martes, 13 de enero de 2015

Un romano paleto en Madrid


No era miedo, era algo así como incertidumbre, como desvelo. Imagino que simplemente nervios a lo desconocido.
Conocía Madrid, claro que si, pero una cosa es ir siempre con la familia, al cine, al Corte Ingles, al Retiro, al restaurante de abajo a comer unas tortitas; y otra, diferente, es que te dejen allí, con tu maleta y tu cara de chico tonto, para que estudies y te conviertas en alguien con futuro.

Me daba la impresión de que se reirían de mí, de que estaría sólo. Realmente tampoco me importaba mucho, sólo era la duda de cómo sería todo aquello.

Para comprender mejor la situación, comentaré una. Una situación me refiero.
Era necesario hacerse fotos. Siempre te piden fotos. Vayas donde vayas. ¿Donde hacerlas?
Existían los llamados “fotomatón”, ¿fotomatón? ¿Era así no? Esos artefactos que te encontrabas por la calle donde podías hacerte fotitos. Creo que queda alguno en alguna estación de metro.
Había uno al lado del Instituto. Allí que fui con 300 pesetas en el bolsillo. 3 monedas de 100 pesetas, en total, 300 pesetas.
Me coloque a un par de metros de aquel artilugio. Lo miré de arriba abajo. Me metí dentro. Miré. Salí. Volví a mirar. Volví a entrar. Volví a salir. Instrucciones. Meter monedas. Sentarse rápido y poner cara de gilipollas. Vale.
Vi una ranura en el exterior del artefacto (¿espacial?), con una flecha y una manita que indicaban unas “monedas”. Bien Quique bien, vas bien, tranquilo.
Metí mis 3 monedas de 100 pesetas. Una detrás de otra lo aseguro. No había casi dejado caer la tercera cuando ya estaba volando hacía el interior, sentándome en aquel taburete giratorio, no fuera a ser que saltara el fogonazo sin estar yo preparado.
Miraba al frente, sin inmutarme, sin pestañear. Oí un ruido. Paso el tiempo. ¿Me habría ya echo la foto? Aquí no pasa nada..., aquí no sale nada. ¿Y si salgo fuera? No, espera, a ver si justo cuando salgas salta el fogonazo. Espérate Quique...
Sin moverme. Silencio allí dentro, detrás de aquella cortinilla.
Pasaron los minutos...me decidí a moverme...me acerque a la pantallita, observe detenidamente. Miré arriba. Miré debajo del taburete. Sentado, mis ojos recorrían lo que tenía delante, no quería moverme mucho, no fuera a ser que ¡justo! saltara el fogonazo...
Buscaba una respuesta, algo. Y...la encontré...vi...una segunda ranura para monedas... ¿entonces? ¿Donde cojones he metido yo las mías? ¡Era también una ranura para monedas!
Mierdas Quique...¡¡¡Mierdas!!! Voy a salir...¡Que no joder! Espera... ¿pero que cojones voy a esperar...? Que mis monedas están fuera, lo mismo alguien se las ha llevado en los más de 10 minutos que llevó aquí sentado.
Alomejor hay que dar algún botón, activarlo de alguna manera. ¡Si! ¡Puede ser! Bien pensado Quique, eres un monstruo.
Busque algún botón, una indicación que dijera: “para el tonto que ha metido las monedas en la ranura exterior, puede solucionarlo apretando aquí”. Pero no, ni había botón, ni indicaciones de ese tipo.
Había que decidirse. Me levante. Salí fuera. Volví a mirar aquel artilugio de arriba abajo.
Observe la ranura donde había metido mis preciosas monedas. Apreté el botón de devolución. Nada. Volví a entrar. Me volví a sentar. Quizás es que el artefacto era lento...
Estaba empezando a comprender que algo iba mal. Volví a salir. Volví a mirar las instrucciones.
Observé una especie de cajetín en la parte baja del artefacto. Me acerque, había algo...
Cogí 3 maravillosos llaveros de plástico para fotos. Mire alrededor, imaginando que medio Madrid se estaba partiendo el culo de mí. Guarde los llaveros en mis bolsillos. Volví a casa, casi llorando de la risa, pero totalmente deprimido.

  
El primer día de clase no sabía si llegar con antelación, que casi no hubiera nadie aún, o llegar tarde, y que estuviera todo el mundo. No tuve elección. Llegué tarde, como siempre, yo diría que el último.
La mayoría hablaban entre ellos y se reían. Se conocían de los colegios o del barrio. Yo no conocía a nadie y casi nadie reparo en mí cuando entré.
El primer día nos sentaron por orden alfabético de apellidos. Me toco sentarme al lado de Mari Sol. La describiré: pelirroja, con pecas, con faldita de flores, parecía que aún estaba en el cole, una auténtica niña. Cuando me senté a su lado lo primero que me dijo fue: “que bien que te haya tocado conmigo, donde vas a estar mejor ¿verdad?”. Sino me conocía de nada la mosquita muerta..., ¿me estaba tirando los tejos? La sonreí.
Durante los primeros días no paraba de mirarme ensimismada, parpadeando sin parar, mordiéndose el labio inferior y suspirando. Literalmente tal como lo cuento.
No paraba de sonreírme. A ver..., he de reconocer que guapa era...pero también...vamos, que no era mi tipo, ¿que se le va a hacer?.
Con los años, se convirtió en una de las tías más buenas del instituto, pero ya no me miraba. En fin, cosas que pasan.

-          Enrique, ¿you understand?
-          ¿Qué? Como dice?
-          Que si estás entendiendo algo...
-          Absolutamente nada señorita.

Se partían de la risa conmigo. Era ese chico raro de pueblo que llegaba a Madrid, con un humor diferente, que se reía de lo que a ellos les parecía serio,y que no se inmutaba cuando ellos se doblaban de la risa.

Sin embargo, he de reconocer que las primeras semanas fueron duras. No conocer a nadie, no poder compartir con nadie. Lo de que fuera de pueblo parecía divertirles, algunos intentaron ser crueles. Pero no conocen a alguien de pueblo, lo corté de raíz cogiendole del cuello en plena clase y empujándole contra la pared para atizarle.

Yo conocía algo el francés, pero el inglés era inaudito para mí. Bostezaba en clase.

-          Señorita, es que yo jamás he dado inglés.
-          Ohhh ¡can not be! ¡You fool me, You should strive more …
-          ¿Folmi? ¿¿Estrib?? ¿Qué dice ahora esta tía? – “que la engañas, que te esfuerces, eso dice”, me susurraba Ernesto -
-          ¿Como? ¡Perdón! ¡Oiga! ¡Señorita!, de verdad que no la engaño, que es que no tengo ni puñetera idea..., de verdad se lo digo.

Parecía enojarse, y se ponía a escribir en la pizarra como una loca.

-          ¿You understand now???
-          Eh…yes yes yes.
-          Ok…¡¡very good!!

Joder que sudores me hacía pasar.

Era gracioso porque tenían mucho respeto a ciertos profesores. Por la “fama” que tenían. Por lo que les habían contado de ellos. Me hacía gracia cuando sólo verles venir por el pasillo, tan serios, tan estirados, tan chulos, todos corrían a sus sitios y se sentaban sin abrir el pico.
Sin embargo para mi eran los mejores, sinceramente creo que tenía complicidad con ellos.

 
En segundo conocí a Pedro. Una de las mejores personas que jamás se han cruzado en mi vida. Me sentía bien con él y su grupo. Me sentía cuidado. Me sentía querido.
Y nos reíamos, no tanto como lo hacía con Ernesto, pero nos reíamos.
En aquella clase y con aquella gente, saliendo con ellos, empecé a conocer y sentir Madrid. 

Que si joder, que vale, que le llamé hijo puta. No me arrepiento. No es que fuera el hijo de una puta, ni quisiera decir eso a su madre, dios me libre; es que era dañino, mala persona, el típico profesor que se las daba de “compi”, de gracioso, de “guay”, y luego te la clavaba por la espalda, se le veía en los ojos. Personajes a los que ya empezaba a cruzarme en mi vida.
Me expulsaron temporalmente del Instituto. Delante del Director y del Jefe de Estudios, admití mi pecado. Admití, sin ningún reparo, que le había llamado hijo de puta, y no tenía defensa ni excusa, pues la única era decirles que realmente lo era para mí. Me miraban despacio, mirando mi expediente. Decidieron expulsarme una semana. Lo peor fue explicárselo a mi tía y mi madre.

En el viaje a Italia, en Roma, me emborraché. Lo reconozco, me puse chuzo total, no fui el único, eso si. Me llevaron a la habitación del hotel, me metieron al baño, me desnudaron y me dejaron en la ducha cayendo el agua.
Me desperté ahí, en la ducha. Me miré y me asuste. Guardaba las liras en un pequeño colgante que llevaba al cuello, pues decían que robaban. Y el colgante era rojo. Y se había descolorido con el agua. Tenía el pecho y parte del resto de mi cuerpo rojo.
¡¡Me cago en to!!. Me levante, cogí una sabana de la cama y me la enrolle al cuerpo.
Salí para fuera, por los pasillos del hotel. Un tío casi en bolas, con una sabana, manchado el cuerpo de rojo, con cara de pirado. La gente huía gritando a mi paso.
Cuando Pedro y los demás me descubrieron se descojonaban de la risa:
“¡Romano! ¡Romano! ¡¡Romano!!”

Con romano me quedé. Me metí en el grupo que hacía la revista del Instituto.
Es gracioso, es sorprendente, como puedes pasar de ser el paletillo aislado que viene del pueblo a ser uno de los personajes más “populares” del “insti”.
Me buscaban en los descansos entre clases, me buscaban al salir y para salir, me buscaban para hacer “pellas” o “peyas” o como se escriba y se partían de la risa conmigo, aún no entiendo porque.

Sin embargo, terminas y, poco a poco, vas perdiendo el contacto con todo el mundo, unos detrás de otros. Y en cierto modo duele.

Hace poco me encontré con Pedro en un Centro Comercial del barrio, así, de sopetón y muchos recuerdos vuelven a tu mente. A pesar de los años, nos reconocimos de inmediato. Sin ni siquiera saludarnos, nos miramos, nos reímos, nos chocamos las manos y nos abrazamos. Volver a recuperar su amistad, volver a poder tomarme cañas con él, conversar con él, ha sido realmente emocionante. Pedrito...¿te acuerdas cuando...?


 
 

3 comentarios:

  1. Buen relato amistades son lo mejor sin duda esos recuerdos

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  2. Tremendo tu relato, me ha encantado y me he reído un montón... Romano... jajaja, que bueno. Me alegro de que te reencontraras con Pedro, a mi me pasó algo similar y es curioso sentir que no han pasado los años... Un beso, Kike

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    1. Gracias Chari, ¡Romano! que buenos recuerdos del instituto...ainsssss

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