Fue a mediados de los ochenta.
No se si mi afición a la raqueta vino una vez que se
supo la noticia de que se iba a construir el frontón, o ya existía de antes.
El caso es que a mi me encantaba ver jugar a
Mcenroe, para mi la mejor zurda de todos los tiempos.
Las raquetas eran de madera. Mi Padre tenía una
“Dunlop” blanca y una “Wilson” negra. A mi me encantaba la negra..., pero era
más práctica la “Dunlop”, pues pesaba bastante menos y eso era una autentica
ventaja.
Aprendí a jugar pegando pelotazos contra la fachada
de mi casa.
Estaba deseando salir del colegio para bajar
corriendo a casa y ponerme a darle.
La fachada tenía una parte inferior de diferente
material y color, que hacía las veces de red, vamos, por debajo de ese límite
era mala. De todas formas era complicado. La fachada, al igual que el asfalto
por llamarle de alguna manera en aquellos años, no eran uniformes y la pelota
te podía salir rebotada a cualquier parte, eso, sin contar el cuidado que
tenías que tener con ventanas y puertas, cristales y persianas, tiestos y
macetas.
Las pelotas eran de tenis, aunque en esas
circunstancias las mejores eran mejor unas de espuma, que casi no hacían ruido y que
tenían un bote mas suave y rebotaban menos.
Me imaginaba miles de partidos. Mcenroe, Edberg,
Becker, Lendl, todos pasaron por mi raqueta, subiendo a la red, sacando, revés
por aquí, revés por allá.
Algunas veces mi Padre también jugaba, en el tiempo
que había entre las 2 y 3 de la tarde, antes de comer. Eran los mejores
momentos. Me hacía correr como un condenado y reía, como se reía..., y siempre
me ganaba, pero no pasaba nada, yo aprendía.
En aquella época la Plaza era nuestra zona
de juegos. Jugábamos al fútbol en la calle y también al baloncesto, hacía de
“canasta” un cartel de chapa que aún sigue estando en la fachada enfrente del
antiguo Comercio, ¿lo recordáis? que momentos... aún está ahí.
Unos años más tarde empezamos a tener la oportunidad
de meter canastas de verdad, gracias a un aro de hierro que mis primos hicieron
en la fragua y que colgamos del balcón de la casa vieja de la Plaza.
Siguiendo con la raqueta, la fachada se quedo
pequeña.
Pequeña y molesta en algunas ocasiones para mi madre
y mi tía. Lo que peor las sentaba era cuando alguno de mis pelotazos las rompía
las plantas que antes inundaban las ventanas y balcones de las casas de nuestro
pueblo, sobre todo los geranios y las “alegrías”.
También era molesto porque, imagino que por algún
tipo de ley de Murphy, la pelota acababa muchas veces cayendo en la cueva de la
casa en ruinas que antes he citado, por un pequeño agujero, agujero que se hizo
cada vez más grande a lo largo de los años de juegos en la plaza. Cuando tenías
que meterte dentro de la cueva para recuperar la pelota mi imaginación volaba:
desde que la casa se hundiría justo en ese momento (conmigo dentro), hasta que
fantasmas o ratas gigantes me agarrarían por la espalda y mi vida acabaría en
aquella oscuridad.
Como he dicho la fachada se quedo pequeña. Surgió la
idea de la “verbena”. Jugar contra la pared de enfrente fue un auténtico
descubrimiento, sin embargo, el suelo era de tierra y adivinar el bote de la
pelota era, la mayoría de las ocasiones, imposible.
Pero era divertido, casi tanto como los partidos de
fútbol en la verbena. Verdaderos partidazos en un espacio tan reducido, o
también en el valle, pero eso será motivo de otra historia más adelante.
Volviendo al frontenis en la verbena, al principio
no contaban conmigo en los partidos. Era un pequeño recogepelotas que salía
zumbando cada vez que la pelota se iba para el valle o la calle.
Aún así miraba y, cuando los demás lo dejaban, cogía
mi “Dunlop” y empezaba a darle pelotazos. Cada vez más fuerte. Ahí aprendí a
“cortar” la pelota, es decir, a golpearla sin dejarla botar. Fundamental para
jugar al frontón.
Hicimos la ralla en la pared y en el suelo de
tierra, y podían jugar hasta cuatro. Era increíble.
Había en el pueblo dos pequeños frontones privados.
En ellos venía jugando la gente joven desde hacía años, disputando buenos
partidos, sobre todo en el de José, pues estaba mejor conservado y el dueño
tenía y tiene mucho cariño a este deporte.
En aquella época había cierta afición a la pelota a
mano.
Alguna vez le pegué con la mano. Y la cuestión es
que no me disgustaba, sin embargo, no veía explicación a pasar dolor cuando con
la raqueta lo pasabas mejor y no te ibas con la mano hinchada.
Definitivamente lo mío era la raqueta.
Tuve muy pocas oportunidades de jugar en los 2
frontones privados. Lo hacían únicamente los “mayores” y además, en ocasiones
muy contadas, únicamente cuando José acudía en verano al pueblo y se
organizaban algunos partidos.
Donde ahora esta el frontón era antes un solar donde
jugábamos los chicos de la época a la guerra, al escondite, etc...; donde me
juntaba muchas tardes con Oscar, gran amigo de la infancia, para con sus
colecciones de soldados en miniatura, imaginarnos grandes y valerosas batallas.
La noticia de la construcción del nuevo frontón se
expandió por el pueblo y mi excitación, así como la del resto de chavales, iba
en aumento según pasaban los días.
Primero fue la compra del solar a la Iglesia, los
proyectos y el comienzo de la construcción.
El último paso fue el solado de la pista de
frontenis y de la pista de baloncesto. Había que hacerlo todo seguido, sin
parar, pues al parecer, partir ese trabajo, hubiera supuesto que las pistas no
quedarían bien.
El trabajo duro todo el día y toda la noche. De
madrugada no pude aguantar más, me escape de casa y me acerque al frontón por el
callejón de la calle del Carmen; al llegar a la esquina me asome
disimuladamente y vi un espectáculo de luces artificiales iluminando la zona y
varias maquinas que hacían un ruido terrible alisando y puliendo el suelo; y en
una esquina, contemplándolo todo, mi Padre.
Baje corriendo de nuevo a casa, dando saltos de
alegría por el camino.
Cómo puede ser que recordemos las cosas con tanta luz, de forma tan viva...? cuando en realidad no fueron asi. Pienso hace unos años cuando volvi a entrar en las aulas de mi antiguo instituto, los pasillos gastados y estrechos, la clase increiblemente pequeña y polvorienta, como era posible..donde estaba la luz...?
ResponderEliminarEl pasado es un mundo luminoso.
Instituto...la próxima historieta sera del instituto...Yo tampoco se donde estaba la luz, pero habría me imagino.
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