Debe ser la quinta vez que
suena. Abro el ojo y miro: 8:15 horas.
¡¡¡Mecagoento!!! ¡Quique! ...
¡¡¡Quique!!! ¡Vamos, vamos! ¡¡Corre chico corre!
Es lo que tiene vivir así.
¡Te duermes por las mañanas! Llego tarde, en realidad siempre llego tarde a
todo, pero aún así me lo tomo con calma. Mi café en la cocina. Ducha. Ya estoy
más espabilado y a correr. Sin ponerme la corbata. Lo bueno de este rincón es
que esta a dos pasos del metro. Salgo y ya casi me caigo dentro.
Casi siempre la misma
gente. Ya me los conozco. Casi todos con su móvil o esos aparatos electrónicos
que utilizan para leer, escuchar música o incluso ver pelis.
Ya nadie se mira. Nadie
mira a los ojos. Y casi nadie sonríe.
Ya en el andén van apareciendo las mismas
personas de todos los días. Me suelo quedar atrás, no me gusta estar al borde,
esperando a que llegue.
Pasan algunas personas que conoces, con
prisas, dirigiéndose a la otra punta del anden. Pasa esa chica que este año se
ha apuntado al grupo de tenis, es tan joven aún, parece avergonzarse, baja la
mirada y sigue adelante.
Entro y me quedo apoyado de pie. Me gusta
ir de pie en el metro.
Los mismos personajes.
Esa madre de pelo corto, con gafas, con
carita de agotada. Y esa niña, con síndrome de down, que parece hiperactiva, no
para de cantar, a voz en grito. Es la única persona que ríe y que saluda. Es la
única persona que se te queda mirando a los ojos sin tapujos, hasta que no
puedes hacer otra cosa que sonreírla. La gente que es la primera vez que ve la
situación mira a la niña y después a la madre, con pena. Pero la madre lee
tranquilamente, la deja que cante y que se ría, sólo la dice que no se aleje de ella... Me hace sentirme a gusto,
sonreír por la mañana. Se bajan en mi estación, salen y esperan un autobús. Un
autobús especial, que espero la llevé a algún sitio especial, como ella.
Esa madre “choni”, con cara de angustiada,
con ojeras que la bajan por el rostro, la que da voces es ella y no la niña,
asustada. Parece que quiere que el vagón entero se entere de lo desgraciada que
es su vida, de lo mucho que lucha y de que te puede meter un par de hostias en
cualquier momento, sólo la falta decir lo de por mi hija mato. En cierto modo
me da lástima, no por la niña, sino por ella. Solo la voz ya la delata.
Esa chica rubia, de ojos oscuros, que he
visto algún día pasear a sus perros por el parque, siempre leyendo, siempre con
ropa muy ajustada. ¿Que leerá?
Ese hombre y esa mujer que siempre entran
juntos. Ella bajita, con gafas y media melena, intenta ir atractiva; y él,
alto, con su traje, seguro que debe oler bien. Deben ser vecinos, o amigos, y
deben trabajar en el mismo sitio, o al lado. No son pareja, pero se nota a la
legua que a ella le encanta él. Le mira, se ríe con cualquier comentario que
haga. Es sobre todo la mirada de ella a él. ¿Estarán liados?
Mi amigo. A ver, no es mi amigo, de hecho
no le he saludado en mi vida, pero suele ponerse al lado de mi, de pie. Y se
baja en mi estación. Y debe trabajar cerca pues le he visto por la calle
Velázquez algún día. Es observador. Con esa medía sonrisa.
Ese tío que me descojono con él. El típico.
Entra con su traje, repeinado, con su maletín. Con su móvil. Con sus cascos.
Pero..., ¿porque cojones siempre esta con el ceño fruncido? ¿Estará igual en el
trabajo? ¿En su casa? Nos mira a todos como si fuéramos enemigos, como si todos
fuéramos a intentar ese día quitarle su puesto de trabajo o la cartera, yo que
se.
Ese grupo de madres, que dejarán a sus
hijos en alguno de los colegios cercanos, siempre son 5 ó 6, ya me conozco sus
historias, hacen circulo y te van arrinconando. Y esa otra madre, morena con
gafas, que me he cruzado alguna vez en el centro comercial, me mira de arriba
abajo, con ojitos.
Ese hombre, inmutable, pleno invierno y
sólo va con la camisa (sin corbata) y el traje, sin abrigo. Joder, ¿no pasará
frio? Camina despacio.
Esa chica, tan bien vestida siempre, con
ese estilo. Entra y se queda de pie, con melena castaña y ojos oscuros, guapa,
se mueve con dulzura, siempre me recuerda a alguien. Alguna vez nos quedamos
mirándonos.
Ese chico de color, vamos, que es negro.
Perfectamente trajeado, impecable. Después de haber visto “Samba” me pregunto
sino será todo fachada para que no le echen del país, un sin papeles. Espero
que no sea así. Parece buen tío.
Esa chica alta, de pelo rubio largo,
despampanante, siempre con tacones que no se como es capaz de moverse. Entra y,
si puede, se desploma en algún asiento y al poco rato cierra los ojos y creo
hasta se queda dormida. Dormirá poco, ¿no?
Pasas de repente a estar en el centro de Madrid. Me gusta el paseo que tengo hasta el trabajo. Por Príncipe de Vergara,
Goya, hasta Velázquez. Por el camino siempre compró mi bollito. En esa tienda
de barrio, antes vacía, que ahora se ha convertido en una cafetería –
pastelería “Granier”, siempre llena. La misma señora, no me da los buenos días,
sino que me desea que pase un buen día, me lo dice sonriéndome,
eres el único que antes y ahora, sigue comprando mis bollitos.
Cruzo por delante de ella, sentada en su
banco, con el pelo rubio, casi rapada, muy delgada, hace tiempo que nos damos
los buenos días, al hacerlo baja un poco la cabeza ante mi, como diciéndome:
gracias por hacerlo, por darme los buenos días.
Enciendo el ordenador y voy a la cocina.
Cocinita. Pequeña. Estrecha. Me tomo mi café con mi bollito. Me fumo un
cigarro. Bueno cabecita loca..., es hora de dar un poco de caña a todos estos, de alegrarles la mañana,
parecen tristones.
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ResponderEliminarHay algunas personas que a veces me mira raro, porque si cruzo la mirada con alguien siempre sonrío. Por suerte un alto porcentaje de personas, al principio parpadean confundidas y después te la devuelven. Y si te fijas un poco, ves como esa persona a la que has sonreído, sigue sonriendo al que tiene delante. Mirémonos más a los ojos.
ResponderEliminarMirar a los ojos y encontrar una sonrisa y devolverla, es algo mágico...
ResponderEliminarAyer, sin ir más lejos, un tío con melenas, se quitó la camiseta y empezó a hacer flexiones agarrándose a la barra. Reconozco que le mire, pero con los ojos como platos.
La magia... mmm curioso, recibí una lechuza, esperó pacientemente a que leyera la carta, y luego empezó a picarme hasta que le anudé en su pata la contestación.
Eliminar:) Ya..., es que tenía un poco de hambre... ¡y te comiste la empanadilla!. Llegó (la lechuza, no la empanadilla) y hemos leído la contestación.
EliminarHas hecho una semblanza estupenda de los viajes en metro. Supongo que serán parecidos a los del tranvía que uso yo y que, como digo en algunas de mis entradas, es una fuente perpetua de inspiración. Y sí que es mágico mirar a alguien a los ojos y que ver que te sonríe... devolverla es lo más natural del mundo (y, en algunos casos, ponerse como un tomate también) ¡Qué se le va a hacer!. Un beso, Kike
ResponderEliminarTomate. ..buen comienzo para nueva historia! Otro beso para ti Chari
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