martes, 19 de mayo de 2015

Pablito clavó un clavito

Pablito se me ha puesto celosón. Dice que no sale en ninguna de mis historietas.
Carita de enfado. Me hace reír.
Si sabes que te adoro tontorrón.
¡Qué te den!
Venga, va.

El caso es que tantos momentos con él, que mi historia es la suya.
Tantas historias que me hacen no recordar ninguna.
Lo que pasa con Pablo es que, sencillamente, estas a gusto, relajado y te ríes.

Vino su madre a mi casa. Se acababan de hacer una casita.
Su madre habló con la mía. Quería que yo me hiciese amigo de su hijo.
No me importaba. Una nueva amistad.
Pablo es moreno, con muchos lunares, casi 3 años mayor que yo.
Pero… tenía un “pequeño” inconveniente.
A ver como lo explico. Pablo era gordo. Regordete. Bastante gordito vamos.
Y eso, en un pueblo, puede llegar a ser bastante inhumano.
No era “fuertote” como Raúl o como Pedrito. Era gordo.

A pesar de sus kilos de más era muy bueno jugando al futbol y al baloncesto. Un crack.
Por ahí nos fuimos haciendo un hueco. Él me buscaba. Yo me dejaba querer.
Me necesitaba. Venía a buscarme siempre, a todas horas.
Enrique, hijo, es Pablo.
Joder que tío… ¿macho, no tienes casa o qué?

Le fui metiendo en el grupo, en la peña. Al principio no fue muy bien acogido.
Un poco de crueldad barata. Seré sincero: se reían de él.
Lo mejor de todo era su forma de tomárselo. Me hacía doblarme de la risa.
Así ganó definitivamente mi corazón y, con el tiempo, el del resto.

Suele pasar que el personaje a quién nadie ha invitado, se convierta en el alma de la fiesta.
Así era, así es, Pablo. Muy tímido.
Se iba acercando poco a poco y, si le dejabas hueco, al rato te estabas desternillando de la risa.

Siempre ha confiado en mí. Siempre me ha tenido en un pedestal.
Siempre ha entendido mis rarezas, mis olvidos, mis descuidos, mis bromas, mis ausencias, mis gilipolleces. Siempre me ha entendido.
Por encima de todo, nunca ha dejado de estar a mi lado.
Aun cuando me iba, para luego volver como un perro faldero, ahí estaba él.

Le dejábamos aparte cuando íbamos a ligar Fernando y yo.
No le importaba. Según él, hacíamos el ridículo. Y la verdad es que sí.
Porque en el fondo estábamos deseando volver y reírnos, con él. Estar con él.
Aunque él no lo supiera, siempre le han mirado con una sonrisa. Porque hacía reír.

Trajo a su novia de Madrid. Pero que simpática joder.
De estas veces que surge la chispa con otra persona al instante.
Y ella se dejaba querer y yo me acercaba. Me acercaba porque sentía que casi sería como besar al mismo Pablo.
Y Pablo se puso celoso, con ella y conmigo. Porque ella sería su novia, pero a mí me amaba.

No me lo merezco Pablo. Bueno, quizás sí, no lo sé.
Porque cuando muchos me dieron de lado o dudaron, tú, tú, no lo hiciste.
Sin ni siquiera preguntar, porque no te hacía falta.
Porque como me dijiste un día, aunque lo hubiera hecho, nada hubiera cambiado.
Por eso sé que me amas. Por eso te amo yo a ti.

Porque me agoto de soñar volando y él, con una cuerdecita, me baja a la tierra.
Porque pierdo los papeles y él los recoge y me los organiza.
Porque me quedo sin escudo y él no duda en defenderme.

Y luego se quedó tan delgado, que lloré de rabia.
¿Y ves?, el mundo al revés. Riéndonos juntos del mundo.
Quique, serás muchas cosas, pero lo que no eres es egoísta.
Pablo, me clavaste un clavito y ahí sigue, para siempre.

 

3 comentarios:

  1. Amistades como esa hacen la vida mucho más completa, eres afortunado de tener a un amigo que te comprenda y te acepte como eres. Un relato estupendo (para variar) con muchísimo ritmo y muy emotivo. Me encanta. Un beso, Kike (echo de menos tus comentarios!!!)

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    Respuestas
    1. Comprender y aceptar es importante, pero más aun es amar.
      Gracias Chari. ¿Mis comentarios? jajaja ¡pero si tienes tantos ya que no das a basto! Estoy mu liao, pero te comentaré.
      Otro beso para ti.

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    2. Si, muchos, pero echo (bueno, echaba, que acabo de leer el de hace un rato ;P ) de menos los de mi vecino. Un besote, Kike

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