Era despertarse y sentir
ya el calor por la ventana. Oyendo el bullicio que provenía de la Puerta de
Purchena. Me encantaba ese sonido.
Sin ninguna inquietud, sin
que tu mente tuviera recuerdos, sólo abrazar ese cuerpo desnudo y volver a
hacerlo... No había prisa, nunca me han gustado las prisas, recorrer... con
aquel sudor húmedo con el que amanecías.
Voy a bajar al Mercado a
comprar, ¿vienes? ¿bajas conmigo?
Mmm... me quedo aquí, no te vayas lejos... vuelve rápido...
Mmm... me quedo aquí, no te vayas lejos... vuelve rápido...
Vale, como quieras...
Esa imagen entre las sabanas, se te queda grabada en la retina.
Esa imagen entre las sabanas, se te queda grabada en la retina.
Bajaba al Mercado, ese
desparpajo de la gente, esa gracia, que te hacían sentirte cómodo.
Al volver buscaba las sombras, pues el sol ya ardía.
Al volver buscaba las sombras, pues el sol ya ardía.
Esa inmensa playa con la
ciudad atrás. Sin nada especial, sólo ese sol, esa claridad, esa luz.
Volvías empapado, de sal,
de sudor. Te duchabas, en plural...
Una ensalada, algo fresco,
pues hacía un calor que tenía hasta ruido propio. Vida propia.
Baja la ventanilla, no
pongas el aire, bájala, deja que entre el viento, deja que entre el calor, que
más da, si todo ya es calor.
Ibas siempre con la piel
mojada. Subía sus piernas al salpicadero.
No me mires así... no me
toques...
Era como estar en otro
país, en otro continente. Seco, agrietado, mustio, muerto.
Arena, polvo. No sólo los
caminos, también esas carreteras estrechas.
Todo parecía abandonado a
su suerte. Abandonado a ese sol que lo abrasaba todo, que parecía quemarte
vivo. Pero que no te mataba del todo.
Vamos a San José. Y
después por esa pista de tierra, quiero llegar... lo deseo...
Andando se abría ante ti
la Playa de los Genoveses. Un paraíso virgen, casi, sin nada, rodeado de nada,
ni siquiera gente. Solo esa arena fina, esos árboles para darte sombra si
querías, ese viento y esa agua, caliente.
Había tanta claridad,
tanto sol, que se formaba niebla para no quemarte, para dejarte vivo aún. Y no
te quemabas, te ibas poniendo negro sin darte cuenta.
Túmbate, la arena esta
ardiendo, pero no quema... túmbate aquí.
Vamos a la Playa de
Mónsul. Más lejos, más virgen aún... ese azul del mar.
Me apetece desnudarme,
pasear desnuda, bañarme desnuda...
En serio?
Si...
En serio?
Si...
Pues hazlo si quieres...
Sin nada a los lados de la
carretera. Ni un mísero arbusto. Piedras, arena y alguna planta raquítica que
se empeñaba en sobrevivir en aquel desierto, en aquella miseria.
Sube, sube hasta arriba
por favor... pero despacio... como tú sólo sabes.
Tienes ojos de gata, como
este sitio, que parece el fin del mundo.
Parece que te lleva el
viento, pero te da lo mismo, en el cabo donde todo te da igual, al fin y al
cabo, todo da igual.
Si nos caemos nos llevará
el viento, no te preocupes, nos llevará a cada uno a un lugar diferente, pero a
salvo.
Cae la noche y el calor
se apacigua. Por las ramblas, por la calle Real, por los alrededores de la
Catedral, por el barrio árabe a la entrada de la Alcazaba.
Ponte detrás
amor... arrincóname... empuja... hazme soñar... ¡empújame! hazme reír... hazlo...
hasta que dejemos de hacerlo...
Me encanta el ritmo que les das a todas tus narraciones, tienes un don para eso, chaval. Un beso
ResponderEliminarEl ritmo de Almería era muy sosegado... a mí me encantaba. Un beso chavala :)
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