que me acuerdo de ti...
Paseando por el centro, por la Plaza Mayor, por Opera, por
Sol, me dirijo a la Plaza de Santa Ana y siempre me quedo mirando.
El Black Jack hace tiempo que esta cerrado. Chapado.
Literalmente chapado.
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