Raúl trabajaba en un Restaurante al lado de la Plaza de las Ventas.
Quedábamos allí algunas
noches de sábado o de viernes.
Fernando y yo nos
tomábamos unas cervezas o una copa, mientras Raúl terminaba de recoger, a veces
le ayudábamos.
Nos sentábamos en los
taburetes de la barra, fumando, riéndonos, un poco pasotas y bastante chulos.
Rondábamos los 20 años.
Raúl era un amiguete del
pueblo, compañero del colegio. Rubio y alto, lo que era raro. Nos teníamos
cariño y respeto. Tuvo que dejar los estudios para trabajar, una pena, pues
creo que era bastante inteligente, pero, a veces, la necesidad obliga.
A los veinte, era un
auténtico monstruo, un gigante.
Salíamos tarde de allí.
A las 12 o la 1, o incluso las 2, dependiendo del lío de Raúl con los clientes
y su faena.
Antes siempre avisaba en
casa, pues nunca sabía como acabaría la noche, “esta noche quizás no vuelva
a dormir, no os preocupéis. Besos.”
En aquella época casi
siempre bajábamos a Alcalá de Henares. Estos dos estaban coladitos por unas
chicas de allí. A mi me daba igual. Yo no estaba colado por nadie... Aún en
aquella época seguía pensando en Susana y eso que hacía tiempo que no la veía.
Estuve con ella después, una noche, y por ir de chulo, de gilipollas en una
palabra, la perdí, si es que la tuve en alguna ocasión, y eso que ella me
sonreía y seguía con esa forma de andar y esa dulzura en todo lo que hacía,
que me daba vértigo, me alucinaba y me ponía cardiaco, tanto que muchas veces
no sabía ni que decirla y otras muchas decía lo que no debía o dejaba de decir
lo que debía, como aquella noche, la última.
Los tres con dinero en
los bolsillos. Fernando por placer, siempre quiso ser un empresario de fortuna
y acabo con una porra al cinto en una cárcel.
Raúl por pura necesidad
de supervivencia, un currante el tío, acabo con una de Alcalá y regentando su
propio restaurante. Y yo por cubrir esa puta suplencia, que no era suplencia,
sino baja indefinida.
Y los tres con coche.
Bajábamos a Alcalá, a la zona de pubs, o a las fiestas de la Universidad, estos
a ver si se ligaban de una puñetera vez a aquellas tías, a las que yo no veía
la gracia por ningún sitio, ni la gracia ni nada interesante y yo a hacer el
imbecil, a dejarme llevar, a lo que surgiera. Como aquella noche que, con sólo
mirarnos un par de veces, aquella morena se me abalanzó encima, sin mediar
palabra, sin ni siquiera decirnos hola o como te llamas. Me daba igual todo.
Salir con ellos dos,
aparte de divertido, era seguro. Con aquellos dos mostrencos, dos gigantes,
nadie nos tosía, se apartaban a nuestro paso.
Regresábamos a las
tantas. Muchas noches me quedaba a dormir en casa de Fernando, mi hermano, y
seguíamos hablando y riéndonos hasta que amanecía, o hasta que le oía roncar, y
yo aún me quedaba un rato más dando vueltas a mi cabecita loca.
Que decir de Fernando.
Alto, buen tío, cuerpo frío, manos heladas. Un amigo. En el Pueblo y en Madrid.
Nos gustaba estar juntos. Salir juntos. Hacer deporte juntos. Ligar juntos.
Jugar a las cartas juntos (con trampas).
El ligaba con mi
hermana, ¿ah si? pues yo con su prima, no te pases chaval...
Cuando estas con alguien
y no tienes porque hablar, simplemente sentir como pasa el tiempo, mirar y
reírte, sin nada más...
Tantas historias,
salidas, juergas, risas, anécdotas, abrazos y lagrimas...
Todo eso pasó, ya forma
parte del pasado.
Me gustaba observar como
Raúl organizaba y limpiaba la barra.
- Tengo un conocido
aquí del Restaurante, vamos, un buen tío, me llevo cojonudo con él, que me
invita a pasar unos días en Santander, en un pueblo de allí, Suances, en un
hotel de su familia, si queréis nos animamos.
- ¿Ah si? en serio?
Pero te invita a ti, no a nosotros.
- Ya, pero que me
dice, que puedo llevar a quien quiera.
- Pero... ¿en un hotel?
¿Todo pagado? No me lo creo..., ¿¿es maricón??
- Te ha visto
fuertote Raúl, le pones...tan rubio...
- Si, suéltalo ya, si
estamos en confianza joder.
Las risas resuenan en el
local ya vacío.
- Iros a tomar por el
culo. Venga os invito a la última antes de irnos y lo hablamos.
Nos pone los vasos con
hielo. Le miro. Es un profesional. Nos seguimos riendo. Imaginando a esa bestia
de Raúl....eh....dejémoslo...
Se nos caen las
lagrimas. Siempre nos pasaba con cualquier tontería así.
Sirve el whisky y él se
pone otro también. Sale de la barra y se sienta con nosotros. Y nos arrea esos
puños suyos...tan delicado él...
- A ver, empecemos. Santander. Suances. ¿Hotel? ¿Pero todo
pagado? A ver si una vez allí nos va a meter la jiria el hijo puta.
- Y lo que no es la
jiria...
Descojonandonos con el
primer sorbo. Ay madre. Venga va.
- Estáis gilipollas.
Todo gratis si. En hotel de su familia. Eso me ha dicho. Una semanita o así,
¿Podéis? Para antes de las fiestas del pueblo, a finales de julio o así.
- Hombre...suena
bien.
- Por mi estupendo,
puede ser la hostia, va, venga.
Terminamos de tratar los
detalles de camino a Alcalá de Henares, no me acuerdo que paso aquella noche
allí. Haría el gilipollas imagino. Por lo menos de vuelta a Madrid no nos
metimos en dirección prohibida por ninguna calle, como otras veces. Llegamos
sanos y salvos a casa.
Más de una noche,
regresando de Alcalá por la A2, al entrar a Madrid, Raúl se equivocaba de
sentido, y cogía dirección contraria. Os puedo asegurar que no era nada
divertido bajar hacia el centro, aunque sólo fuera unos metros, con coches
dándote las largas sin parar, como en una película.
La misma noche de
nuestra salida para el Norte me llamó Raúl a casa.
- Oye, que pasa tío,
si puedes llévate también saco de dormir, si tienes.
- ¿¿Saco de dormir??
¿¿Para que??
- Tu llévatelo, por
si acaso.
- ¿Por si acaso? ¿Por
si acaso que?? No entiendo nada.
- Hazme caso joder.
- ¿Pero no vamos al
hotel?
- Si...
- ¿Entonces?
- ¿Tienes saco de
dormir o no??
- ¡Que si! Pero no
entiendo para que huevos me lo voy a llevar.
- Tu metelo. Venga,
luego nos vemos. ¡¡¡No nos hagas esperar como siempre!!!
No entendía nada. Llame
a Fernando y me confirmo lo del saco de dormir. Alucinábamos en colores.
Llegamos a la conclusión de que lo mismo era para dormir alguna noche en la
playa, que organizarían alguna fiesta o algo así. Nos reímos un rato y
colgamos.
Salíamos de madrugada.
No existía el aire acondicionado. A la hora prevista me dieron el toque.
Estaban abajo. Cogí mis bártulos y bajé. Íbamos en el coche de Raúl, un Renault
9, hecho una verdadera calamidad.
Con tanto peso,
literalmente rozaba el asfalto.
Para allá arriba que nos
fuimos. Nunca había ido al Cantábrico.
¿Alguien sabe lo que es
cinco horas de viaje con la misma música? ¿El mismo grupo? ¿El mismo casette? Así
fuimos, sonando Tam Tam Go, todo el camino, y vuelta a la cinta, y vuelta otra
vez. Y dale de nuevo. Nos las terminamos conociendo de memoria.
“Voy cruzando el río,
sabes que te quiero,
no hay mucho dinero,
lo he pasado mal...”
Fernando solía utilizar
estas y otras canciones de la época para ligotear un poco, vamos, para hacer el
ridículo. Se ponía al lado de la chica de turno y se ponía a canturrear,
saltándose palabras, equivocándose. Yo miraba de reojo, escuchaba y bajaba la
cabeza, de risa y de vergüenza ajena.
Me recordó cuando bajaba
a la playa, y mi pobre padre sólo ponía al tonto el haba este de Georgie Dann.
Al final, hasta te acababa gustando.
Aunque no os lo creáis,
llegamos de autentico milagro a Suances.
- Debemos estar
cerca, esta por aquí, ¿no veis ningún hotel chicos?
-
Hombre...indicaciones con ese nombre no veo por ningún sitio....
- Sigue un poco más a
ver.
Como no me acuerdo del
nombre del “Hotel”...lo pondremos Campamento...
- Buenos días, ¿¿conoce
Usted el Hotel “Campamento”??
- ¿Como dices que se
llama?
- Hotel “Campamento”.
- ¿¿Aquí en Suances??
Silencio dentro del
coche.
- Sí...
- No me suena de
nada.
- Vale, gracias.
Hemos ido a dar con el
más tonto. Suele pasar. Pregunta a esos otros.
- Buenos días,
¿conocen el Hotel “Campamento”?
- ¿¿El Hotel
“Campamento”??
- Si, ¿donde esta? ¿Nos
lo podrían indicar?
- Ni idea, lo siento,
no os podemos ayudar.
- Gracias, gracias,
buenos días.
El silencio pasa a
perplejidad.
- ¿Queréis un cigarro
chicos?
- La madre que lo
parió...
- Llama al tío este,
al Javier ese y le preguntas donde esta exactamente.
- ¡Que tiene que estar
por aquí hostias!, ¡¡dejad de mirar a las tías de una puta vez!! ¡¡que estamos a
lo que estamos!!
El Renault 9 echando
humo. Más o menos como nosotros.
Bajando una calle
estrecha, hacía el Paseo Marítimo, a la izquierda, nos sale al paso un edificio
alargado, de dos plantas, con ventanas de madera pintadas en verde,
desvencijadas, con cristales rotos y fachada de color claro, manchada, sucia
y con graffiti. A duras penas se ve un letrero, que da la sensación de estar a
punto de caerse, que dice: “Hotel Campamento”.
El Edificio daba
auténtica lástima. Tanto, que una esquina del mismo estaba literalmente
derruida, en el suelo.
- Eh...ejem....ahí
pone Hotel Campamento...
- Pues aquí será...
- ¿¿Estas de coña no??
Yo mirando con la boca
abierta a Raúl. Entre el tabaco y la risa, a Fernando le dio uno de sus famosos
ataques de tos.
- ¡¡¡Al final me vais a
quemar el coche con las colillas!!!
- Raúl...por
favor...que mas da....sólo di que este puto sitio no es el hotel de tu amigo...
- ¿Y te piensas que yo
lo se? Vamos a mirar, alomejor hay otra parte nueva o reformada.
Era cierto. Podía ser.
Dimos la vuelta al “edificio” y entramos en una especie de zona común, de
tierra, abandonada. Aparcamos el coche y salimos fuera.
Enfrente del “hotel”, en
la misma zona común, había una especie de bar – local de copas – cafetería, con
una terraza, abierto, con vida, no como nuestro querido hotelito, muerto,
oscuro y silencioso.
Eso nos dio ánimo para,
al menos, no llorar.
Allí no había nadie. O
parecía que era así. Nos dirigimos hacía lo que se supone era la entrada. La
puerta estaba abierta. Entramos...
Olía a madera vieja,
podrida, a polvo y a suciedad. Estaba oscuro. Los muebles que aún quedaban, se
mantenían en pie de puro milagro.
- Hola.... ¿¿ahí
alguien...??
Silencio total. Saque mi
vena prudente...
- Eh... ¿y si llamamos a
tu amigo?, esto esta abandonado y en ruinas..., esto no puede ser el sitio.
- Enciende la luz.
- Pero que luz ni que
cojones, esto no funciona, ¡si no hay ni bombillas!
- ¿Subimos?
- ¿Donde?
- Al piso de arriba.
- ¿Que dices? ¡¡¡Si esto
esta que se cae a cachos!!!
- No te pongas acojonado
anda...
- ¡¡Acojonado ni pollas!!
¡¡Estamos en un sitio en ruinas, que no sabemos ni de quien es ni lo que hay!!
- Vamos...
El suelo era de madera.
Sonaba horrores con cada pisada. Como en cualquier buena película de miedo que
se precie. Subimos las escaleras y llegamos al piso de arriba.
- ¡¡¡¡Hola!!!!
- ¡¡Javier!! ¿¿Estas por
aquí??
- Pero que cojones va
a estar aquí...
Fernando se descojonaba
de la risa.
Fuimos avanzando por el
pasillo. Medio a oscuras. Resonando nuestras pisadas. Todo estaba viejo,
abandonado, sucio. Aún así, en su día debió ser un hotel espectacular. El
pasillo era inmenso y amplio, con habitaciones a ambos lados, las que daban a
la calle y las que daban a la zona interior.
De repente oímos crujido
de madera..., que no era el nuestro. Nos dimos la vuelta rápidamente y para
nuestra sorpresa y total alucinación, vimos una tía en bragas, salir de una
habitación y entrar en otra. Recuerdo que un escalofrío recorrió mi espalda.
Fernando y Raúl no
decían nada, es decir, lo habíamos visto los tres. Al final habló Fernando,
- Para ser un
fantasma, la tía estaba de puta madre.
Entre la tensión, los
nervios y la situación, nos entró tal ataque de risa que tuvimos que apoyarnos
uno en el otro.
Oímos ruido de muebles y
cerrojos. La realmente acojonada de miedo era la buena señora que acababa de
cruzar.
Volvimos sobre nuestros
pasos, nos quedamos mirando un momento la habitación de donde había salido el
fantasma y la puerta de la habitación donde había entrado. Silencio absoluto.
- Vivirá aquí, digo
yo.
- ¿Si no? ¿de
vacaciones como nosotros? No me jodas macho.
- Pues tú me dirás
entonces.
- Esto es raro, muy
raro.
- Vamonos.
- Espera. Perdone
Usted, ¡¡Oiga!! ¿esta ahí? ¿Conoce Usted a Javier?
Silencio....
- Vamos fuera...
- ¡¡Calla coño!!
- Pero no os dais
cuenta que la realmente muerta de miedo debe ser esa tía ¡¡joder!!
- Pues también es
verdad.
Salimos de nuevo a la
luz del sol. Para mi alivio.
Como no había nada mejor
que hacer, nos fuimos al bar que había enfrente, a tomar un café en la terraza.
Aun, creo, no éramos
conscientes de la situación. Vamos, del cuento que le habían contado a Raúl,
que a su vez, nos lo había contado a nosotros.
Puede ser que aún nos
quedará la tonta esperanza de que existía otro hotel con ese nombre, con su
piscina...sus pivitas...su restaurante...y que todo aquello era una buena broma
del susodicho Javier, al que empezábamos a odiar, sin ni siquiera haberle
conocido.
No serían aún ni las 10
de la mañana. Los tres con nuestras gafas de sol, allí sentados, tomando café,
fumando tranquilamente y sin hablar. Quizás solo por eso, había merecido la
pena ir hasta allí.
De repente vimos
acercarse a un tío de unos 30 y pico años, alto, no tanto como estos, pero si
de mi altura, moreno, con barba de varios días, engominado, con gafas de sol,
fumando un cigarro, con pinta de llevar de juerga continua durante varios meses
y de meterse absolutamente de todo.
Raúl se levanto y se
saludaron efusivamente. Fernando y yo ni nos inmutamos. Chulitos, como casi
siempre. Mirando al sujeto tras nuestras gafas de sol. Estábamos a gusto
sentados.
Como no podía ser de
otra manera era el famoso Javier. El dueño de la ruina que estaba justo delante
de nuestras narices. El que había invitado a Raúl a pasar unos días idílicos en
un lugar paradisíaco. La madre que le parió, que a gusto se quedó.
- Os presento a
Javier, estos son Fernando y Quique, los amigos que te comente.
- Que pasa Javier,
encantado.
- Hola Javier, ¿que
tal?
Nos levantamos y le
dimos la mano.
- ¿Que tal el viaje?
¿Habéis llegado bien?
- Si, si, nos ha
costado un poco encontrarlo...el sitio quiero decir...
- El Hotel lleva
cerrado varios años, pero se conserva bien, un poco sucio, pero se puede dormir
bien, ahora buscamos una habitación.
Fernando expulso el humo
del cigarro lentamente, muy lentamente, signo inequívoco de estar deseando
plantarle un par de hostias en su careto.
Raúl se puso rojo como
un tomate, signo inequívoco de estar un poco avergonzado y no saber que decir.
- Gracias tío,
no...si ya hemos visto que esta un poco abandonado, pero vamos...esta bien si.
- Es un hotel
cojonudo, necesita algo de reforma, pero por lo menos nos sirve para dormir,
aquí no molesta nadie.
Un buen invento las
gafas de sol, sobre todo para determinadas ocasiones. Como esta. Para ocultar
las ganas de molerle a palos entre los tres al chulo putas que teníamos
delante. Se quedo con ese nombre.
Yo observaba la
situación. Era realmente cómica. No tendríamos otras cosas, pero desde luego si
educación.
- Claro que si joder,
muchas gracias por la invitación...gracias, gracias.
Le seguimos, arrastrando
nuestras maletas. Cabizbajos. Era patético.
- Vamos a la planta
de arriba, hay mejores habitaciones y en mejores condiciones, podéis escoger la
que queráis, nosotros estamos en una del fondo.
- Ah, ¿pero estas tú
aquí también?
- Si, estoy con unos
colegas, están durmiendo los cabrones, jajajaja, después os los presento.
- Oye, por cierto,
antes hemos visto a una tía en paños menores... ¿puede ser?
- Ahhh, si, son una
pareja con su hija, okupas, pero vamos, que tienen mi autorización para vivir
aquí, buena gente, no molestan.
Fernando y yo nos
miramos de reojo. Esto era la hostia. La hostia...
Antes de “elegir”
nuestra “habitación”, el chuloputas nos llevó a saludar a sus “colegas”.
Recorrimos el pasillo y entramos en una habitación a la izquierda que, para
estar “habitada”, olía peor que las demás.
Allí, entre un amasijo
de colchones, sabanas, ropa y desperdicios varios aparecían las cabezas de tres
sujetos, tirados, medio roncando.
- ¡¡¡Ehhhh!!!, ¡¡despertad
coño!!, ¡¡¡que pandilla!!!
Como no me acuerdo de
sus nombres, los pondremos Adrián, Pepe y Chuchi.
Entreabrieron los ojos y
saludaron con la mano. Nosotros hicimos lo mismo.
Parecían tres gorrinos
chapoteando en el barro.
Mi depresión y angustia
subía por momentos. Aquello no podía ser cierto.
Los dejamos dormir o lo
que huevos estuvieran haciendo y salimos a escoger nuestra habitación. Fue
difícil, eran todas tan encantadoras...
Nos decidimos por una
que tenía puerta, incluido cerrojo, ventana con cristales, no estaba
excesivamente sucia y la mugre del baño podría quitarse relativamente fácil con
una buena fregada.
- Por cierto... ¿no hay
luz verdad?
- No tíos, nada,
vamos, éstos, los okupas, creo que tienen por ahí enganchado en sus
habitaciones de alguna manera, pero en el resto del hotel no hay.
- Ah...ya, nos
hacemos una idea.
- Pero que no vamos a
hacer vida aquí, sólo dormir, os podemos dejar alguna linterna.
- ¿Y agua...?
- Tampoco. Si
necesitáis ir al servicio, bueno, podéis bajar al piso de abajo o a los sótanos
y entráis en algún baño, pero antes comprobad que no haya sido ya utilizado!!
jajajajajaja
- Jajajajajaja,
Jajajajajaja, Jajajajajaja....
Reír por no llorar. Risa
nerviosa. De esta que te salé de pura tensión. Que se desborda por no tirarte
por la ventana. Ni puta gracia pero que es de auténtica risa.
- Venga tíos, ¡¡ahora
nos vemos!!
Esperamos unos segundos
a que volviera a entrar en su “habitación” y... descargamos nuestros
corazones. Pocas veces me he reído tanto.
A Fernando y a mí se nos
saltaban las lagrimas, gritábamos de la risa, no podíamos hablar, solo reír y
llorar al mismo tiempo.
Raúl, el pobre, creo que
estaba un poco avergonzado, creo se sentía un poco culpable. Pero... de verdad,
no era momento de darle palmaditas en la espalda, ni de decirle que no era su
culpa, ni de animarle, simplemente era momento para doblarse del dolor de la
risa.
Dejamos nuestros
bártulos en el suelo. Di gracias a Dios varias veces por contar en esos
momentos con mi saco de dormir, mi tesoro.
Inspeccionar la
habitación y el resto del “hotel” fue un espectáculo.
Era como recorrer el
infierno y a cada latigazo del demonio, reírte en su cara, en vez de llorar
del dolor.
Aún así tenía su magia.
Las habitaciones eran más o menos parecidas todas. Muy amplias. Los baños eran
grandes también, viejos, pero con encanto.
En todos los pasillos
había como una neblina de polvo. La madera resonaba y se hundía a nuestro paso.
Por mucho que no quisieras hacer ruido al andar, era imposible. Grietas.
Humedades.
Bajamos a la planta del
sótano. De vez en cuando te venía una ráfaga de aire apestando a mierda. Todo
era amplísimo. Desvencijado.
La risa torno en
curiosidad. En cariño. En ternura. Creo que al final terminé enamorado de aquel
“Hotel”, de lo que fue, de lo que podía haber sido, una pena que algo así
estuviera solo y abandonado a su suerte.
Pusimos fondo y nos
fuimos a comprar existencias, sobre todo agua y algo para limpiar un poco la
habitación. Organizamos un poco nuestras cosas, la limpiamos lo mejor que
pudimos, incluido sobre todo el baño y bajamos.
El local de enfrente se
convirtió desde entonces en el punto de encuentro.
Bajamos y allí estaban
los cuatro. Sentados en una mesa tomando unas cervezas.
Javier, el chuloputas,
seguía sin afeitarse y con la misma pinta de haberse metido algo para el cuerpo
ya por la mañana.
Pepe, el koala, se quedo
con ese mote porque su parecido era increíblemente extraordinario. Gordito y
algo desfigurado. Ojos saltones.
Chuchi, el porrero.
Sobran las explicaciones. Melenudo. Enigmático.
Y Adrián, el único
“normal” del grupo, de mi altura, cachas. Guapete.
Fernando y yo hicimos
buenas migas con él.
Lo suyo era comer. En
abundancia. Y beber. Más en abundancia aún.
A cualquier sitio que
íbamos a tomar unas cervezas, había que acompañarlas con raciones, tostas,
bocatas y pinchos varios, sino no se quedaban contentos. Por no hablar de las
comidas.
Y por la noche, todas,
había que pasar a los cubatas. El ritmo empezaba a ser inaguantable. Daba la
sensación de tener un revoltijo en el cuerpo que seguro no era nada bueno para
la salud.
Pero a estos parecía no
importarles, incluidos Raúl y Fernando. Quizás yo esperaba otra cosa de aquel
viaje, como siempre nada me terminaba de llenar, y no me refiero al estomago
precisamente.
Nos miraba por encima de
las gafas de sol.
- ¿Tenéis un rubio?
- ¿¿Un rubio??
- Si, un cigarro
rubio.
- Ah, si, toma. Coge.
- Gracias tío.
No se lo fumaba. Lo
desmenuzaba. Sacaba esa china del bolsillo, que no era una china, sino un
pedrusco que podía escalabrarte la cabeza, y se hacía unos petas el tío en tiempo
record. Desde primera hora de la mañana hasta que se acostaba. Seguía más o
menos el mismo ritmo con ellos que nosotros con el tabaco. Pero parecía no
inmutarse. Hablaba poco. Un hacha el porrero.
- ¿Queréis?
Algunas noches la
tentación era irresistible. Y Fernando y yo le dábamos algunas caladas. Incluso
alguna vez se tiraba el rollo y nos hacía uno a nosotros, imagino sólo por el
intercambio de rubios.
Menuda pandilla. Aunque
bueno, en el fondo, no parecían mala gente.
Los típicos que quieren
aparentar estar por encima del mundo. Bastante machistas. No soporto a los tíos
que por chulería, querer hacerse los graciosos o no se porque, se ríen o
critican a las mujeres con lo típico. Topicazos en todo.
Con ellos al lado, era
una fantasía, una quimera, poder ligar. Por ejemplo, el koala, una noche en un
pub, le dijo este bonito piropo a una chica: “quien fuera buey pa echarte una
caga”.
Todos se descojonaban de
risa y él ponía cara de machote. Llegue a pensar que era un poco subnormalito.
Yo reía bajando la cabeza, no por el piropo, ni por el koala, ni por la cara de
auténtico asco de la chica, ni por la situación en sí, imagino que lo haría
porque no entendía nada, por mi puta vida.
A veces daban ganas de
escapar. Y así lo hicimos alguna noche, Fernando, Adrián y yo mismo. Al menos
tonteabamos y nos tomábamos una copa en algún sitio interesante.
El acantilado era la
leche. Llegamos a la “playa de los locos” a medio día.
Había que bajar por unas
escaleras naturales, unos 20 ó 25 metros abajo, no recuerdo.
Nada más bajar, al pie
de la playa, había un chiringuito. Y claro, quien lo duda, éstos no perdieron
oportunidad para quedarse allí y empezar con las cervezas.
Fernando, Adrián y yo
nos fuimos a darnos un bañito.
Había oleaje, pero no
mucho. Estaba fría, pero no tanto.
La gente sólo se metía
hasta una cierta distancia, unos 20 metros desde la orilla, parecía que hubiera
un muro o cristal que les impedía avanzar más.
Decidí hacerlo yo. No
por nada, simplemente por hacer algo diferente.
El agua me llegaba a la
cintura.
Las olas me cubrían,
pero estaba a gusto, chapoteando.
Empecé a salir hacía
fuera. Pero era raro. No podía. Las piernas se me hundían en la arena hasta los
tobillos y por cada paso hacía fuera que daba, el mar me metía dos pasos hacía
dentro. Y las olas me cubrían.
Intentaba avanzar, pero
cada vez veía más lejos la orilla.
Fernando estaba en la
orilla, le veía, de pie, rascándose la barriga, mirando, no se si a mí, al
horizonte, o alguna tía que hubiera divisado, seguramente esto último.
Sentía el oleaje cada
vez más fuerte y era como si una puta cuerda me estuviera tirando hacía dentro.
No me paso la vida por delante, pero si muchas ganas de gritar socorro.
Me tranquilice. Me deje
llevar hacía dentro, pues no podía hacer otra cosa y a partir de ahí me tumbe
sobre el oleaje, intentando no hundir mi cuerpo, y me deje llevar. Como la vida
misma, a veces hay que parar, retroceder, empezar de nuevo y dejarte llevar.
Las olas me fueron
sacando fuera, despacio, pero sin pausa.
Pase al lado de
Fernando, que seguía en la misma posición.
- ¿Que te pasa hombre?
- Nada,
nada...déjalo...no entres mucho al mar...
Me faltaba el aliento.
Llegue a la orilla y me desplome en la arena. Fernando y Adrián se fueron al
chiringuito. Yo me quedé allí. Tumbado. Tirado. Pensando. Había conocido lo que
era una auténtica resaca del Cantábrico. Que te tira hacía dentro. Estuve
mirando el mar un buen rato.
No era nada, me sentía
pequeño y sólo.
Noche de sábado. Había
mucha gente en las terrazas, en los pubs. Salimos por ahí, de marcha, poco a
poco nos fuimos quedando solos Fernando, Adrián y yo, los demás o se fueron
para el local enfrente de nuestro “hotel”, o directamente a la cama, como Raúl,
que tras una semana, estaba más hinchado de lo normal.
Fernando se ligo a una
chica. No me acuerdo ni como era. Da igual.
Adrián y yo nos fuimos
para el punto de encuentro, empezaba a ser tarde.
Al poco rato, llegó
Fernando con mala cara, y se dirigió a mí directamente.
- ¿Que te pasa tío?
¿Que haces aquí?
- Que me quieren
linchar los hijo putas.
- ¿Linchar? ¿Que dices?
¿¿Quién??
- ¡¡Y yo que se!! Del
pueblo serán, ni idea, que vienen a por mí macho.
- Joder Fernando, ¡me
cago en la hostia! Siempre tienes que armarla tío.
- Pero si no he hecho
nada, ¡de verdad!
- ¿¿Nada?? ¿¿Y porque
entonces??
- ¡Yo que se joder!
Será por ligar con la tía esa, ¡¡a mi que cojones me cuentas!!
- Por cierto, ¿donde
está? ¿La chica digo?
- En la puerta del
hotel.
- Eres la hostia tío,
¡¡la hostia!! Vamos a ver.
Nos fuimos para la
puerta del hotel. Allí ya no había ninguna chica.
- Se ha ido, parece.
- No me extraña
joder, la dejas aquí, con una panda detrás intentando fostiarte. Por cierto,
¿donde están? ¿También se han ido?
No acabe de decir la
frase cuando 5 ó 6 tíos se acercaron a nosotros. Más bien a Fernando. Y empieza
todo. Como casi siempre, vamos.
Insultos. Empujones. Yo
en medio. Separando. No te pases tío. Pero de que vais. Que queréis. Que no te
pases. Ni se te ocurra tocarme. Solo ves tíos alrededor.
Siempre suele haber un
gallito y éste era moreno, con el pelo corto, de punta, con ropa ajustadita
intentando que se vieran sus musculitos, el típico que se echa tanto perfume o
colonia, que te echa para atrás del puto olor.
Si demuestras miedo o
sales corriendo, no hay Dios que te ampare. Hacerte más alto aún y aguantar.
Se ve cuando los demás
tienen dudas, a pesar de ser más. Cuando no las tienen todas consigo. El tema
se fue apaciguando y parece que se fueron alejando. Fernando y yo entramos a la
recepción del “hotel” a fumar un cigarro y tranquilizarnos. Aún así, no las
tenía todas conmigo, mi vena prudente..., y subí a llamar a Raúl, la bestia.
Estaba roncando a pierna suelta.
- ¡Raúl! ¡¡Raúl!
Despierta...¡¡¡¡Raúl!!!!
- ¿Que pasa....?
- Eh...nada...lío...
- ¿¿Lío?? ¿Que dices?
- Ya sabes...Fernando...liándola...
- Joder...este tío es
la polla...voy.
No tardo ni un minuto en
plantarse unos pantalones, camiseta, zapatillas y para abajo. En el trayecto
empezamos a oír las voces, golpes y ruidos de cristales.
Bajamos al trote las
escaleras.
- ¡Fernando!
¡¡¡Fernando!!!
- Estoy aquí...
Escondido detrás de la
puerta. Echa añicos, y también las ventanas de alrededor. Piedras por la
recepción, como si hubiera pasado un vendaval.
Raúl abre lo que quedaba
de puerta de un golpe y sale fuera. Detrás nosotros.
- ¿¿Que cojones pasa
aquí?? ¡¡¡¡Me cago en Dios y en la puta Virgen!!!!
Raúl. Bestia. Un tío de
más de 2 metros de alto, por casi 2 de ancho. No el típico gordito, no, sino un
armario cachas, no de gimnasio, sino de currar en lo más duro desde que era un
niño. Con unos brazos como mis piernas. Con unas manos como sartenes. Cuando un
tío así esta de mala hostia, crece aún más de lo que es, lo que ya es
complicado y es mejor no estar enfrente. De un sopapo ponía a cualquiera patas
arriba.
Los tíos, o niñatos, o
lo que fueran, se fueron en tropel, como conejos corriendo a sus madrigueras.
En menos de 10 segundos no quedo nadie allí.
Al momento llegó la
pandilla, con el chuloputas al frente. Les explicamos lo que había pasado,
inspeccionamos los daños: la puerta echa trizas de las patadas y golpes, todos
los cristales rotos, de la puerta y ventanas de alrededor, en fin... un poco más
ruinoso de lo que ya de por sí estaba. Javier, el chuloputas, se dirige a
Fernando.
- ¿Como eran? ¿Los
recuerdas? ¿Recuerdas sus caras?
- Eh...si, claro,
puedo recordarlas, ¿porque?
- ¿Porque? porque
vamos a ir a buscarles, los vamos a encontrar lo primero, y después ya veremos.
Se dirige ahora a mí.
- T¿u también les has
visto no?
Levanto mi rostro, y le
miro, despacio.
- ¿Yo? Estaba oscuro
tío, y fue rápido, no me acuerdo muy bien.
En cierto modo, era así,
y tampoco quería recordarlo.
Me mira como en un
interrogatorio. Le sostengo la mirada. No me había caído bien desde el primer
día. No le aguantaba. No dice nada.
Estaba con los ojos
rojos. Como ido. Puesto hasta el culo de Dios sabe que. Olía a puta ira y la
impregno a los demás.
Peligroso. No me hacía
ni puta gracia.
No temía por mí. Con
Raúl al lado era imposible temer nada.
Temía por esos chavales.
A la zona de pubs. Siete
tíos. Algunos como armarios empotrados.
Decirles cualquier cosa
no hubiera servido de nada. Ávidos de sangre. Como locos. Los seguía. Solo
rogaba que esos tíos se hubieran ido a dormir, a otra zona del pueblo, a la
playa, yo que se.
Fernando pasaba a los
pubs. Y salía sin resultado. Yo suspiraba de alivio.
Entró a uno. Hizo gestos
de que estaban allí, de que entráramos. Dios...
La gente nos veía las
pintas. Como si todos supieran ya de que iba el tema.
En segundos el local
quedó vacío. Todos se apartaban y se iban a nuestro paso, dejando incluso los
cubatas enteros.
Allí estaba el gallito,
el chulito, acompañado de dos tíos más. Me dieron auténtica lástima.
La primera hostia la
recibió del mismo Fernando, la esquivo como pudo.
El chuloputas apartó a
Fernando de un empujón. Era su turno.
Chulo putas contra
chulito gallito.
Hostión con la mano
abierta, cogiéndole del cuello, contra la barra, atizándole pescozones sin
parar mientras le decía de todo. Igual que Fernando. Otro de los chavales hizo
ademán de querer hacer algo, yo creo de escapar. Empujón de Raúl, que le
empotró contra la pared, patas arriba, pateado en el suelo por el resto. El
último directamente alzo sus manos, como diciendo, ¡me rindo!. El único que se
salvo. Me miro a mí, como suplicando ayuda, miraba y no hacía nada.
- ¡Basta ya hostias!
¡¡¡Joder!!!
Mi vocecita nadie la
escuchaba. O no querían escucharla. Sabía que el único que podía parar aquello
era Raúl. Me acerque a él por la espalda, le agarré, se dio la vuelta como para
atizarme, pensando que era quien no era, me miro como diciendo: ¡coño! ¡Si eres
tu! ¡Tu aquí! No sabia que estabas...
Note que estaba en pura
tensión.
- ¡¡¡¡Raúl joder!!!!,
¡¡¡¡para esto tío!!!!, ¡¡¡¡no va a ningún sitio hostias!!!!
Me mira. Siempre me había tenido respeto. Me sonrió. Note como la ira le desaparecía poco a poco de sus ojos.
- ¡Venga! ¡Ya esta!
Fernando! ¡¡¡Me cago en la puta!!! ¡¡¡Vale ya!!!
Agarra a Fernando por la
espalda, le levanta como si fuera un mico,y le aparta de allí. Al resto los
empuja y les para, incluido el chuloputas.
El chulito gallito
estaba como ido, el pelo ensortijado, la cara como un tomate, la camiseta rota
por el cuello, levantando sus manos, como diciendo, vale, lo reconozco, he sido
yo, perdón. Pobre.
El chuloputas solo quería
que se le pagasen los desperfectos. Yo miraba con asco. No se porque, pero me
daba la impresión que cualquier peseta que le dieran, no iría precisamente a
reparar nada del hotel.
Los pobres chavales le
dieron todo lo que llevaban encima, disculpándose. Incluso el chulito quedó en
pasarse otro día por el hotel y pagar lo que fuera necesario de más.
No se si fue así o no.
Jamás lo sabríamos.
Volvimos para el
“hotel”. Todos se fueron a acostar, uno a uno.
Fernando y yo nos
quedamos un rato abajo, fumando un cigarro. Sin hablar.
- Voy a tomarme la
última por ahí, ¿¿te vienes??
- ¿Ahora? Pero tío...
son más de las 5 de la mañana... vamos a dormir joder.
- Me apetece.
- Ya...pero, al final
te metes en un lío, que no merece la pena, además, ¿¿que puede haber abierto a
estas horas??
- Bueno, ¡¡yo me piro!!
¿¿Te vienes o no??
Joder Fernando... Sabía
que aún así, enfadado, me lo estaba suplicando.
Le miré. Tenía los ojos
rojos y no precisamente de la ira de hace unos minutos. Mi hermano. No me
apetecía nada. Pero no podía dejarle sólo.
A la vuelta, unas calles
más abajo, había un pub abierto. No quedaba casi nadie, cuatro gatos. Y una
mujer al fondo de la barra.
Nos pedimos el último
cubata, apoyados en la barra. Nos encendimos un cigarro. Sin hablar.
- Voy a ver si me
ligo a esa tía.
- ¿Que? Jajaja,
pero...pero tío, no te das cuenta....¿no te das cuenta de lo que parece??
- Me toca la polla.
Me da igual.
- Ok, pero yo en
cuanto acabe el cubata me piro.
Le miré acercarse a
ella.
Empezaron a hablar y a
reírse.
Me termine la copa y me
acerque a ellos. Salude. Ella me sonreía. Tendría alrededor de 40 años. Si era
atractiva, yo no lo veía por ningún sitio.
- Fernando, me piro
tío. Luego nos vemos.
- ¡No te vayas joder!
Espérate un rato hombre, que lo estamos pasando bien, ¡eres un aguafiestas!
Le miré a los ojos.
Estaba más que borracho.
- No te jodo ninguna
fiesta. Te he dicho que me iba. Estoy cansado.
Me despedí y me pire de
allí.
Al poco de salir, camino
del “hotel”, oí sus voces detrás. Había salido con la mujer y me seguían. Se
adelanto corriendo y se acercó a mí.
- Espera tío, ¿donde
vas? Oye... que me dice que si la puedo hacer el favor de acercarla a
Santillana, que no tiene viaje, que me lo agradecerá... jajajajaja
- Pero no te das
cuenta que... ¿A Santillana?? Le tendrás que coger el coche a Raúl y vas
borracho, gilipollas.
- ¡Calla coño!! Anda,
hazme el favor.., sube a la habitación y pidele a Raúl las llaves del coche,
mientras espero aquí con ella.
- ¿¿Estas de coña??
¿¿Pero tú te piensas que Raúl soy yo?? ¿Que te va a dejar el coche para que lleves
ahora a una tía a su casa a 50 km de aquí? ¿¿Y encima borracho??
- ¡Vete a la mierda!
Subo yo y se las cojo, estará roncando y no se entera de nada. Mañana se lo
explico.
- Haz lo que te salga
de los mismísimos cojones. Paso.
Subimos los dos para
arriba, mientras ella se quedaba abajo esperando.
Me metí en mi saco de
dormir, mientras él urgaba en los pantalones y cosas de Raúl. Oí ruido de
llaves. Volvió a salir por la puerta. Ruido de madera mientras se alejaba. Que
lo den.
No pasaron ni cinco
minutos. Ruido de nuevo de madera. Abre la puerta y entra. Se quita la ropa y
se tumba. Apesta a todo. No habla.
- Ha sido rápido...
- Cuando he vuelto a
bajar, he visto que se iba con el chuloputas.
- ¿Con el chuloputas?
¿No jodas? ¿En serio?
- Si.
Tengo que meterme bajo
el saco y taparme la boca para no soltar la carcajada. En el fondo se que esta
dolido. Oigo el ruido del mechero y ese sonido inconfundible de la primera
calada. Esta fumando.
- Puedes descojonarte
si quieres cabrón. Se que lo estas deseando.
- ¿Que...? ¿Como...?
- Lo que estas
oyendo, no te hagas el imbecil.
¡Vale! Suelto la
carcajada. Me descojono vivo. Él tarda en reaccionar, pero, poco a poco,
también lo hace.
Lo mejor del viaje a
Suances fueron las noches, al menos para mí, como no podía ser de otra forma.
Después de esos días de
comer, de beber, de escuchar gilipolleces continuas, lo mejor era tumbarse,
encenderse un cigarro y directamente partirte de la risa recordando las
anécdotas del día.
Pero esa noche..... si
no recuerdo mal, creo que Raúl hasta se mosqueo con nosotros, pues el hombre,
la bestia, quería dormir.
Entre la borrachera, los
porros, la tensión, los recuerdos..., era reírse sin parar, como dos pirados,
como dos energúmenos.
Venga va, a dormir. Un
minuto de silencio. Imposible. La risa volvía a salir sola. Hasta que se hizo
de día. La carcajada. El careto del koala. La puta chulería del chuloputas. Las
idioteces del porrero. Las tonterías. Los porros. Los cubatas. Los cocidos
montañeses. Las cañas. Las carnes. Los kilos de carne. Los postres
contundentes. El hotelito. Los okupas. Ese olor a mierda. Ese ruido de la
madera. Esa puta ruina.
Hacía rato que había amanecido, ya era de día. Fernando se quedó dormido, roncando. Y yo..., yo...., yo me quedé pensando, recordando, aún dando vueltas a esta cabecita loca.
genial! me he reído mucho:))
ResponderEliminarMadre mía, que peligro tus amigos y tú... y menuda aventura!!! Un beso, Kike
ResponderEliminar