Sería el verano de 1.995. Eran
novios, o saliendo como se decía antes. Se habían conocido el verano anterior,
en la terraza de la discoteca. Ella, una adolescente, llevaba una minifalda más
corta imposible y él no podía dejar de mirarla. Aquella misma noche terminaron
juntos.
Él, que rondaba los 20, sabía que
aquella relación no iba a ningún sitio, pero ella tenía vida, era graciosa y le
rogaba siempre que no la dejase, que estuvieran siempre juntos. Él, incapaz de
hacer daño, seguía con aquello, aunque no sentía nada por ella y sabía que le
estaba perjudicando en su vida.
Fue ella quien planteó la idea de
irse el fin de semana de acampada. Él no estaba del todo convencido, no le
hacía mucha gracia, pero accedió. El mejor sitio de los alrededores era los pantanos
situados un poco más al norte.
Según se acercaban en coche, el sexto sentido de él intuía que debían
darse la vuelta, pero no dijo nada.
Dejaron la carretera y se
adentraron por un camino en los bosques que rodean los pantanos. Aparcó el
coche lo más cerca posible del agua y bajaron. Hacía un calor sofocante. Se
acercaron al pantano y se metieron un rato en el agua. A esas horas del sábado
se divisaba gente pescando, o comiendo en la otra punta. De vez en cuando
pasaba cerca una moto acuática o una barca.
Según fue bajando el sol, los
ruidos del día fueron dejando el paso a un silencio sepulcral. Solo se oía el
eco de las voces al otro lado del pantano, donde debía haber más gente de
acampada, pues se veían fogatas. Ellos también decidieron hacer una.
Montaron la tienda de campaña
justo al lado del coche.
Él había estado dando una vuelta
por los alrededores y había vuelto a la orilla del pantano, donde no había
árboles ni maleza, para poder cerciorarse mejor de lo que tenían cerca.
- Estamos más solos que la una. No hay
absolutamente nadie en los alrededores.
- Pues mejor, ¿no?
Le guiño el ojo. Ella, en el
fondo, era aún una niña. La miro sonriendo.
A pesar del bochorno del día, la
noche era fresca debido a la humedad del pantano y una brisa que corría entre
los árboles. Se echaron en una manta, abrazados delante del fuego, mirando las
llamas. Solo se oía el ruido de las ramas quemándose. Ella se apretujaba contra
él.
- Tengo sueñito, se me cierran los ojos.
- Pues venga vamos a la tienda. Ve entrando que yo
voy a apagar el fuego.
Echo tierra en las ascuas hasta
cerciorarse de que estaba apagado del todo. Enfocó con la linterna el coche. Se
quedó mirando. Se dirigió a la tienda y se paró de nuevo. Volvió a mirar el
coche. Esto no me gusta. Vete de aquí. Hazlo. Estaba de pie, en silencio y
oscuridad absoluta.
Se acercó al coche. Lo abrió.
Cogió la barra de hierro antirrobo y se dirigió con ella a la tienda. Entro
sigilosamente y la dejó a un lado.
- ¿Para qué has cogido la barra?
- Pues nunca se sabe… por seguridad.
- Jajaja, ¡Vale!
Estaba acurrucada entre la manta.
Se acercó a ella y la abrazó. Encendieron la linterna. Afuera no se escuchaba
nada, absolutamente nada, ni viento, ni animales nocturnos, ni voces a lo
lejos. Nada.
En otras circunstancias hubieran
tenido sexo, pero algo les impedía hacerlo. Y no era el frio. Era la rara
sensación de que ese silencio absoluto escondía algo. La sensación de estar
solos allí, sin que nadie lo supiera. La rara sensación de recelo y desasosiego
ante algo.
Ella estaba seria y temerosa. Él
lo notaba. Intentó hacer alguna gracia para relajar el ambiente y sacar una
sonrisa. Apagaron la linterna, se acurrucaron juntos.
Solo se oía su respiración. Él
solo pensaba en que pasase aquella noche y que amaneciese cuanto antes.
Al principio solo fue una rama
quebrada. En la noche, en el campo, se oyen esos ruidos. Los dos lo oyeron pero
ninguno dijo nada. Pero ya no había duda. Alguien andaba fuera, alrededor de la
tienda.
- ¿Qué es eso?
- Pues no lo sé.
Encendieron la linterna.
- ¿Quién es? ¿Quién hay ahí?
Silencio. Nadie contestaba.
Alguien andaba fuera. Ruido de pisadas, de maleza, de alguien buscando algo.
Él se puso de pie dentro de la
tienda.
- ¿Qué quién es? ¡Joder!, voy a salir.
- ¡No! ¡Por favor! ¡No salgas por favor!
- ¡Joder tendré que salir!
- No salgas por favor…, te lo ruego, tengo miedo.
- No va a pasar nada tranquila, tengo el coche
fuera ¡ostias!
- ¡Por favor! ¡¡Por favor!! ¡No salgas! Déjalo por
favor…
La enfocó con la linterna. Estaba
llorando a lágrima viva. Angustiada. Le cogía del brazo para que no se moviese.
- Por favor…
- Quédate aquí. No salgas. No podemos estar así. Tendré
que salir a ver qué pasa.
- No me dejes sola… déjalo, ya se ira, ¡Te lo
ruego!
El corazón le iba a mil por hora.
Le palpitaba en su interior. Cogió la linterna en una mano y la barra en la
otra, y se dispuso a salir de la tienda. Ella lloraba y gemía sin parar.
Bajo la cremallera de la tienda y
asomó medio cuerpo fuera, enchufando con la linterna la oscuridad de la noche.
No veía nada. Salió de la tienda y volvió a cerrar la cremallera detrás de él.
Se plantó delante de la tienda. Y entonces lo vio. Aquello estaba a escasos 3
metros de él. Aquella criatura le miraba fijamente, parada, sin hacer nada. Los
ojos le brillaban y la saliva le resbalaba por la boca.
- ¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí?
- Estoy hambriento.
Su voz era sibilina. Un
escalofrió recorrió todo su cuerpo. Trago saliva.
- Si quieres te podemos dar algo de comer.
- Que amable. Pero mi hambre es insaciable.
- Vete de aquí. Esto está lleno de excursionistas
como nosotros.
- ¿Si? Sabes que no hay nadie alrededor…
Un sudor frío bajaba por su
espalda. Apretó la barra sin dejar de mirar aquello.
- ¿Por qué no sueltas esa barra? Me molesta que
estés con ella.
- Te he ofrecido comida y no quieres. Vete de aquí
ahora mismo.
- ¿Quieres que hagamos un trato? ¿Sí? Dime.
Él no sabía qué hacer ni qué
decir. Su cuerpo temblaba.
- ¿Cariño? ¡Por dios!, ¿Qué pasa? Dime algo por
favor…
- No pasa nada pequeña, quédate ahí, no pasa nada.
No dejaba de mirar a lo que tenía
delante. Aquella criatura estaba inmóvil, sin pestañear, mirándole fijamente.
- ¿Qué cojones quieres?
- Mi barriga está vacía. Déjame… déjame entrar
ahí…
Su mirada y sus sucios dedos se
dirigieron a la tienda de campaña.
- Me estas hinchando los huevos. Lárgate si no
quieres que te estampe la barra en la cabeza.
- Si sueltas la barra, tú no morirás, solo te
aplastaré el cráneo y algunas costillas, te rajaré tus piernas y brazos y
sangrarás como un cerdo, pero mañana estarás vivo. En cambio ella…, la chica
debe estar jugosa…, le devoraré hasta las uñas. Suelta la barra.
- Estas como un puto cencerro. Te doy 10 segundos
para que te pires de aquí.
- Piénsalo. ¿Quieres vivir o morir?
Él era alto y fuerte, nunca había
tenido miedo a ningún enfrentamiento, aunque en esos momentos la zozobra le
invadía el cuerpo. Aquella criatura percibió sus dudas.
- Vamos…, es fácil…, mañana contarás que alguien
os atacó. Estarás machacado, pero vivo. Y además te haré un favor: dejarás de
sufrir en la vida con la niñata que tienes ahí dentro. Vivo y feliz. Tengo
hambre, mucha hambre. Suelta la barra.
Le vino a la mente su madre, lo
que sufriría ante su muerte. Le vino a la mente su vida. Aquella que imaginaba
vivir. La voz de aquello le hacía temblar. La mirada de aquella criatura le
hacía dudar. Escuchaba el sonido de su corazón retumbando en su pecho. Dios
mío, por favor, ayúdame. Fueron unos segundos interminables. Era el momento de
actuar.
- No puedo fiarme de ti. Deseo vivir, con o sin
ella. Y no puedo permitir que ella muera. Te explicaré mi trato: me iré
acercando a ti, poco a poco. Si no corres, si no huyes, serás tú quien morirá.
Te abriré tu cabeza en dos con esta barra y mañana, cuando amanezca, te
arrancaré la piel a tiras y serás nuestro almuerzo. ¿Entiendes lo que te digo
grandísimo hijo de puta?
Aquella criatura tuvo un tic
involuntario. Su cuerpo convulsiono de repente. Sus piernas en tensión. Enseñó
su dentadura, la saliva goteando.
Él se abalanzó con la barra en
alto.
Aquella criatura huyó de allí,
escapando, entre la maleza.
Mirando las estrellas entre los árboles
mientras fumaba su cigarro. Sonriendo. Miró hacía la tienda.
- Ya puedes salir, ya se ha ido.
- ¿Qué pasa? ¿Qué ha sido?
- Solo era un zorro, no te preocupes.
- ¿Un zorro?
- Si. Un animal fantástico. Era espectacular,
precioso. Tenía hambre y estaba fisgoneando en la bolsa de la basura.
- Jo… que susto he pasado, ¡estoy temblando!
- No pasa nada, ya se fue.
Volvieron a la tienda y se
recostaron juntos. El temblor y la tensión fueron dando paso a la relajación.
- ¿Sabes? Me ha entrado hambre con todo esto…
- ¿Si? Mmm, pues cómeme amor… cómeme enterita…
Escrito por "Kike Potter"
Octubre de 2.017