Empezó a sonar el violín. Estaban
ensayando, anocheciendo. Me senté apoyado en la ventana, me encendí un cigarro
y noté como mi alma se apaciguaba.
La gente me saludaba, pero quería estar
solo. La gente me hablaba, pero quería estar solo. La luna ya había salido,
pero quería estar solo. Desde la ventana alcanzaba a ver la vega, hasta el río
y las montañas, pero quería estar solo. Solo quería escuchar ese violín, hasta
que llegase el alba.
Allí sentado, escuchando, me di cuenta de
muchas cosas, el puzzle se cuadraba, todo es un círculo. Porque me encantaba
esa voz, pero más aún ese violín. Era como si casi 20 años de mi vida
estuvieran pasando por delante de mí.
Cómo si muchos de aquellos personajes
aparecieran de nuevo, como si hubieran muerto y hubieran vuelto a la vida, quizás
haya sido así. Y recordé muchas noches en el Caronte, con todos ellos, bajando la chapa del bar como en la Teta Enroscada, con nosotros dentro, hasta
las tantas, hasta que amanecía, mordiéndonos.
Y a los cool les encantaba la música,
ensimismados, me entró la risa mirándoles.
Y es raro... “gracias por venir…” “gracias a
vosotras” “hola, ¿nos conocemos?” “se quién eres, pero tú no me conoces a mí,
eres muy joven”. Ojitos.
Perdona, eres Quique, ¿no?
Sí.Me sonaba tu cara… sigues igual, pero tus facciones se han endurecido.
Jajaja.
¿De qué te ríes?
No…, nada, me han dicho muchas cosas, pero que mis facciones se han endurecido…
Es verdad.
Te creo.
Me puse atrás. Quería estar adelante, pero
no quería poner nervioso a nadie. Mejor así. Con mi botella de ron.
Pero, ¿dónde estás muchacho?
En el concierto.¿Con los perroflautas?
Claro, hay que empezar a codearse con el poder.
Jajaja, no… si en el fondo te gusta…
Me gusta esta música.
Y entre risas, ron y violín, estaba en paz.
Y pensé que hubiera sido de mí. Y en el fondo me dio envidia porque estaban
creando magia, aunque también pensé que yo también lo intentaba con mis
palabras. Que la música era para ellos, como lo que escribo es para mí. “Sólo
quiere dar música a sus poemas”. Sonreí.
Y llegó el descanso y la voz se me acercó
“sigues cantando igual de bien…” “gracias… me gusta más cantar para pocas
personas, me siento más cómoda” “bueno, tampoco hay tanta gente”. Y como hacía
siempre, no pidió un cigarro, sino que me quitó el mío de mis manos para darle
unas caladas. La diferencia es que no deseaba que me lo devolviese. “Quédate
con él” “Gracias Quique… vuelvo para el escenario”.
Me acerque despacio. En la oscuridad. Solo para
tener un recuerdo. Y volví atrás a seguir riéndome con los fondos reservados,
con mi botella de ron.
Quería que siguieran tocando, pero también
quería charlar y compartir recuerdos y risas. Y como suele suceder, me encontré
con ellas de repente en la barra, sin buscarlo, casi sin quererlo.
Dos generaciones, tan parecidas como que
eran familia. Teniéndolas delante, me di cuenta que todo era mentira, que todo
era verdad, que el mundo gira y te encuentras de bruces en el mismo sitio.
Ese violín que me hubiera gustado escuchar
hasta el alba, “Me encanta como tocas el violín” “Ah… ¿Sí?” “Sí, me ha hipnotizado,
de verdad” “Uy… no sé qué decir… ¡gracias!” “Jajaja, a ti”.
Y esa voz que ni ella era consciente de lo
buena que era, “¿Qué tomas?” “Ron con coca, ¿Y tú?” “Ponme otro para mí…” Por
un instante, vislumbre las mismas señales y miradas de antaño. Déjalo pasar, no
te vayas Kike, pero déjalo pasar.
¡Ey! ¡Que empiezan los vecinos!,
versionando canciones españolas. Joder que mal canta el colega. Ya, pero es
divertido.
Y la música terminó. Y los fondos
reservados se empezaron a poner pesaditos. Y al alba, aunque me miraba, la
cercaba la noche. Me di cuenta que ya no hacía nada allí. Que ya lo había
consumido todo. Me escabullí sin mirar atrás.
¿Ya te vas?
Sí. Bueno… encantada de conocerte.
No dejes nunca de tocar ese violín, sigue…, tienes toda la noche para ti, Alba.
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