A
mi abuelo lo quisieron fusilar en la guerra civil. De hecho “se lo llevaron”,
como cuenta mi tía, para fusilarlo de rodillas. Imagino que algún alma
caritativa se apiadaría de él al final.
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¡Carguennnnn
armas!
-
Eh…,
espera, espera.
-
¿Qué
pasa muchacho? ¿Dudas ahora?
-
Si
es que mi General, con este hombre jugamos al mus por las tardes.
-
¿Y?
-
Joder,
y también nos invita de vez en cuando.
-
¿¿Y??
-
Cuenta
buenos chistes.
-
¿Y
a mí que cojones me importa?
-
Además
prepara unas gachas cojonudas.
-
¿Gachas?
-
En
efecto mi General.
-
¿No
jodas? ¿Con torreznos?
-
Vooooo,
¡deliciosas!
Lo
único que recuerdo de mi abuelo es que estaba postrado en una silla, en la casa
de mi tía Nina en Madrid. Siempre le recuerdo en la misma postura y con el
mismo semblante, con la mirada pérdida. Tenía Alzheimer. Mi tío, para hacerle
de rabiar y que despertase de su letargo, le susurraba al oído que venían los rojos a por él. Que cara ponía el pobre. Yo no entendía nada, pero mi tía
le reñía, por lo que deducía que algo estaba haciendo mal mi tío.
Mi
madre estaba “enamorada” de Suarez. Yo creo que por aquella época todo el mundo,
de una manera u otra, estaba enamorado de Adolfo. Mi padre era concejal de
Alianza Popular. Mi hermana ha terminado siendo comunista. En mi caso,
conociendo a diestro a siniestro, siempre he solido hacer caso a mi madre: “No
vayas ni el primero ni el último”.
Escucho
y me producen todos una mezcla entre risa, curiosidad, pasotismo, perplejidad,
bochorno, estupefacción. En definitiva, lo reconozco, ganas de llorar.
Hace
poco un amigo me dijo que la guerra civil seguía muy viva entre nosotros. Que
tendrían que pasar un par de generaciones más para que todo se olvidase. Que lo
que estamos viviendo es fruto de aquello. No lo dudo, pero ¿Por qué?
Hace
muchos años, en una reunión con unos desconocidos, una de ellos dijo que la
“rojigualda” le daba vomitera. Yo no sabía a qué se refería con la
“rojigualda”. Pensé que se referiría a algún plato típico o coctel de la casa. La
bandera de España, mendrugo. Me la quedé mirando con sorpresa y le pregunté
¿Por qué? “Ay, no sé, me produce urticaria”. Yo flipaba en colores.
Puedo
prometer y prometo que, sentado entre ellos como he estado sentado, son la
mayoría unos analfabetos integrales, seres despreciables. Hacedme caso, aunque
solo sea en esto. Su ridiculez puede llegar a límites insospechados. Su tontería,
pero tontería me refiero a tontos de tontos, supera lo que pocas veces se ha
visto. Su maldad es inversamente proporcional a su sabiduría. No todos, pero si
la mayoría que decide.
Me
produce vergüenza escuchar a los miembros del Gobierno. Y ya no digamos del
resto de políticos, parlamentarios, oposición o como queramos llamarles.
Suele
decirse que tenemos lo que nos merecemos. Me cuesta reconocerlo o creerlo para
este caso. Pero las evidencias lo único que hacen es ratificarlo y así nos va y
peor que nos va a ir.
Me
da autentico asco ver la televisión. El odio, las barrigas bien llenas y los bolsillos
repletos, mientras, a escondidas, se ríen a sus anchas de nosotros. Es lamentable.
¿Es
que no hay nadie con un mínimo de decencia y lealtad?
Nos
decían que no fuéramos porque nuestra vida corría peligro. Aquellos que no respetan
la vida humana, su libertad y su dignidad, nos marcan nuestro futuro. ¿Es esto
una sociedad sana y libre? Es como si alguien que no sabe hacer ni un huevo
frito, ganase Master Chef.
¿Hasta
dónde es capaz de odiar un ser humano? ¿Hasta cuándo?
Miles
de pueblos desaparecen. Sin gente, sin futuro, sin agua, sin un mísero céntimo.
Y mientras en otras zonas privilegiadas imprimen a doble cara de lenguaje, vanagloriándose
de ello.
Nos
encaminamos hacia lo desconocido (o no), como diría Jon Nieve: “Se acerca el
invierno”.
Solo
nos queda la Justicia, en sentido amplio, la Ley. Lo único que nos puede salvar
es un Hombre Bueno, ¿Podrá? ¿Será capaz? El mal puede volverse contra el propio
mal y hacer involuntariamente un bien, ocurre a veces. Dios lo quiera.